En una pequeña ciudad dominada por las tradiciones, Helena se enfrenta a un futuro incierto cuando su padre es acusado injustamente de un crimen que no cometió. Desesperada por limpiar su nombre, acude a Iván del Castillo, un juez implacable y frío, conocido por su estricta adherencia a la ley. Sin embargo, lo que comienza como una simple búsqueda de justicia, rápidamente se convierte en un intenso enfrentamiento emocional cuando Iván, marcado por un oscuro pasado, se siente atraído por la apasionada Helena.
A medida que ambos luchan con sus propios demonios y los misterios que rodean el caso, Helena e Iván descubren que la verdad no solo pondrá a prueba sus convicciones, sino también sus corazones. En un mundo donde la justicia y el amor parecen estar en conflicto, ¿podrán encontrar el equilibrio antes de que sea demasiado tarde?
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Capitulo 3
Helena pasó las siguientes semanas sumida en un frenesí de actividad, buscando sin descanso pruebas que pudieran exonerar a su padre. Cada día la acercaba más a la desesperación, pero su voluntad no flaqueaba. Sabía que no podía detenerse; la vida de su padre estaba en juego. Se había reunido con antiguos conocidos de Samuel, había revisado horas de registros y había solicitado documentos que muchos consideraban irrecuperables. Pero, hasta el momento, lo único que tenía era un cúmulo de esperanzas rotas.
Una tarde, exhausta tras largas horas en la biblioteca del bufete de abogados donde Valeria trabajaba, Helena se derrumbó en una silla, mirando las hojas esparcidas frente a ella.
—No tiene sentido... —murmuró, pasándose las manos por el rostro—. Debe haber algo que esté pasando por alto.
Valeria, que había estado revisando otro archivo, alzó la vista y se acercó a su amiga.
—Helena, hemos repasado esto una y otra vez. Si hubiera algo que nos ayudara, ya lo habríamos encontrado.
—¡No! —exclamó Helena, levantándose bruscamente—. ¡Debe haber algo! No puedo creer que todo esté perdido.
Valeria suspiró.
—No digo que todo esté perdido, pero el tiempo juega en nuestra contra. El juicio comenzará pronto y, mientras tanto, Iván del Castillo sigue revisando cada detalle del caso. Sabes lo minucioso que es.
El nombre del juez hizo que Helena se detuviera. Iván del Castillo. Frío, implacable, y su mayor obstáculo en la lucha por la verdad. Sabía que no le sería fácil convencerlo.
Mientras tanto, en su despacho, Iván se encontraba inmerso en el expediente. Cada página era revisada con meticulosidad, su mente siempre enfocada en los hechos. No permitía que las emociones de las personas involucradas nublaran su juicio, y este caso no sería la excepción.
—Es un rompecabezas interesante —murmuró, ajustando sus gafas mientras leía los testimonios una vez más.
Sin embargo, había algo en este caso que le daba una ligera inquietud. Las pruebas eran sólidas, sí, pero había pequeñas inconsistencias que lo hacían dudar. Normalmente, eso no lo habría detenido, pero la visita de Helena y su pasión por demostrar la inocencia de su padre habían dejado una marca. ¿Era posible que hubiera algo más detrás de todo esto?
Sacudió la cabeza, apartando cualquier rastro de subjetividad. No podía permitirse dudas. Los hechos debían hablar por sí solos, y hasta el momento, esos hechos condenaban a Samuel Vargas. Pero Iván sabía que su deber era asegurarse de que no quedara ningún cabo suelto.
De vuelta en la oficina, Helena miraba por la ventana, intentando reunir fuerzas para continuar. Sabía que el tiempo era limitado y que Iván del Castillo estaba un paso adelante, pero no podía rendirse. No cuando su padre la necesitaba.
—Voy a demostrarlo —dijo en voz baja, más para sí misma que para Valeria—. Voy a demostrar que mi padre es inocente.
Valeria se acercó a ella, poniéndole una mano en el hombro.
__Lo lograremos Helena. Pero debemos ser inteligentes. Este juez no se deja convencer fácilmente.
Helena asintió, sabiendo que Valeria tenía razón. Ivan del castillo sería un adversario formidable, pero estaba preparada para lo que fuera necesario.
La noche caía sobre la ciudad, pero Helena seguía despierta, sus ojos fijos en la pared donde había colgado notas, fotografías y documentos clave del caso. Cada hilo de conexión parecía conducir a un callejón sin salida, y la frustración se acumulaba en su pecho. No había dormido bien en días, pero no podía detenerse. Su padre estaba en prisión, acusado de un crimen que no cometió, y el tiempo para el juicio se agotaba.
De repente, un pequeño detalle le llamó la atención: un recibo de una transacción bancaria. Era una transferencia de una cuenta desconocida que coincidía con la fecha del crimen. Algo en ese documento encajaba con lo que su padre le había contado, y una chispa de esperanza la hizo levantarse rápidamente para examinarlo más de cerca.
—Esto es... —murmuró, casi temblando de emoción—. Valeria, ven aquí. Creo que he encontrado algo.
Valeria, que había estado adormecida en el sofá, se levantó de inmediato y corrió hacia ella.
—¿Qué pasa?
—Mira esto —Helena señaló el recibo—. Esta transacción es sospechosa. No coincide con la versión que la fiscalía presentó. Creo que esto podría probar que mi padre fue incriminado.
Valeria tomó el papel, observando con detenimiento.
—Es una pista, pero necesitamos más. Este juez no se dejará convencer con una simple sospecha.
—Lo sé —dijo Helena—. Pero es un comienzo. Ahora sé dónde buscar.
Mientras tanto, en su despacho, Iván del Castillo revisaba las pruebas por enésima vez, cada página pasando por sus manos como un puzzle incompleto. Había algo en todo el caso que no le cuadraba. Las pruebas eran sólidas, sí, pero parecían... demasiado perfectas. Como si todo estuviera dispuesto para señalar a Samuel Vargas sin dejar lugar a dudas.
Se inclinó hacia atrás en su silla, observando el techo. Desde que había conocido a Helena Vargas, algo en él había cambiado. Su determinación, su fervor por limpiar el nombre de su padre, le recordaban un viejo caso que lo había dejado marcado. Y aunque no quería admitirlo, esa mujer lo había hecho dudar.
"¿Y si ella tiene razón?", pensó.
Se levantó y se acercó a la ventana, observando las luces de la ciudad. Sabía que no podía permitirse flaquear, pero también sabía que no podía ignorar las inconsistencias. Este juicio sería más complicado de lo que había anticipado.