CASADA CON EL TÍO DE MI EX

⪻ Ana Sinclair ⪼

Me encontraba en un encantador café en París, deleitándome con la vista de la Torre Eiffel a la distancia. El aroma del café recién preparado impregnaba el ambiente, mientras que el murmullo de las conversaciones en francés contribuía a crear una atmósfera acogedora. Con mi iPad en mano, revisaba algunos correos electrónicos cuando mi asistente, Valeria, me llamó a través de videoconferencia.

—Buenos días, señora Sinclair. ¿Cómo se encuentra? —preguntó Valeria, su rostro iluminado por una cálida sonrisa.

—Buenos días, Valeria. Estoy bien, gracias, ¿y tú? —respondí, mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro mirando la pantalla.

—Me alegra escuchar que está bien. Yo también estoy bien, gracias. ¿Qué tal le va en París? —preguntó con cortesía, mostrando interés genuino.

—La verdad es que estoy disfrutando mucho de la ciudad. Tiene un encanto especial. Pero cuéntame, ¿cómo avanzamos con los nuevos socios? —dije, cambiando a un tono más profesional y centrado en los asuntos laborales.

Valeria asintió con la cabeza, y su expresión se tornó más seria, indicando que estábamos a punto de tratar un tema importante.

—Todo está progresando tal como lo habíamos previsto. Hemos llevado a cabo reuniones muy productivas y, al parecer, están mostrando un gran interés en nuestra propuesta. Sin embargo, hay ciertos detalles que todavía necesitamos ajustar —comentó, manteniendo un tono respetuoso.

—Excelente. Te pido que me mantengas al tanto de cualquier actualización que surja. Es fundamental que todo se desarrolle de manera exitosa con estos nuevos socios —respondí, mientras tomaba un sorbo de mi café.

—Por supuesto, señora Ana. Estaré muy atenta a cualquier novedad y le informaré de inmediato —respondió Valeria, asintiendo con confianza.

—Gracias, Valeria. Ahora, cambiemos de tema y hablemos de algo más agradable. ¿Qué te parecen los nuevos diseños de moda que he estado desarrollando? —pregunté, tratando de desviar la conversación hacia un aspecto más positivo.

Valeria sonrió de forma amplia, evidenciando su entusiasmo por el nuevo tema.

—¡Son absolutamente increíbles! Me tiene fascinada la manera en que has combinado los colores y las texturas. ¿Qué fue lo que te inspiró para crear esta colección? —inquirió, con su voz llena de admiración y entusiasmo.

—Me inspiré en la majestuosa arquitectura de París y en la paleta de colores que nos ofrece el otoño. Mi intención era crear una colección que encapsulase la elegancia y la sofisticación que emanan de esta ciudad —expliqué, mientras una cálida oleada de orgullo me invadía por el trabajo que había realizado.

—Has conseguido transmitirlo a la perfección. Estoy convencida de que esta colección cosechará un gran éxito —respondió Valeria, esbozando una sonrisa que irradiaba confianza.

—Eso espero con todo mi ser. He dedicado mucho tiempo y esfuerzo a cada uno de estos diseños. ¿Qué opinas sobre los detalles en encaje? —le pregunté, mientras señalaba uno de los bocetos que tenía en mi iPad, deseando conocer su opinión experta.

—Me fascinan. Aportan un aire de delicadeza y feminidad que considero que las hará muy populares —respondió Valeria, asintiendo con entusiasmo.

Continuamos el resto de la conversación analizando los detalles de los diseños y definiendo los próximos pasos para la colección. A medida que conversábamos, sentí cómo mi pasión por la moda me impregnaba de energía y entusiasmo, disipando las preocupaciones relacionadas con James y la compleja situación en la que me encuentro.

Finalmente, tras una hora entera de animada conversación, llegó el momento de despedirnos.

—Te agradezco mucho por todo, Valeria. Estoy segura de que hablaremos pronto —comenté, esbozando una sonrisa.

—No hay de qué, señora Sinclair. Cuídese y disfrute de su tiempo en París —me respondió Valeria, antes de finalizar la llamada.

Permanezco un instante más en el café, observando mis diseños esparcidos sobre la mesa y sintiendo en mi interior una mezcla de esperanza y resolución.

⪻James Starling ⪼

—María, ¿te importaría traerme una copa de vino, por favor? —le solicité a una de las empleadas que se encontraba organizando la sala con dedicación.

Justo antes de que pudiera dirigirse a la cocina, el sonido del timbre de la puerta resonó en el ambiente.

—María, por favor, ve a ver quién ha llegado y abre la puerta —le pedí, sintiendo una leve frustración por la interrupción inesperada.

