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ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

Status: En proceso
Genre:Acción / Comedia / Aventura / Amor prohibido / Malentendidos / Poli amor
Popularitas:1k
Nilai: 5
nombre de autor: Cam D. Wilder

«En este edificio, las paredes escuchan, los pasillos conectan y las puertas esconden más de lo que revelan.»

Marta pensaba que mudarse al tercer piso sería el comienzo de una vida tranquila junto a Ernesto, su esposo trabajador y tradicional. Pero lo que no esperaba era encontrarse rodeada de vecinos que combinan el humor más disparatado con una dosis de sensualidad que desafía su estabilidad emocional.

En el cuarto piso vive Don Pepe, un jubilado convertido en vigilante del edificio, cuyas intenciones son tan transparentes como sus comentarios, aunque su esposa, María Alejandrina, lo tiene bajo constante vigilancia. Elvira, Virginia y Rosario, son unas chicas que entre risas, coqueteos y complicidades, crean malentendidos, situaciones cómicas y encuentros cargados de deseo.

«Abriendo Placeres en el Edificio» es una comedia erótica que promete hacerte reír, sonrojar y reflexionar sobre los inesperados giros de la vida, el deseo y el amor en su forma más hilarante y provocadora.

NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

La Peculiar Rosario

Los rayos del sol madrileño se colaban perezosamente por la ventana de la cocina mientras Marta terminaba de hornear unas galletas de mantequilla. El aroma dulce flotaba en el aire cuando el timbre resonó con un chirrido agudo que la hizo dar un respingo. Se limpió las manos en el delantal y caminó hacia la puerta, sus pasos haciendo crujir levemente el parqué.

Al asomarse a la mirilla, el ojo de pez le devolvió la imagen de una adolescente que parecía haber salido de un internado católico de los años cincuenta. La falda plisada en tonos grises caía varios centímetros por debajo de las rodillas, la blusa blanca abotonada hasta el último ojal ocultaba cualquier insinuación de forma, y un sweater azul marino completaba el conjunto. El cabello negro, recogido en una trenza impecable, enmarcaba un rostro que intentaba proyectar seriedad. Era Rosario, y su imagen no podía ser más diferente a la que Marta había visto esa misma mañana: Virginia atravesando el portal con una minifalda que desafiaba la gravedad y un top que más parecía un pañuelo anudado al cuello, provocando que Don Pepe casi se tropezara con sus propios pies al verla pasar.

La contradicción entre las hermanas era tan marcada que parecía una broma del destino: donde Virginia era un carnaval de colores y piel expuesta, Rosario era un ejercicio de sobriedad y recato. Incluso su postura frente a la puerta —erguida, con las manos cruzadas sobre el regazo y la mirada baja— era la antítesis perfecta de los andares felinos de su hermana mayor.

—¡Hola! —saludó Marta al abrir la puerta, sorprendida por la visita inesperada—. Pasa, por favor.

Rosario, con su habitual aire de madurez precoz, entró al apartamento ajustándose el cuello de su blusa con un gesto que delataba su naturaleza conservadora.

—Pasaba para preguntar si tienes sal —explicó con voz pausada—. Virginia está cocinando y ya sabes cómo es ella, siempre se olvida de comprar lo básico.

El apartamento de Marta, bañado por la luz de la tarde que se filtraba a través de las cortinas de gasa, parecía más acogedor que nunca. Las paredes color crema reflejaban un ambiente sereno, apenas interrumpido por el murmullo constante de la ciudad.

—¿Te apetece un té? —ofreció Marta, notando cierta timidez en la mirada de Rosario—. Acabo de preparar galletas de mantequilla.

Los ojos de Rosario se iluminaron brevemente, traicionando su fachada de seriedad. —Bueno, si no interrumpo tus planes...

Mientras Marta servía el té en tazas de porcelana heredadas de su abuela, Rosario, todavía con el uniforme del colegio, observaba con curiosidad las fotografías familiares que decoraban las paredes.

—Virginia dice que Don Pepe te mira como si fueras el último helado en pleno agosto —soltó Rosario de repente, con la franqueza propia de sus diecisiete años—. Y la verdad es que tiene razón.

Marta casi derrama el té, sintiendo un cosquilleo inexplicable en el estómago. —¿Tú... tú también lo has notado? —preguntó, sorprendida por su propia curiosidad.

—Todo el edificio lo nota —continuó Rosario, mordisqueando una galleta—. El otro día le dijo a una vecina que sus ojos eran como aceitunas en su mejor punto. Pero contigo... contigo se esmera más en sus piropos.

Como si hubiera sido invocado por la conversación, la voz de Don Pepe se escuchó desde el pasillo, donde aparentemente realizaba su ronda diaria.

—¡Ah, qué bella tarde para visitar a las flores del edificio! —exclamó con voz cantarina—. ¿Les hace falta algo, señoritas? Especialmente a ti, Marta, que iluminas los pasillos con tu presencia.

Marta sintió que sus mejillas ardían, y para su sorpresa, no era enteramente por vergüenza. Había algo en la manera en que Don Pepe pronunciaba su nombre que la hacía sentir... diferente.

Rosario puso los ojos en blanco. —¿Ves? Es como un disco rayado de frases de conquistador jubilado.

—No, gracias, Don Pepe —respondió Marta con una voz que intentaba ser firme pero que salió más suave de lo que pretendía—. Tenemos todo bajo control.

—¡Pero si el control es lo que hay que perder de vez en cuando! —insistió Don Pepe, su voz alejándose por el pasillo acompañada del eco de sus pasos.

Las manecillas del reloj parecían bailar un vals perezoso mientras Marta y Rosario compartían la tercera ronda de té y galletas. La joven, que había comenzado la visita con la rigidez de una estatua de sal, ahora gesticulaba animadamente, su trenza balanceándose como un péndulo travieso.

—Y entonces —continuó Rosario, inclinándose como si estuviera revelando secretos de estado—, Don Pepe intentó impresionar a la señora del 4ºB con su nueva colonia. Pero se echó tanta que el gato de la señora Carmela estornudó durante una hora. ¡Una hora! —Sus ojos brillaban con malicia contenida—. Virginia dice que parecía que se había bañado en la fuente de la juventud, pero la versión eau de parfum.

Marta no pudo contener una carcajada, casi atragantándose con un sorbo de té. La risa de Rosario, normalmente contenida como todo en ella, burbujeaba ahora con la libertad de una copa de cava recién servida.

—¿Y has visto cómo Arturo, el del 5º, siempre saca a pasear a su perro cuando Elvira sale a correr? —Rosario arqueó una ceja con fingida inocencia—. El pobre animal ya debe estar más fit que Schwarzenegger. 

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Alba Hurtado
se ve excitante vamos a leer que pasa con la vecina del tres b
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