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Entre Las Páginas Del Destino

Entre Las Páginas Del Destino

Status: En proceso
Genre:Espadas y magia / Romance / Viaje a un mundo de fantasía / Yaoi / Aventura / Fantasía LGBT
Popularitas:2.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Shion Miller

Cleoh era solo un nombre perdido en una línea secundaria de una novela que creyó haber olvidado. Un personaje sin voz, adoptado por una familia noble como sustituto de una hija muerta.

Pero cuando despierta en el cuerpo de ese mismo Cleoh, dentro del mundo ficticio que alguna vez leyó, comprende que ya no es un lector… sino una pieza más en una historia que no le pertenece.

Sin embargo, todo cambia el día que conoce a Yoneil Vester: el distante y elegante tercer candidato al trono imperial, que renunció a la sucesión por razones que nadie comprende.

Yoneil no busca poder.
Cleoh no busca protagonismo.
Pero en medio de intrigas cortesanas, memorias borrosas y secretos escritos en tinta invisible, ambos se encontrarán el uno en el otro.

¿Y si el destino no estaba escrito en las páginas del libro… sino en los espacios en blanco?

NovelToon tiene autorización de Shion Miller para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

CAPÍTULO 5

Cleoh observó a la mujer con atención, intentando descifrar su identidad. De pronto, como si una brisa le hubiera susurrado el nombre al oído, un recuerdo emergió con fuerza en su mente: Loorna Caisent, la duquesa de Caisent.

No la recordaba por lo que él —Cleoh— había vivido, sino por lo que el libro decía de ella. Una figura apenas descrita en pasajes vagos: elegante, siempre distante, atrapada en el luto por su hija perdida. Una madre sin hija. Una esposa sin poder. Un nombre que brillaba con el peso de la melancolía.

Y, sin embargo, la mujer frente a él no coincidía del todo con esa imagen.

Sí, su porte era digno de la nobleza: espalda recta incluso en el sueño, manos cruzadas con naturalidad, y un aura de control tan sólido que parecía envolver cada rincón de la habitación. Pero había algo más en ella. Algo humano. Cercano.

Algo que el libro no había sabido retratar.

Cleoh tragó saliva. Si ella era realmente la duquesa… entonces también era la persona que lo adopto. O al menos, al niño que él ahora habitaba.

La mujer abrió los ojos por completo.

—Cleoh…

Su voz era baja, pero cargada de una emoción que oscilaba entre el alivio y la preocupación. Se levantó de inmediato, cruzando el espacio entre ellos con pasos rápidos, como si temiera que él volviera a desvanecerse en cualquier momento.

—¿Estás bien? —preguntó, inclinándose sobre él.

Sus manos cálidas se posaron con firmeza en las mejillas de Cleoh, sujetándolo con delicadeza mientras lo miraba con intensidad, como si necesitara asegurarse de que realmente estaba allí, consciente, respirando.

Cleoh parpadeó, sorprendido por la repentina cercanía. Asintió con lentitud, aunque la rigidez en su espalda traicionaba su incomodidad.

Debía controlarse. Esta vez no podía permitirse perder el control ni dejarse arrastrar por el desconcierto. No después de haber comprendido que aquel cuerpo no le pertenecía, que ya no era él mismo, sino alguien más: un joven noble llamado Cleoh, cuya vida apenas comenzaba a comprender.

Tenía que adaptarse. Fingir. Mantener el papel.

Porque en ese mundo, incluso un suspiro fuera de lugar podría levantar sospechas.

Y sin embargo, por más que intentara calmarse, no podía ignorar lo extraño que resultaba todo. El contacto, las palabras, esa cercanía tan llena de afecto hacia una identidad que no era suya.

Era como vivir dentro de un reflejo ajeno…

y aún no sabía cuánto tiempo podría sostener la mirada.

—Estás muy pálido —murmuró la duquesa, acariciándole la frente con el dorso de la mano, como si aún dudara de que no tuviera fiebre—. Nos diste un gran susto, Cleoh.

Él no supo qué decir. Las palabras se enredaban en su mente, empapadas en una confusión que no sabía disimular del todo. Pero logró asentir, forzando una pequeña sonrisa que no alcanzaba los ojos.

—Lo siento —susurró, apenas audible.

La duquesa se quedó quieta un instante, sorprendida por el tono casi culpable de su voz. Luego, como si hubiese oído más de lo que él dijo, se sentó en el borde de la cama. Su expresión era suave, aunque enmarcada por una melancolía que no terminaba de irse.

—No tienes por qué disculparte —dijo ella con voz suave—. Pero si alguna vez ocurre algo… por favor, no lo enfrentes en silencio. Me asustaste mucho.

Cleoh bajó la mirada, sus dedos aferrándose con delicadeza a las sábanas. No estaba seguro de cómo responder: si ofrecer una disculpa más, fingir gratitud o simplemente guardar silencio. Había algo en aquellas palabras —una calidez inesperada, casi íntima— que contradecía la imagen distante que el libro había pintado de la duquesa.