Pronto escuché a María desactivar el pestillo y abrir la puerta, seguida de un saludo cordial.

—Señora Rachel, buenas tardes.

—Buenas tardes, María. ¿Está mi hijo en casa? —inquirió mi madre con un tono amable .

—Sí, señora. Por favor, pase —respondió María con amabilidad, abriendo la puerta para que ella pudiera entrar.

Mi madre avanzó con paso decidido, y al llegar a mí, me envolvió en un abrazo. Yo correspondí al gesto con cierta rigidez, sintiendo que no había mucho afecto en ese intercambio.

—¿Qué te trae por aquí, mamá? —le pregunté, intentando sonar despreocupado, como si su visita no fuera algo inusual.

—He venido a ver cómo están las cosas y también a buscar a Ana —declaró, mirándome con esos ojos profundos que siempre parecían percibir lo que no se decía con las palabras.

Un nudo se formó en mi estómago y, en un intento inconsciente de calmarme, llevé mi mano a la cintura, sintiéndome nervioso.

—Ana no se encuentra aquí —respondí, esforzándome por mantener la serenidad en mi voz.

—¿Y entonces, ¿dónde está? —preguntó, frunciendo el ceño con desasosiego.

—No tengo idea —admití, sintiendo el peso de su intensa mirada que parecía indagar más allá de mi respuesta.

—¿Cómo que no lo sabes? Es tu esposa, deberías saber dónde está —dijo ella, su tono impregnado de incredulidad y sorpresa.

En ese instante, María apareció con la copa de vino que le había solicitado. La tomé con rapidez y di un sorbo, intentando encontrar una manera de alargar la conversación y pensar en qué decir a continuación.

—Tuvimos una discusión y ella decidió irse —confesé al final, comenzando a caminar hacia la sala principal. Mi madre no se quedó atrás, siguiéndome de cerca y sin cesar en su interrogatorio.

—¿Estás completamente seguro de que solo tuvieron una discusión? Ana no es el tipo de mujer que se va sin una razón válida. ¿Qué fue lo que hiciste, James? —preguntó con insistencia, sentándose en el sofá frente a mí y fijando su mirada en la mía.

—No hice nada, mamá. Ella decidió irse por su propia voluntad. Además, no soy su niñera; no tengo la obligación de estar pendiente de ella todo el tiempo —le respondí, sintiendo cómo la frustración iba creciendo en mi interior, como un nudo que se apretaba poco a poco.

Mi madre me observó en silencio durante unos momentos, sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y desaprobación que me resultaba difícil ignorar.

—James, entiendo que no siempre has sido el esposo ideal, pero Ana te quiere. Si decidió irse, debe haber una razón significativa detrás de eso. ¿Estás completamente seguro de que no hay algo más que no me estés contando? —preguntó, su tono se tornó más suave y comprensivo.

—No hay nada más, mamá. Te repito que solo tuvimos una discusión y ella eligió marcharse. No sé qué más puedo decirte —respondí, intentando que mi voz sonara convincente, aunque en el fondo me sentía inestable.

Mi madre soltó un suspiro profundo y se dejó caer sobre el sofá, cerrando los ojos por un instante, como si buscara reunir sus pensamientos y encontrar la respuesta correcta en medio de la confusión.

—¡No tengo ninguna responsabilidad en que Ana haya decidido irse! Si lo hizo, fue por su propia decisión. ¿Acaso deseas que la persiga, que la implore o que le ruegue que no se marche? Pues déjame decirte que no. Sabes perfectamente que yo nunca estuve interesado en ese tipo de compromiso. Siempre fui consciente de que papá quería imponer su voluntad sobre mi vida. Lo bueno de todo esto es que ya no está aquí para dirigir mis decisiones.

Mi madre me lanzó una mirada llena de enojo, y antes de que pudiera reaccionar, me propinó una cachetada contundente que resonó con fuerza en toda la habitación, como un eco que llenó el aire tenso.

—¡No te atrevas a hablar así de tu padre! —exclamó, su voz cargada de furia y sus ojos ardían con una intensidad que me hizo retroceder—. Escucha bien, James, si no encuentras a Ana, estarás metido en serios problemas. Y no digas que no te lo advertí.

Tras esa advertencia, se dio la vuelta y se marchó, murmurando maldiciones al nombre de Ana, como si cada sílaba fuera una descarga de frustración.

—¿Por qué tenías que aparecer en mi vida? —murmuré para mis adentros, atrapado entre la rabia y una desesperación que me carcomía, sintiendo que todo se desmoronaba a mi alrededor.