Janet tiene un futuro prometedor, pero su padre la fastidia a que ya debe casarse. Como ella se niega rotundamente, la obliga a aceptar un trabajo en la ciudad. Así es como termina cuidando de un hombre ciego llamado Nicolás. Este hombre es hijo de un mafioso.
Será que, el haber ido en contra de los deseos de su familia, ¿Podría significar el inicio de su felicidad?
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SER MENOS ENGREÍDO
La ausencia de mi hogar no me estaba afectando tanto como yo creía. Estar en un lugar desconocido y hasta aparentemente frío, me estaba dando la oportunidad de aprender cosas nuevas. ¡Mis cualidades se estaban refinando con Nicolás!
Aunque era un hecho que, si era engreído y hasta consentido, a mí no me daba miedo tratarlo con normalidad, como si estuviera tratando con un compañero de clase. En su caso, era diferente quizá porque era hijo de mis jefes o un narco, él tenía el derecho de tratarme como a una sirvienta. Cada vez que tenía oportunidad, le remarcaba que yo solo era su cuidadora y qué mi responsabilidad con él implicaba evitar que le sucediera algo malo en cualquier sentido.
La casa en la que ahora vivo es realmente enorme. Tiene diez habitaciones, cada una cuenta con su propio sanitario. Hay dos habitaciones principales y Nicolas ocupa una de ellas. Hay una sala principal, el recibidor y una sala de televisión. Un cuarto con máquinas para hacer ejercicio. La cocina. El comedor. Un despacho con biblioteca incluida. La cochera. El patio. El jardín. Una alberca con agua azulada. ¡Todo esto era un lujo que nunca imagine poder tocar!
Cuando me asomaba por la ventana de cuarto, podía ver que las otras casas también tenían los mismos lujos que la casa de mis jefes. De noche, me gustaba poder ver la luna. ¡Aquí no se podían admirar las estrellas! Y Orión estaba lejos de mí. ¡A mi abuelita si la extrañaba demasiado! Y a Monty también lo echaba de menos.
Tres días después…
—¿Tienes alguna duda sobre lo que te he estado explicando? —Iker me miraba con fijeza.
—No. Creo que todo quedó claro —respondí.
—Perfecto. Me estoy yendo entonces.
¿Qué otra opción me quedaba? Después de todo, me habían obligado a venir a este lugar e Iker parecía no darse cuenta de que mis opciones estaban muy limitadas.
—¿Cuándo dices que regresas? —No me dio miedo preguntarle.
—No lo sé. Todo depende de lo que diga el amo.
Eso sonaba a que el tiempo iba a transcurrir lento.
—Bueno, todo estará bien —fui optimista.
—Si necesitas algo, puedes llamarme o escribirme. ¡Te ayudo sin problema!
Sonreí. Una parte de mí se había acostumbrado a verlo durante estos días.
—Yo creo que sí te llamaré.
Una maleta de color plata estaba al lado de Iker, extendió su mano a mí e intercambiamos despedida. ¡Me quedaría a solas con Nicolás! Sin pena alguna, le di un abrazo y mi gesto pareció sorprenderle.
—¡Te irá genial! Creo que le has caído muy bien al amo.
¿Lo decía enserio? De cierto modo, si me daba nervio tener que quedarme como la responsable de esta casa. Rompí el abrazo.
—Eso espero —Sonreí.
Asintió. Agarro la maleta y la echo a rodar. Uno de los muchachos sería el chofer y el otro, debía ir en guardia.
—¡Olvide decirte! En estos días llegará el nuevo conductor para ti. ¡No te preocupes! Así ya no estarás completamente sola con él.
—A bueno. ¡Que padre!
Subieron la maleta en la cajuela de la enorme camioneta y abordaron.
—Cuídate mucho Janet y cuídalo muy bien.
Asentí.
—¡Tengan buen viaje!
Vi como el vehículo se alejaba de la casa, cerré el portón apretando un botón. ¡A solas estaba ahora!
Según mi celular eran las tres de la tarde. Nicolás ya había comido y estaba tomando una siesta. Busque música de Gibran Alcocer. ¡Me gustaban las melodías de piano!
Ahora era mi momento para lavar los platos sucios. Aproveche también para poder inspeccionar la alacena y ver con que contaba para preparar los alimentos.