...Cinco horas antes...

—Anne, ahora que el joven maestro está fuera de peligro, es un buen momento para que vayas a cambiarte antes de que termines enfermándote. Yo me encargaré de informar a Su excelencia sobre lo ocurrido —dijo la doncella mayor con tono firme pero comprensivo.

—Sí, señora…

Solo entonces, al escuchar aquellas palabras, Anne pareció volver en sí. Había estado tan absorta en la preocupación por Cleoh que no se había percatado de su propio estado. Su ropa seguía empapada, adherida al cuerpo, y aunque una manta ligera cubría sus hombros, el frío se filtraba sin piedad hasta sus huesos.

Su cuerpo temblaba de forma involuntaria, como si recién ahora fuera consciente del peso de la tormenta que había enfrentado.

Con pasos lentos y las manos entumecidas, se dispuso a obedecer, sin dejar de lanzar una última mirada hacia el joven que dormía, aún envuelto en un leve resplandor tibio.

...****************...

La mañana avanzaba con una quietud engañosa, ajena aún al revuelo que recorría los corredores del ala este. En una habitación privada del segundo piso, perfumada con lavanda y luz dorada, la duquesa Loorna Caisent permanecía sentada frente al tocador, con la espalda recta y las manos reposando con gracia sobre su regazo.

Una doncella se esmeraba en recoger su cabello castaño en un elaborado recogido de trenzas, mientras otra seleccionaba discretamente un broche de nácar entre varias joyas extendidas sobre un paño de terciopelo.

—Algo sencillo esta mañana —dijo la duquesa, mirando su reflejo con gesto sereno—. El azul marino, con el cuello alto.

—Sí, Excelencia —respondió la doncella con una leve reverencia, abandonando la selección de broches para ir a buscar el vestido indicado.

La atmósfera era plácida, disciplinada, sin más ruido que el leve roce del cepillo sobre su cabello y el murmullo del fuego crepitando en la chimenea. Hasta que un golpe seco en la puerta rompió esa calma.

—¿Quién es? —preguntó la duquesa, sin alzar la voz, pero con firmeza.

—Soy yo, mi señora. Disculpad la interrupción —respondió la voz de la doncella mayor desde el otro lado—. Hay… un asunto urgente que requiere su atención.

Loorna intercambió una mirada rápida con la criada que sostenía el cepillo, y luego asintió.

—Hazla pasar.

La puerta se abrió con rapidez contenida, y la jefa de doncellas entró con un rostro inusualmente serio. Hizo una reverencia profunda antes de hablar.

—Excelencia… esta mañana ha ocurrido un incidente. El joven maestro Cleoh fue encontrado en el jardín, desmayado por la exposición al frío. Fue llevado al ala médica y el doctor ya está atendiéndolo.

La mano de Loorna, que descansaba sobre el reposabrazos, se tensó imperceptiblemente. Su expresión, sin embargo, apenas se alteró. Solo una sombra leve cruzó sus ojos.

—¿Desmayado? ¿En el jardín? ¿Cómo pudo salir sin que nadie lo notara?

—Todavía no lo sabemos con certeza. Fue Anne Marie, la doncella nueva, quien lo encontró. Lo cubrió con su abrigo y pidió ayuda. Gracias a su rápida intervención, llegó al consultorio a tiempo. El médico dice que su vida no corre peligro, pero permanece inconsciente.

Por un momento, Loorna no respondió. Solo desvió ligeramente la vista hacia su reflejo en el espejo. El mismo rostro impasible de siempre la miraba de vuelta, pero bajo esa calma se adivinaba una tensión creciente.

—¿Quién estaba a cargo de su cuidado esta mañana?

—No hubo órdenes específicas,su Excelencia. Debido a la renuncia de la doncella a cargo del joven, se asignó temporalmente a la joven doncella Anne Marie.

La duquesa cerró los ojos brevemente y tomó aire con control.

—¿Dónde está ahora?

—En el consultorio del ala este. El doctor ha comenzado el tratamiento. Sugiere mantener la vigilancia por ahora.

—Bien. Haz que preparen un informe detallado. Y agradece personalmente a la joven Anne Marie por su intervención.

—Por supuesto, Excelencia.

Loorna hizo un gesto leve con la mano para que se retirara. La doncella mayor se inclinó nuevamente y salió de la habitación.

Apenas la puerta se cerró, el ambiente pareció recuperar su pulso. La criada que sostenía el vestido aguardaba en silencio. La que aún tenía el cepillo en la mano se mantuvo quieta, sin saber si continuar.

—Termina el peinado —dijo Loorna con voz baja, casi un susurro. No miró a nadie. Su rostro seguía sereno, imperturbable como una escultura noble. Y, sin embargo, bajo aquella máscara de compostura, su mente era un remolino contenido. La noticia la había golpeado como una ola helada, y aunque se obligaba a mantener la calma, su respiración delataba la verdad: aún no lograba estabilizarse.

