Promesas De Hielo Y Fuego

La mansión Lindström, rodeada de nieve y silencio, seguía siendo un refugio opresivo para Valentina. Cada día era una lucha interna, no solo contra las secuelas de su enfermedad, sino contra la constante presencia de Bill y el recordatorio de lo que estaba en juego. Las semanas pasaron, y aunque su cuerpo mostraba signos de mejora, su mente y su espíritu aún estaban lejos de sanar.

Valentina pasaba gran parte del día en el invernadero, encontrando en las plantas una distracción de sus pensamientos. El terapeuta asignado por Bill había notado que el contacto con la naturaleza parecía calmarla, y aunque las sesiones de terapia seguían siendo tensas y a menudo infructuosas, Valentina estaba comenzando a encontrar pequeños momentos de paz.

Bill, mientras tanto, continuaba con su rutina habitual, dividiendo su tiempo entre los negocios y las interacciones con Valentina. Aunque intentaba mantener un tono cordial, la tensión entre ellos era palpable. Ambos evitaban las conversaciones largas, pero Bill sabía que, tarde o temprano, tendría que abordar el tema que había estado posponiendo.

Una noche, mientras Valentina estaba en su habitación leyendo un libro, Bill golpeó suavemente la puerta antes de entrar.

—¿Tienes un momento? —preguntó, sosteniendo una bandeja con té y pasteles.

Valentina lo miró con desconfianza, pero asintió, dejando el libro a un lado.

—Quiero hablar contigo sobre algo importante —comenzó, sentándose en una silla frente a ella.

Valentina se tensó de inmediato, sabiendo que cualquier conversación importante con Bill siempre traía consigo malas noticias.

—He estado observando tu progreso —continuó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Estoy orgulloso de cómo has manejado todo esto.

—¿Por qué siento que hay un "pero" en todo esto? —respondió Valentina, cruzándose de brazos.

Bill suspiró, como si estuviera preparándose para algo difícil.

—Tu recuperación ha sido más rápida de lo que esperábamos. Los médicos están optimistas de que en un mes estarás completamente recuperada.

—¿Y? —preguntó Valentina, aunque ya tenía una idea de hacia dónde iba esta conversación.

—Y eso significa que podemos retomar los planes de la boda —dijo Bill, con un tono que intentaba ser casual pero que no logró ocultar del todo su determinación.

El silencio que siguió fue como un peso que llenó la habitación. Valentina lo miró, incrédula, mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Estás bromeando, verdad? —dijo finalmente, su voz llena de incredulidad y rabia contenida.

—No estoy bromeando, Valentina. He decidido que la boda será el 17 de marzo.

—¿Cómo puedes siquiera pensar en eso después de todo lo que ha pasado? —estalló ella, poniéndose de pie.

—Porque este matrimonio no es algo que pueda posponerse por más tiempo—respondió Bill, manteniendo la calma—. Entiendo que no estás de acuerdo, pero no es negociable.

Valentina sintió cómo la rabia la invadía.

—¿Y qué pasa con lo que yo quiero? ¿Con lo que necesito? —exigió, con los ojos llenos de lágrimas.

—Lo que necesitas es estabilidad, y eso es lo que estoy tratando de darte —respondió él, levantándose también.

—¡Esto no es estabilidad! Esto es control, es manipulación, y lo sabes —gritó Valentina, apuntándolo con un dedo acusador.

Bill respiró hondo, intentando no perder la compostura.

—Sé que es difícil para ti entenderlo ahora, pero con el tiempo te darás cuenta de que estoy haciendo esto por tu bien.

Valentina dejó escapar una risa amarga, llena de desesperación.

—¿Mi bien? No tienes idea de lo que es bueno para mí, Bill.

—Ya basta, Valentina —dijo él, con un tono que indicaba que la conversación había terminado—. Una semana después de que termines tu recuperación, varios sastres vendrán a tomar medidas para los trajes de boda. No hay más que discutir.

Sin decir una palabra más, Bill salió de la habitación, dejando a Valentina sola con su rabia y su desesperación. Ella se dejó caer en la cama, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.

Esa noche, Valentina apenas durmió. Las palabras de Bill resonaban en su mente, una y otra vez, como un eco interminable. Sabía que estaba atrapada, pero eso no significaba que iba a rendirse sin luchar.

La casa parecía más fría que nunca, y la nieve que cubría el paisaje fuera de la mansión era un recordatorio constante de su aislamiento. Mientras Valentina miraba por la ventana, su determinación creció. No sabía cómo, pero encontraría una manera de recuperar su libertad, sin importar lo que tuviera que hacer.