LA REINA ELARIA

La mañana siguiente llegó con una luz tenue, filtrándose a través de las cortinas cerradas. Me desperté antes de que el sol pudiera alzarse completamente, el silencio de la mansión me envolvía, pero mi mente no dejaba de dar vueltas. Cada imagen, cada palabra, cada gesto de la noche anterior estaba grabado en mi mente con una claridad aterradora.

Me levanté de la cama, caminando de un lado a otro, intentando disipar las dudas que me rondaban.

"Todo está en orden", me repetí una y otra vez, pero algo dentro de mí no me dejaba sentirlo así.

Me acerqué al espejo, observando mi reflejo, tratando de encontrar la seguridad que siempre había tenido, esa que mi padre esperaba de mí. Pero todo se sentía frágil, como si cualquier cosa pudiera romper esa imagen perfecta.

—¿Qué te pasa? —me susurré a mí misma, en un intento por calmar la creciente ansiedad.

Decidí salir al jardín, para despejar mi mente. El aire fresco de la mañana me golpeó suavemente, pero mi mente seguía atrapada en la misma espiral. Mientras caminaba por los senderos del jardín, me di cuenta en lo mucho que pensaba en el.

—¡Señorita! —una voz familiar me interrumpió.

La sirvienta se acercó con paso rápido, su rostro reflejando cierta inquietud.

—Señorita, su padre la espera en la sala. Dice que es urgente. —Su tono era más grave de lo habitual, y no pude evitar notar la tensión en su voz.

Sin saber qué esperar, seguí a la sirvienta por los pasillos.

Al llegar a la sala, vi a mi padre de pie junto a un hombre desconocido. El hombre era alto, de postura erguida, y su mirada fija en mí me hizo sentir incómoda de inmediato. No había cordialidad en su gesto, solo una frialdad que me desarmó.

Mi padre me miró brevemente, su rostro serio.

—Hija, ven aquí —dijo con una voz que no admitía objeciones.

Me acerqué, mi corazón comenzando a latir con fuerza mientras mi mente intentaba procesar la situación.

—¿Qué está pasando, padre? —pregunté, mi voz temblando ligeramente, aunque traté de mantener la calma.

Mi padre me observó por un momento, como si buscara las palabras correctas.

—Este es el señor Alistair —dijo, señalando al hombre junto a él—. Vas a casarte con él.

Mis ojos se abrieron de par en par, y la indignación creció en mi pecho.

—¿Qué? —exclamé, sorprendida y furiosa—. ¿Me casaré con él? ¿Así, de repente, sin más?

El hombre llamado Alistair me miró con frialdad, pero no dijo ni una palabra. Mi mirada se desvió hacia mi padre, buscando respuestas.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —Mi voz se quebró por la rabia.

Mi padre suspiró, como si ya esperara mi reacción.

—Es la mejor solución, hija —dijo, con un tono que no dejaba lugar a discusión—. Los rumores de anoche han dañado nuestra imagen, y este matrimonio ayudará a calmar las aguas.

La rabia en mi pecho creció aún más.

—¿Estás diciéndome que me voy a casar con un hombre que ni siquiera conozco solo para arreglar unos tontos rumores? —grité, sin poder contenerme.

Mi padre me miró con firmeza, pero también algo de preocupación.

—No es solo por los rumores, hija. Es por el bien de nuestra posición, de la familia, y más ahora que las puertas se abrieron, —Su tono era firme, pero sus ojos reflejaban una incomodidad que no logré descifrar.

La furia me invadió, y di un paso atrás, tratando de calmarme.

—No me casaré con él —dije, en un susurro desafiante.

Mi padre me lanzó una mirada severa.

—No tienes elección. Este matrimonio es una necesidad, Elaria. —Su voz, aunque tranquila, era inquebrantable.

Alistair no se movió, su rostro como una máscara de indiferencia.

—No puedo creer esto —susurré, sintiendo que todo mi mundo se desplomaba a mi alrededor.

Mi padre me miró fijamente, y aunque sus ojos mostraban algo de arrepentimiento, no cedió.

—Lo siento, hija. Pero esto es lo mejor para todos. —El tono de su voz había cambiado, ahora más suave, pero lleno de una determinación fría.

Me quedé en silencio, mirando al hombre al que acababa de conocer, y luego a mi padre, con el corazón destrozado por la traición de la que ni siquiera había sido informada.

—No me casaré con él —repetí, con una firmeza que no estaba dispuesta a dejar de lado.

—Yo soy quien da la bendición de con quien te casaras.—dijo, su voz fría, antes de dirigirse hacia la puerta.

Me quedé allí, completamente sola, con el hombre al que no conocía observándome en silencio. No sabía si odiarlo, o si era mi padre quien realmente debía ser el culpable de todo esto. Pero lo que sí sabía, era que mi vida acababa de tomar un giro que jamás imaginé.

Alistair estaba allí, mirándome con esa expresión arrogante, como si todo ya estuviera decidido. Mi cuerpo temblaba de ira, y las palabras que salieron de mi boca fueron las primeras que me vinieron a la mente.

—¡Y tú, vete a la mierda! —le grité, sin importarme que mis palabras fueran tan sucias y groseras. La rabia me consumía, y lo único que quería era que se alejara.

Él no reaccionó inmediatamente, pero su mirada cambió. Por un momento, pude ver la sorpresa en sus ojos.

No me importó. Me di la vuelta y caminé con rapidez hacia el jardín, mis pasos resonando en los pasillos. La presión en mi pecho no desaparecía, y mi mente seguía dando vueltas a todo lo que había sucedido.

Mi sirvienta personal, que me seguía de cerca, me llamó varias veces, pero no tenía ganas de hablar con ella.

—¡Déjame en paz! —le grité, sin girarme. Pero ella insistió, trató de alcanzarme y hablarme.

Finalmente, cansada de mi actitud, me dijo en un tono serio, pero algo nervioso:

—Reina, por favor, hay algo que debe saber.

Mi paciencia estaba al límite, pero al ver la seriedad en su rostro, decidí escucharla.

—¿Qué? —pregunté, casi sin fuerzas.

Ella respiró hondo antes de hablar.

—Hay un joven que se coló en su habitación. —Su voz tembló ligeramente—. Me amenazó para que no dijera nada, pero me pidió que solo le dijera a usted que él está allí.

Mi cuerpo se paralizó al instante. El corazón me dio un vuelco. Él. ¿Era él?

—¿Cómo era? —pregunté, mi voz saliendo en un susurro.

La sirvienta me miró, observando mis reacciones, antes de describirlo.

—Musculoso, con el pelo negro... y más alto que usted.

Sin pensarlo, mi mente se encendió. Mis pies ya se movían antes de que pudiera procesar completamente la información.

—No le digas nada a nadie —le ordené, con una firmeza que me sorprendió. Luego, sin esperar respuesta, salí corriendo hacia mi habitación, el corazón acelerado por la mezcla de miedo y una extraña emoción que me recorría el cuerpo.

El miedo era evidente, pero había algo más: algo que me hacía sentir viva. El saber que él estaba cerca, que había esta en mi habitación, me hacía sentir... como si todo estuviera fuera de control. Pero de alguna manera, me gustaba.

Corrí por los pasillos, sin detenerme, hasta llegar a la puerta de mi habitación. Mi respiración era entrecortada, y mis manos temblaban al tomar el pomo.