Cada inhalación era un esfuerzo medido, como si intentara retener las emociones dentro de una copa demasiado llena.

El cepillo reanudó su recorrido entre los mechones castaños de Loorna, deslizándose con suavidad como si nada hubiera sucedido. Pero por dentro, cada fibra de su ser vibraba con un eco que no conseguía silenciar.

El joven Cleoh… inconsciente, tendido en una cama del ala médica. El informe había sido claro, contenido, directo. Sin embargo, la imagen que se formaba en su mente era cualquier cosa menos objetiva. Lo veía —sin haberlo visto— con la piel pálida como la porcelana, los labios amoratados, el cuerpo frágil envuelto en mantas, y un hilo de aliento que apenas sostenía su vida.

Y entonces, sin permiso, otro recuerdo se deslizó entre sus pensamientos como un susurro.

Cloeh. Su hija.

La vio —o creyó verla— tal como había sido aquella última mañana: envuelta en una capa ligera, con las mejillas sonrosadas por el frío y la risa brotando como una campanilla al volverse hacia ella. Aquella risa… hacía años que no la escuchaba, y sin embargo, la memoria era tan nítida que dolía.

En su mente, la imagen se superpuso con la de Cleoh. No por sus rasgos —aunque eran similares, como reflejos pálidos de un mismo cuadro—, sino por la forma en que la vida pareció alejarse de ambos de un modo repentino, como si el destino se complaciera en arrancarle todo aquello que tocaba con ternura.

Loorna entrecerró los ojos frente al espejo. La melancolía asomó, pero no se permitió derramarla. Su rostro debía permanecer sereno, porque eso era lo que se esperaba de una duquesa. De una madre. No podía permitirse volver a quebrarse.

Pero en su pecho, el caos palpitaba con una urgencia casi adolescente. ¿Qué había sentido cuando lo vio por primera vez? ¿Esa similitud con Cloeh… era lo que la había impulsado a adoptarlo?

Un leve tirón en el cabello la trajo de vuelta. La doncella se disculpó en un murmullo. Loorna respondió con un movimiento leve de la cabeza, como si nada hubiese pasado.

Y sin embargo, dentro de sí, algo se resquebrajaba.

“No puedo perder a otro hijo.”

Cuando el peinado estuvo terminado y el vestido azul marino ajustado con precisión sobre su figura, Loorna se incorporó sin decir palabra. Las doncellas se apartaron con una reverencia silenciosa, como si percibieran que algo en ella había cambiado.

No descendió al comedor como lo hacía cada mañana. No ocupó su lugar en la mesa ni pidió su habitual té de jazmín. En lugar de eso, caminó por los pasillos aún silenciosos de la mansión, con un ritmo firme pero pausado, como si cada paso llevara un peso antiguo.

Los sirvientes que se cruzaban con ella se detenían a un lado con respeto, inclinando la cabeza, pero nadie se atrevía a interrogar su rumbo. Loorna no necesitaba anunciarlo: su presencia era una declaración en sí misma.

Al llegar al ala médica, una de las criadas se apresuró a abrirle la puerta. El médico, al verla, interrumpió su labor para inclinarse en una reverencia discreta.

—Excelencia —saludó con un tono medido—. Su alteza está estable. Su respiración ha mejorado. La fiebre disminuye poco a poco.

—¿Despertó? —preguntó ella, sin rodeos, su voz como hielo fino.

—Aún no —respondió el médico—. Pero su cuerpo responde bien. Creo que no tardará demasiado.

Loorna asintió con un leve gesto y avanzó hacia la cama sin decir más. El lugar estaba templado, con el leve aroma de hierbas y vapor envolviendo el ambiente. Las cortinas habían sido cerradas parcialmente, dejando que una luz tenue se filtrara en haces dorados.

Cleoh yacía inmóvil bajo las mantas gruesas, el rostro pálido pero sereno, con una delicada gota de sudor sobre la frente. No parecía enfermo… sino ajeno. Lejano, como si su alma estuviera muy lejos de su cuerpo.

Loorna se sentó a su lado sin hacer ruido. No lo tocó. No pronunció su nombre. Solo lo miró, largamente, como si intentara hallar en él una respuesta que no se encontraba en los libros ni en los informes.

Y durante unos instantes, el silencio del lugar pareció envolverse en algo más profundo. No en quietud… sino en espera.

Pero una parte de ella —la parte más antigua, más rota— ya había empezado a temblar ante la posibilidad de una nueva pérdida

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Arin Wang
🥰
Shian Leen
muy buena historia, estaré esperando más capítulos
Lex
Me encanta💕
Lenn
me encanta
BodySnatcher
Me encanta como escribes, me hace sentir parte de la historia. Espero poder seguir leyendo más de tus obras.
Shoot2Kill
más capítulos porfavor
Zorro Rojo
Muy buena historia🎉✨ a mi me gustó hasta ahora, y quería saber si podrías leer alguna de las mías y darme tu opinión 😅
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