Emma, una chica carismática con una voz de ensueño que quiere ser la mejor terapeuta para niños con discapacidad tiene una gran particularidad, es sorda.
Michael un sexi profesor de psicología e ingeniero físico es el encargado de una nueva tecnología que ayudara a un amigo de toda la vida. poder adaptar su estudio de grabación para su hija sorda que termina siendo su alumna universitaria.
La atracción surge de manera inmediata y estas dos personas no podrán hacer nada contra ella.
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capitulo 7.3
—¿Qué pasó? —pregunto asustado.
—Nada, pero necesito que me espliques un pequeño detalle que la enfermera me dejo algo confundido —dice con sus manos en sus caderas, tomando una pose retadora.
—Dime —no quiero sentir miedo, pero me tiembla el cuerpo.
—¿Como es eso de que mi niña es tu mujer? —dice sin más.
—Pues... —mierda— No sabía que decir, no es familiar mío... —siento que mi cuello se aprieta, como si me lo estuviera apretando con su mente.
—Podrías haber dicho que eras su tío, no su hombre —debate.
—¿En verdad importa? —pregunto queriendo zafarme del cuestionario y que le cuente lo bien que encajo con su hija.
—Eso es lo que me pregunto —dice sin dejar de mirarme.
Por suerte la puerta que comunica con la sala de operaciones es abierta y un médico cubierto con barbijo sale despojándose de unos guantes de látex.
—Familiar de Emma...
—¡Aquí! —grita Franco corriendo hacia el médico, lo sigo— Soy su padre y el... —me señala, me mira y rueda los ojos— el novio —dice y mis ojos casi saltan de mi cara.
—Bueno... la operación fue un éxito, pero deberá seguir ingresada, una lesión en su cabeza la mantiene dormida por lo que... —no escucho más lo que dice.
Me alejo del médico mientras la palabra se repite en mi cabeza como si de un eco se tratara “Lesión”, “Lesión”.
Sentado en las bancas incómodas de la sala de espera, rememoro todo lo ocurrido en las últimas horas. No puedo creer todo lo pasado, no puedo creer que este sea el desenlace de lo que nunca debió haber pasado, pero que pasó.
“¿Te arrepientes?” su voz resuena en mi mente y mentiría si dijera que sí, eso no pasara nunca no me arrepiento.
El momento fue mágico, nunca había conectado de esa manera con alguien, por eso no puedo arrepentirme. Lo que, si me carcome el pensamiento es que, si no hubiera ocurrido, tal vez, ella estaría bien. No puedo evitar pensar en que lo que hicimos estuvo mal, pero a la vez me debato entre que sí estuvo bien. Ambos lo deseábamos, ambos lo queríamos. Solo de pensar en cómo se deshacía entre mis brazos me dan ganas de irrumpir donde sea que la tengan y tratar por cualquier medio de que sane, que se una a mí, que sea mía en todas las formas posibles.
—¿Michael? —me sobresalto al sentir que tocan mi hombro, levanto la mirada. Franco.
¡Dios! Va a matarme si escucha mis pensamientos de como pienso reclamar a su hija como si fuera mía, no su tesoro más preciado. Ese tesoro que es mío.
—¿Sí? —carraspeo y me levanto de mi lugar.
—El médico dijo que está bien pero que necesita descansar. Le indujeron un coma por su golpe en la cabeza —contengo la respiración cuando lo dice, así como si nada.
—¿Qué? —siento que mis ojos se humedecen, miro hacia cualquier lado—. ¿Dónde está? ¿La podemos ver?
—Si, pero esta dormida —repite como si eso no me afectara.
Una enfermera se acerca y nos señala por donde ir, siento que necesito correr. Necesito verla, camino apresurado sin contener mis sentimientos desesperados, aunque Franco lo note, si me quiere matar que lo haga. Sé que me mira, sé que se debe preguntar que me pasa, pero como le explicó que su hija se ha convertido en mi razón de ser.
La enfermera nos lleva al área de cuidados intensivos y luego de higienizarnos y prepararnos para entrar, caminamos por un pasillo donde las camas con diferentes pacientes son divididas con biombos y cortinas. Unos cuantos puestos más adelante y entramos a uno que solo tiene cortinas alrededor y ahí está ella. Su hermoso cuerpo está cubierto con una sábana blanca, su cabeza está rodeada por una venda. Su pierna lesionada esta enyesada y se nota que su pecho está cubierto por vendas.
No puedo contenerme al ver la cantidad de cables que la secundan al igual que ese aparato que hace que respire. Quiero gritar, quiero arrancar sus lesiones he intercambiar lugar, quiero ser yo quien tenga que sufrir lo que ella. Quiero cambiar su lugar, quiero...
—Emma... —murmuro y trato de tocar su mano, está cubierta de cinta y una intravenosa que la hidrata—. Mierda...
—Michael, está bien, no es para que te pongas así —dice su padre y trato de recuperar la compostura.
Lo miro y veo que sus ojos están repletos de lágrimas y no sé si lo que dijo era para mi o un auto consuelo.
—Me siento culpable —digo como escusa a mi estado—. Esto no debería haber ocurrido.
—No somos dueños del destino, pasa lo que pasa y debemos dar gracias que no ha muerto —de solo escucharlo, siento que mi corazón se parte.
—Si hubiera muerto... no se —me ahogo de solo pensar en su fatalidad—. Lo siento... te espero fuera.
Salgo como alma que lleva al diablo al pasillo, esas palabras lejos de calmarme me vuelven loco.
¿Qué hago si ella desaparece de mi vida?
Dios, que no lo permita.
Al cabo de un momento, Franco sale y me mira con sospecha.
—¿Paso algo entre ustedes? —pregunta a boca de jarro.
—¿Qué? —no es que no lo haya entendido, es que no quiero asimilar que pueda llegar a apartarme de ella si se entera que ocurrió más de lo pensado entre nosotros.
—Está claro que si —dice y camina para salir, lo sigo—. Mierda no es hora de pensar en lo que habrán hecho, pero necesito tu apoyo, mi padre no está bien y si tú puedes estar presente mientras ella se recupera me haces un favor enorme —suspira—. Después hablamos de lo que sea que tengan ustedes.
Nuevamente nos acercamos a la enfermera, Franco deja todos los datos de mi chica, también mis datos y permisos para visita continua mientras él se ocupa de su padre. Nos ponemos de acuerdo para yo darle un informe diario de su evolución y salimos del hospital.
Volvemos a su casa y sin esperar el permiso de mi amigo me dirijo al cuarto de su hija, necesito sentirla cerca y me acuesto en su cama. Siento su mirada en mi espalda, pero en este momento no tengo cabeza para enfrentarlo y admitir que amo a su hija más que a mi propia vida.
No sé cómo, pero termino durmiéndome entre los recuerdos y el aroma que persiste en sus sábanas infantiles.