Un mundo fantástico, lleno de seres que jamás creíste poder ver, a excepción de los libros, las películas y relatos. Ahora has llegado a este sitio, donde no solo puedes verlos, tocarlos y hablar con ellos, sino que estás dentro del cuerpo de uno de ellos.
Mi nombre es Dagny y está es mi historia. Entré al cuerpo de un ser místico y mágico, nunca entendí por qué, pero no pude tener mejor suerte que esta, al amar todo tipo de historias de fantasía, intentaré vivir bien y vivir feliz.
¿Podré hacerlo?, ¿Tendré dificultades como en el pasado?, ¿Deberé cambiar mi forma de ser para que me acepten?
Sigue mi historia y entérate del final.
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Castigo
Mientras tanto, se llevaron a las dos mujeres que serían doncellas de la princesa, llegaron a un lugar solitario, daba miedo de tan solo estar ahí.
Pronto llegaron los padres de éstas que eran dos hombres imponentes, miembros importantes del consejo ancestral.
—Majestad, ¿qué es lo que sucede?— preguntó uno de ellos, después de hacer una reverencia.
—Lamento informarles la mala noticia, pero sus hijas fueron capaces de ofender a la princesa que trajeron al reino, fueron groseras, hablaron sobre como le harían la vida imposible estando aquí y se atrevieron a subirla al carruaje donde se transporta el excremento y la basura—
—Pero majestad, eso…—
—Antes de que intenten decir que sus hijas serían incapaces de algo así, debo decirles que todo fue corroborado, ellas son encontradas culpables. La razón por la que están aquí, es para llevárselas después de su castigo, tendrán prohibido entrar al castillo por siempre— aunque el tono de voz era calmado y directo, daba miedo de solo escucharlo y no ver ninguna expresión en el rostro de su rey.
Los hombres no pudieron hacer nada más por sus hijas, claro que el castigo del rey, no sería lo único que recibirían. Creían que sus hijas eran mas inteligentes, jamás las educaron para faltarle el respeto a la gente, pero cuan equivocados estaban, por culpa de esas dos jóvenes, ahora incluso su puesto dentro del consejo, estaría corriendo peligro.
Sin dejar de llorar, las chicas rogaban por el perdón, aún seguían alegando inocencia, pero para poco sirvió el llanto, pues su rey era inmune a ese tipo de chantajes. Cuando llegó el verdugo, hicieron que les descubrieran la espalda a las dos mujeres y fueran castigadas con 15 latigazos cada una, para ser un castigo, era algo muy leve.
El rey podía entender en cierto punto, el descontento de tener a una mujer desconocida como su futura reina, tal vez no las castigaba por eso, sino mas bien por haberle faltado el respeto a la mujer que tanto le había dado, por la que su vida se convirtió en algo mejor y por aquella mujer que solo hacía cosas buenas, incluso cuando la trataban mal. Eso era lo poco que podía hacer para defenderla.
—Ahora, largo del castillo. Queda terminantemente prohibido que las familias Sound y Hoster, vuelvan a entrar a este lugar—
Sin darles tiempo de hablar, se fue del lugar, debía ver como eran castigadas las dos concubinas que osaron ir en contra de la voluntad de su reina.
Mientras sucedía el castigo, Dagny y la reina, habían entrado a una habitación grande y hermosa, adecuada para cualquier miembro de la realeza. Los muebles eran rústicos, a simple vista se veía que eran de la mejor calidad. La vista daba a uno de los jardines del castillo, el mas hermoso al parecer, pues las flores irradiaban vida, una cama cómoda, sillones y sillas para varias personas, pero claro que solo serían utilizadas por quien habitará ahí.
—Majestad, se lo agradezco tanto. En casa solo tenía una cama y un pequeño clóset, además de suficientes libros para poder distraerme— su felicidad era indescriptible, por fin estaba sintiendo un tipo de aceptación.
—Me vas a disculpar querida, pero ¿Cómo se atrevían a tratar así a la heredera?— su desconcierto era aceptable.
—Le contaré esa historia después majestad, espero entienda que ahora lo único que quiero es no pensar en ello—
Comprendiendo la situación, la reina de nombre Indivar Tudor, decidió retirarse de la habitación y dejar descansar a la mujer que fue elegida para ser la esposa de su único hijo varón.
—Su majestad, la reina y gobernante justa de Athel— anunciaron desde la entrada a la sala del trono.
—Majestad, exijo un castigo para estas bestias— señala a los guardias —se atrevieron a tratarme como una delincuente.
La mujer de cabellos castaños, no dejaba de quejarse y sobaba su brazo derecho, dando a entender que fue el punto exacto donde la lastimaron.
—¿Soy una buena reina?, me lo pregunto tantas veces, parece ser que no lo soy para que mis propios súbditos vayan en contra de mi voluntad y decisión. ¿Tienen algo que declarar?— la voz, era tenue y suave. A pesar de ello, las mujeres casi temblaron cuando escucharon la pregunta, sabían que se trataba de algo grave, para que la reina borrase su sonrisa del rostro.
—No se de qué habla majestad, no creo haberla ofendido de ninguna manera—
—Cierto majestad, hacemos lo que nos corresponde como esposas del príncipe, me disculpo si no entiendo a qué se refiere—
—Muy bien, ¡Sill!— la decepción era evidente
El hombre entendió a lo que se refería su reina y pronto le trajo una manopla en forma de garras, una donde cabía perfectamente la mano de esa pequeña gran mujer.
Se la puso y dio varios golpes en el rostro de aquellas mujeres, unas que gritaban de desesperación y dolor, pues al ser parte de los dragones, no eran tan susceptibles a materiales comunes, por esa razón los objetos siempre están impregnados de alguna sustancia o material que si afectaban a los dragones directamente.
—Esto les enseñará a no meterse en mis decisiones. Si deben dar una explicación a alguien, pueden decir que la reina las castigó porque osaron ir en su contra, pagándole a doncellas para que atacaran a la futura reina de Athel, por supuesto solo háganlo si quieren sufrir las consecuencias. Conozco a sus padres y se que jamás permitirían que alguien fuese en mi contra, por esa razón nadie se opuso cuando propuse el tratado de paz, claro que también puedo exigir que les quiten el título de concubinas del príncipe— la sonrisa que mostraba, era aterradora para los presentes.
Ahora sabían a lo que se refería la reina, no podían hacer mucho y quejarse no era una opción, ir en contra de la reina, era ir en contra de sus principios, pues la que tenía sangre real pura, era ella y nadie más.