Raquel, una mujer de treinta y seis años, enfrenta una crisis matrimonial y se esfuerza por reavivar la llama de su matrimonio. Sin embargo, sorpresas inesperadas surgen, transformando por completo su relación. Estos cambios la llevan a lugares y personas que nunca imaginó conocer, además de brindarle experiencias completamente nuevas.
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Capítulo 2
Después de volver de compras, dejé lista la cena y luego fui a prepararme para esperar a Otávio. Tomé un delicioso y largo baño de espuma, tenía la piel limpia, hidratada y perfumada.
Luego, fui a elegir entre todos esos disfraces uno que me quedara perfecto, ¡y hoy sería una policía muy sexy!
No podía creer lo que estaba haciendo. Ya eran más de las ocho de la noche y él no llegaba, me mandó un mensaje diciendo que llegaría un poco tarde, porque la reunión se había alargado.
Mientras él no llegaba, decidí probar algunos de los juguetes que compré en el sexy shop. Creo que voy a elegir este, es pequeño y no asusta tanto.
—¡Madre mía! ¡Esto es demasiado! — Digo en voz alta, sorprendida por todas las sensaciones maravillosas que ese pequeño aparato me estaba haciendo sentir.
Pero es mejor parar aquí, solo un calentamiento para la noche.
Eran alrededor de las nueve, cuando sonó mi teléfono. Era la secretaria de Otávio.
—Hola, Kátia.
—Señora Raquel, gracias a Dios que me contesta, disculpe, ¿estoy interrumpiendo su cena?, pero es que le di el número de habitación equivocado, el número de su suite es el trescientos doce.
No entiendo nada, ¿suite? ¿Cena?
—¿Suite?
—Sí, el señor Otávio me pidió que les reservara una mesa en el restaurante Louie Bossie y la suite en el hotel Novotel Brickell para hoy.
Me quedo en silencio asimilando lo que estoy escuchando.
—Ay, Dios mío, era una sorpresa y lo arruiné. — Dice preocupada.
—No te preocupes, querida, ahora entiendo por qué me dijo que me pusiera mi mejor vestido, tranquila, lo arreglaré todo. — Le digo.
—Gracias, señora Raquel.
Después de que colgó, empiezo a atar cabos y los pensamientos contra los que estaba luchando ahora toman lugar. ¿Otávio me estaba engañando? ¿Por eso estaba tan diferente?
Intenté no pensar en esas cosas, pero ahora con esta información, era imposible no hacerlo.
Sin perder más tiempo, me pongo un abrigo sobre el disfraz, cojo mi teléfono y mi bolso, arranco el coche y voy directa al restaurante. Y cuando me estoy acercando, lo veo salir con una mujer, muy sonriente, mis manos tiemblan tanto que apenas puedo sostener el volante del coche. Respiro hondo y decido seguirlo, es muy probable que ahora vaya al hotel.
Y fue como había pensado, entró en el hotel de la mano de esa cualquiera, mi corazón ahora late tan fuerte, siento un nudo en la garganta, pero si quería confirmar que todas mis preguntas tenían respuesta, tenía que ser fría.
Mientras ellos hacen el check-in, me quedo a una distancia desde la que puedo oírlos hablar.
—Señor Otávio, aquí tiene la tarjeta de su habitación, es la trescientos doce. — Dice la recepcionista.
—Debe haber un error, mi secretaria me dijo que era la trescientos veinte.
—Debe haberse equivocado, tenemos reservada la trescientos doce. — Dice la recepcionista.
—Ay, amor, déjalo, vamos a esa misma. — ¿La fresca le llamó amor?
—Tienes prisa, ¿verdad, diablilla? — Dice él y le aprieta el trasero, luego le muerde la oreja, que se le pone roja.
Me hierve la sangre, quiero ver hasta dónde llega este maldito canalla.
Cogen la tarjeta y entran en el ascensor. En cuanto se cierra la puerta, cojo el ascensor de al lado. No puedo llorar ahora.
—Mantén la calma, Raquel, mantén la calma.
—¿Se encuentra bien, bella dama? — Pregunta un hombre con voz grave, estoy tan aturdida que ni siquiera me di cuenta de que este hombre entró conmigo en el ascensor.
—Estoy bien.
—¿Usted también está de vacaciones aquí?
—No. — Digo impaciente. Este ascensor parece que no llega nunca.
La puerta por fin se abre y los veo entrar en la habitación. Le doy tiempo a este hombre para que entre en su habitación, que está al lado de la del miserable de Otávio.
En cuanto el hombre entra, pego la oreja a la puerta para escucharlo, y es una tortura escuchar sus grititos, porque el imbécil está ladrando como un perro.