Después de un rato, mi celular empezó a timbrar.
—¡Hola! ¿Todo bien?
—¿Puedes subir? ¡Por favor!
—Claro. En un momento.
—Revisa si tenemos galletas Oreo. Se me antojaron unas.
—Va.
¡No fue difícil ubicar las galletas! Tome un paquete, la envoltura brillaba en azul metálico.
Subí las escaleras, toqué antes de entrar y abrí la puerta. Nicolás estaba sentado en su cama, se veía bastante bien con sus gafas puestas.
—Ya estoy aquí.
—Muy bien. La verdad es que no pude dormir.
—¿Y eso?
—Mi mente está muy pensativa últimamente desde que llegaste.
—Si te sientes muy pensativo, puedo conseguirte un té para que te relajes. Vi que en el jardín tenemos una planta de maracuyá.
—¿Té de maracuyá?
—Relaja muy bien. Al rato te lo preparo.
Me paré a su lado.
—Está bien. ¿Me trajiste galletas?
Abrí el paquete. Tome una galleta y la acerque a su mano. La tomó sin dudar y se la llevó a la boca. Escuche que crujía mientras él masticaba.
—¡Deliciosa! Son mis galletas favoritas.
—Están buenas —yo también me había comido una.
Le di otra galleta.
—¿A qué hora se fue Iker?
—Cómo a las tres de la tarde.
Crujía más. Devoraba su galleta.
—¿Qué te gustaría cenar? —Me preguntó.
—Eso no debe importar, yo soy la que debería preguntar sobre eso. ¿Qué te gustaría cenar?
Su sonrisa amplia me causó curiosidad.
—¿Sabes cocinar?
—¡Por supuesto!
Pareció meditar en mis palabras. A través de las gafas oscuras pude notar sus ojos. ¿Qué tan limitada tenía la vista?
—¿Cómo aprendiste a cocinar?
—Mi abuelita me enseñó.
Movió sus cejas, ligeramente, yo ya estaba sentada en el filo de su cama, cerca de él.
—Entonces debes tener buena sazón.
—Necesitarías probar mi comida.
—¿Te parece si solo preparas las comidas?
—¿Cómo?
—Sí. Solo encárgate de preparar la comida. De los desayunos y cenas me encargo yo.
Me sorprendió lo que estaba diciendo. ¿Cómo podría un hombre sin vista poder cocinar?
—Pero…
—Tengo una aplicación para pedir comida a domicilio.
¡Orales! Eso si me sorprendió.
—¿Te traen de comer?
—Sí. Lo único que debes hacer es recibir y pagar.
—Suena bien.
—¿Qué te gustaría cenar hoy?
...🌺🌺🌺...
Eran las ocho de la noche y nosotros estábamos cenando en la habitación de Nicolás. Había ordenado comida china. ¡El pollo agridulce era lo mejor!
Sonaban canciones de El Ultimo Vecino. ¡Gustos de él! Y míos también. Tenía buen ritmo la música.
—¿Y tú vas a la escuela? —Preguntó mi jefe.
—Bueno, ahorita no porque son las vacaciones de verano. Pero si, antes iba al bachillerato. Me gradué este año.
—¡Felicidades! ¿Te hicieron fiesta de graduación?
Sonreí.
—No. Nunca me han hecho una fiesta de graduación. Solamente una vez, mi abuelita me preparó una comida cuando me gradué de la secundaria.
Movió sus cejas. Metí un trozo de comida a mi boca. ¡Riquísimo!
—¿Por qué no te hicieron fiesta?
—Mi papá no quiso. ¡Estamos jodidos económicamente! Y también siento que a veces es muy tacaño.
Esa era la verdad. Mi padre era muy tacaño con nosotros, pero cuando se trataba de ir a la cantina a beber, no le importaba gastar todo su dinero.
—¿Seguirás estudiando?
—Yo sí quiero. Pero mi papá no quiere.
No dijo nada al instante. Acerqué un trozo de pan a su mano y él se lo llevó a la boca.
—Supongo que es por lo mismo que dices.
—Aja. Él siempre me está diciendo que no debo intentar aprender en la escuela, que es una pérdida de tiempo y que ya debería estar casada a mi edad.
—¿Casada?
—Sí. Mi papá ya no me quiere en su casa, por eso también accedió a enviarme con tus padres.
