Con un gran y doloroso problema sobre sus hombros, Flavia es acorralada de nuevo, sin embargo, la gran confusión la sumergirá en un mar de sensaciones y dolor. El amor no siempre es claro, el amor es solo amor.
Como toda madre, su principal deseo es velar por el bienestar de su hijo, aun si tiene que hacer cosas que la degradarían a más no poder. Como aquel contrato que firmó, donde a cambio de salvar a su hijo, tendría que darse como pago. Volviéndose así en la amante de su benefactor.
Una vez acabado aquel acuerdo, ya no tendría nada que hacer como aquel hombre que devoró sin piedad todo su ser; sin embargo, la vida caprichosa tenía preparado otros planes.
¿Podrá su herido corazón tener espacio para volver a creer en el amor?
¿Podrá el destino apiadarse de aquella madre abnegada?
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Cap. 6 Pequeño travieso
Sin embargo, un tranquilo Santiago se fue a dar unas vueltas, la noche era preciosa, la luz de la luna era como un gran farol, y la brisa fresca lo hacía sentir relajado, sin embargo, cuando estaba por volver a su habitación, escuchó un HIP, después de otro rato, vino otro HIP, pero después de un rato, cuando Santiago pensó que estaba alucinando, escuchó un Hip más, seguido de una risita.
—Creo que una máquina de hipo se ha instalado en este jardín — dijo Santiago mirando detrás de un arbusto que era de dónde venía el hipo y la risita.
—No soy, HIP, máquina de… HIP, yo solo…, Hip… — se escuchó la voz infantil que parecía un poco molesta pero avergonzada.
—Mejor sales de ahí, ese Hipo no se cura solo — dijo Santiago mientras se acerca despacio.
De entre las ramas, un niño guapo de ojos negros y piel blanca como a nieve salió del lugar, su cabello negro contrata con su piel, pero el niño al verlo se quedó quieto mirándolo con atención, no estaba seguro de que ese sea el color de los ojos de ese hombre.
—Creo que mirarme tanto, te ha quitado el hipo — dijo Santiago tranquilo con las manos en los bolsillos.
—¿Eh?, creo que sí, pero ¿puedo preguntar de qué color son sus ojos? — dijo el niño mirando con más atención al hombre.
—Son violetas, ese es su color — dijo Santiago mientras que no esperaba la respuesta.
—Oh, vaya, eres la segunda persona que conozco que tiene esos ojos violetas — dijo con una sonrisa, mientras que Santiago parpadea un poco, no era común el color de sus ojos.
—¿Así?, y quién es la otra persona — dijo mirando al niño que se ve muy educado y sensato.
—Mis hermanos, mi hermana Luna y mi hermano Thiago, son mellizos y tienen ese color de ojos, Luna es muy linda y Thiago es muy serio, pero ambos tienen tus ojos — dijo el niño mientras ladea la cabeza, le parece que ha visto a ese hombre en alguna parte y Santiago lo mira con curiosidad, ya que tiene un sentimiento de haber conocido a ese niño antes de llegar ahí.
Cuando se escucharon unos ruidos, el niño sonrió travieso y se despidió.
—Me voy, no quiero que me vean, yo no debo tomar gaseosas y me tome una sin permiso, es por eso que tenía hipo, ahora me voy, adiós tío ojos Violetas — dijo él y se fue como un rayo.
Santiago se quedó mudo mientras veía la pequeña sombra escurridiza desaparecer en la oscuridad.
Santiago volvió a su habitación con un sentimiento de incomodidad, ese niño le parecía conocido, pero más aún, le agradaba de sobremanera, se parecía a ella, a Flavia, la mujer más bella que había conocido en su vida.
Al día siguiente, la comitiva de 9 personas fue a desayunar, la atención en la hacienda era privilegiada, todo era delicioso y campestre, aunque algunos estaban incómodos, eso de la vida de campo no era para ellos.
Leila se dispuso a apurar a los inversionistas, la reunión empezará después del desayuno y el recorrido sería en la tarde.
Santiago, sin embargo, se había retrasado y Martín se apresuró para solicitar que esperen al CEO, quien tenía una llamada urgente.
Santiago se dirigió hacia el lugar mientras aún hablaba por teléfono, era su madre quien se quejaba con su hijo por haber roto el compromiso con Leonor, con esa mujer que él no soporta.
Mientras se distraía con los lamentos de su madre, tomó un camino equivocado y llegó a una hermosa sala de juegos, había un corralito donde se escuchaban unas balbuceadas divinas, era lo más lindo que había escuchado, sin saber la razones se acercó, en otras circunstancias habría huido, pero no podía alejarse.
Cuando se acercó, ahí estaban, una hermosa nena con ojos violetas de año y un poco más, una belleza en todo el sentido de la palabra, a su lado, estaba un muñeco con los mismos ojos, ambos estaban para comérselos a besos.
Santiago no podía quitarle los ojos de encima, estaba hipnotizado, la pequeña era como un sol y el niño era serio y taciturno, sin pensarlo levantó a la nena y después al niño quienes lo miraban detenidamente, la nena tocaba su rostro mientras que el muñeco lo mira buscando algo en el rostro del hombre.
Fue cuando la misma voz del día anterior lo sacó de su aturdimiento.
—Hola tío ojos Violetas — dijo Saúl sonriente mientras lo miraba divertido, Santiago puso a los niños en su corralito.
—Hola, ¿ellos son tus hermanos? — dijo Santiago sin poder dejar de mirar a esa muñequita que lo miraba sonriente.
—Sí, ella es Luna, mi hermanita, él es Thiago y yo soy Saúl — dijo extendiendo su manito mientras que Santiago lo saluda formalmente.
—Yo soy Santiago — dijo mirando a ese pelinegro que le parece un niño muy lindo, pero esa nena en el corralito lo tiene babeando.
Santiago mira a la nena y a Saúl detenidamente, puede ver que no se parecen mucho, aunque hay un aire familiar, podría ser que no sean hijos de los mismos padres.
—Es un nombre muy bueno, me hubiera gustado tener un nombre así de bueno — dijo Saúl mientras soba su barbilla de forma pensativa.
Santiago lo mira para averiguar un poco más, esos ojos de los muñecos lo tienen muy intrigado.
—Oh, ¿cómo se llama tu padre? — dijo frunciendo el ceño, quiere saber si son hijos del dueño de la hacienda.
—¿Papá?, no tenemos papá, mamá es quien nos cuida con la tía Aleida, ella es nuestro héroe, ella es la gerente de la hacienda — dijo Saúl con una brillante sonrisa, está muy orgulloso de su madre.
—Oh, y ¿cómo se llama tu madre? — preguntó Santiago, pero cuando Saúl estaba por responder, la voz de Leila se escuchó en el lugar.
(autocorrector travieso)
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