¡Maldito! ¡Miserable! ¡Entonces esta es la razón por la que llega tarde a casa!
Al poco rato los grititos se convierten en gemidos, se me revuelve el estómago.
—¿Así que le gusta escuchar detrás de la puerta? — La voz masculina a mi espalda me asusta.
Me giro intentando secar las lágrimas, que ahora brotan como una tormenta difícil de controlar y ocultar. Pero ya me siento tan humillada que poco me importa que este desconocido me vea llorar como una niña.
—Lo siento, no vi que estaba llorando, ¿puedo ayudarla? — Pregunta.
—¿Es usted un asesino a sueldo? — Pregunto.
—No, ¿por qué lo pregunta?
—Es que si lo fuera, lo contrataría para matar al desgraciado de mi marido y a la cualquiera de su amante, que están en esa maldita habitación. — Digo llorando, entonces él se acerca.
—Sé que soy un extraño, pero si quiere puede entrar en mi habitación, tomar un poco de agua y calmarse, y luego ver qué va a hacer. — Dice, tal vez si fuera en otra situación jamás aceptaría, pero estoy demasiado descontrolada para conducir, y no quiero que nadie más me vea llorar.
—Acepto. — Digo entre sollozos.
Abre la puerta de la habitación y entro, me acomodo en un sillón.
—Aquí tiene, tome un poco de agua.
—¿Tiene algo más fuerte, tequila, whisky, cualquier cosa que me emborrache lo suficiente como para no poder volver a casa sola?
—Sí tengo, pero no le aconsejaría que se emborrachara pasando por esta situación. Menos aún estando en compañía de un extraño.
—Tiene razón, deme el agua entonces.
Doy un trago de agua y rompo a llorar, lloro más aún cuando escucho los escandalosos gemidos de la fulana.
—Él... Nunca me hizo gemir así... ¡Maldito! ¡Desgraciado! ¡Conmigo era menos de un minuto, y con esa cualquiera ya lleva más de diez que está ahí... Y yo, como una idiota tratando de reavivar nuestra relación, compré disfraces y esos vibradores que me dieron mucho más placer que él! ¡Quiero que se muera!
Me desahogo entre llantos, rabia y odio, digo cosas que nunca pensé en decirle ni siquiera a Rebeca.
—Vaya. — Dice él.
—Lo siento, ni siquiera nos conocemos y parezco una loca. Suelo ser una mujer controlada, pero hoy no puedo mantener la compostura.
—No hay problema, para empezar, no vivo aquí, solo estoy de paso, así que la posibilidad de que nos volvamos a ver es bastante pequeña, así que puede desahogarse todo lo que siente, soy muy buen oyente.
—¡Gracias! Pero creo que será mejor que me vaya a casa, me emborrache y me duerma completamente borracha. ¡Antes, voy a atender el servicio de habitaciones de ese desgraciado!
—Está bien, pero si cambia de opinión, ya sabe dónde encontrarme. — Dijo.
Le di las gracias y salí de la habitación del desconocido. Respiré hondo antes de llamar a la puerta de la habitación, luego me armé de valor y llamé. Quien abrió la puerta fue ella, con una sonrisa en la cara.
—¿Dónde está nuestra champán? — Preguntó, toda melosa.
—Dile a mi marido que quiero el divorcio. — Declaré con firmeza.
—¿Usted es Raquel? — Preguntó con cara de haber visto un fantasma.
—¡Yo misma! — Respondí. Y la cualquiera me cerró la puerta en la cara.
Empiezo a golpear la puerta, pero nada. El cobarde de Otávio ni siquiera aparece, y me siento tan humillada.
—¡Sé que estás ahí, Otávio! — Grité.
—Vete a casa, ya te veo allí y hablamos. — Dice desde el otro lado de la puerta.
Es tan miserable que ni siquiera tiene el valor de enfrentarme.
—Oye, no vale la pena. Venga, yo puedo llevarla a casa. — Dice el desconocido.
—Tiene razón, no vale la pena. No me merezco esto. — Respondo, al darme cuenta de que algunas personas salieron de sus habitaciones y me estaban mirando.
—¿Puedo entrar en su habitación? — Pregunto, avergonzada por la escena que acabo de montar.
—Sí, entre.
Entramos, y entonces le pido una copa fuerte.
—¿Está segura?
—Sí, lo estoy.
—Entonces, la acompañaré. — Dice, llenando dos vasos de whisky.
—Cristhian. — Dice, tendiéndome el vaso. Es un hombre guapo, pelirrojo de ojos azules.
—Hanna. — Miento sobre mi nombre.