—Pero eres muy joven para estar casada.
—¿Tú crees? En el pueblo es muy común que a mi edad ya tengan hijos. Muchos de mis compañeros ya son padres.
Metí un poco de comida en su boca. Yo hice lo mismo. Masticamos. Saboreamos y tragamos.
—¿Y tú quieres tener hijos? —Retomó el tema de conversación.
—La verdad no sé. No he pensado en eso.
—¿Casarte? ¿Tener un esposo?
—Tampoco. No todos soñamos con hacer lo mismo que la mayoría de la gente.
—¡Oh!
—¿Por qué suenas un poco triste?
Negó ligeramente.
—¿Has tenido novio?
—No.
—¿No te gusto nadie de tu escuela?
Su pregunta me puso a pensar.
—Si había chicos guapos. Algunos me confesaron sus sentimientos, pero no quise aceptarlos.
—¿Te estas guardando hasta el matrimonio? —El tono de su voz parecía incrédulo.
—¿Tiene algo de malo que así fuera lo que yo quiero?
Se quedó callado, pensando entre la oscuridad de sus pensamientos. ¿Por qué esta tan interesado en esos temas? Le di otro bocado de comida.
Tragamos juntos.
—No tiene nada de malo que quieras esperar hasta el matrimonio.
Sonreí.
—¿Y tú si has pensado en eso?
—¿En qué?
—En noviazgo y matrimonio —hice una pausa—. Tú eres más grande que yo, seguro ya has de tener en mente ese tipo de cosas. ¿Quieres té de hojas de maracuyá?
—Está bien. ¿El té es para que me relaje?
—Por supuesto. Mi abuelita nos daba ese té a veces, cuando estábamos nerviosos o estresados.
—Lo probaré entonces.
Serví una taza con té. Fue una ventaja haber traído la tetera a su habitación.
—Está tibio. No tengas miedo de probarlo —puse la taza en sus manos.
Le tomó algunos segundos poder besar la taza e ingerir el líquido.
—¿Y qué tal? ¿Está bueno?
—Sabe a hierba.
—Exactamente. ¡Esa hierba te quitará el estrés!
Porque yo tengo fe en los remedios caseros de mi abuelita.
—¡Eso espero!
—Pues sí.
—Gracias.
Bebió un poco.
—¿Y entonces? —Quise retomar la conversación.
—¿Entonces qué?
Sonreí, aunque él no pudiera ver mi gesto. Se llevo la taza a los labios.
—¿Has pensado en buscarte novia y casarte?
Empezó a toser, parece que el trago de agua se le atoró en la garganta. Me levanté rápido y le quité la taza. Di unas cuantas palmaditas en su espalda.
—Estoy bien. ¡Gracias!
—Pensé que te estabas muriendo.
—Tu pregunta me impacto. ¿Por qué quieres saber algo así?
Le devolví la taza, nuestros dedos se rozaron al intercambio.
—Pues es que tú ya me entrevistaste sobre eso y te respondí, creo que es justo que yo conozca lo que quieres.
Pero no dijo nada. Termino de beber su té. ¿Qué pensaba? ¿Por qué no decía nada? ¡Su silencio me mataba! Era como sentir que me ignoraba. ¡Peor que no poder mirarme a causa de su operación!
—Yo soy el jefe. Tengo derecho a saber lo que yo quiera. ¡Tú solo eres mi empleada! ¿Por qué debería contarte sobre esas cosas? No te creas tan importante.
¿De verdad acababa de decirme eso?
¡Canijo! Sus palabras fueron tan duras y arrogantes. ¡Me dio mucho coraje! Sentí que estaba escuchando a mi padre.
—Bueno, si no soy tan importante, entonces ya me voy a dormir. ¡Quédate solo! —Si me enoje por cómo me había tratado.
Me puse de pie, tomé los platos sucios, los restos míos de la comida y mi intención si era salir de allí.
—No. ¿A dónde vas? Tú no puedes irte.
—¿Y por qué no puedo? No dependo de ti. Tú, por el contrario, me necesitas mucho y aun así te enojas conmigo. ¡No merezco que me desprecies de esa forma! Yo no te voy a lamer los pies como si tú fueras de oro y tampoco voy a permitir que me trates mal.
Salí de su habitación.