Cuarto libro de la saga colores.
Edward debe decidirse entre su libertad o su título de duque, mientras Daila enfrentará un destino impuesto por sus padres. Ambos se odian por un accidente del pasado, pero el destino los unirá de una manera inesperada ¿Podrán aceptar sus diferencias y asumir sus nuevos roles? Descúbrelo en esta apasionante saga.
NovelToon tiene autorización de thailyng nazaret bernal rangel para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
LA TORTURA DE LOS BAILES
...EDWARD:...
Viajé a la capital para empezar con mi ardua búsqueda.
Me alejé en uno de mis apartamentos pequeños y salí a la calle, directo a un prestigioso club de caballeros del que era cliente mi hermano y yo, lo frecuenté poco en el pasado, ya que allí se reunía la crema innata de la sociedad, no me agradaba tratar con nadie gente, ahora debía hacerlo para convertirme en duque.
Empezaría por allí.
Había cambiado mis ropas sencillas, por trajes elegantes dignos de un noble, si quería tener éxito en conseguir una esposa, tendría que interpretar el papel de estirado a la perfección. Llevé un traje negro, con chaleco gris, camisa blanca y pañuelo negro.
Corté mi cabello, hasta dejarlo con mechones que rozaban mi frente y me afeité la barba que había descuidado, dejando solo un bigote rebajado. Ese adorno arriba de mi labio me hacía lucir más atractivo y era un encanto para las damas, pero ésta vez no iba a cazar a una amante, sino a una señorita.
Para eso, organicé un perfil con las cualidades que debía tener, debía ser bonita o por lo menos de apariencia tolerable, que fuese dócil y amigable, para que no representara un enorme esfuerzo el convencerla.
Entré al club de caballeros y me senté en una de las mesas, desatando los botones de mi traje para poder sentarme con más comodidad. Crucé mis piernas y el sueño del club me sirvió un trago.
— ¿Señor Edward? — Se sorprendió el hombre.
— Sí, así es.
— Es una sorpresa verlo aquí ¿Cómo está su hermano?
Me erguí — Él murió.
— Oh, vaya, lo siento tanto, mi más sentido pésame, no estaba al tanto de la noticia.
— Si, es que es su fortaleza, alejado de los conocidos, comprendo el que no se haya enterado — Bebí un sorbo del whisky.
— ¿Usted es el nuevo duque?
— Así es, soy el duque de Slindar, avise a los demás clientes.
— Su excelencia — Se inclinó en reverencia.
Pronto los caballeros empezaron a acercarse a mí. Estaba abrumado de atraer toda la atención, pero con mucha satisfacción ya que obtuve varias invitaciones de los próximos eventos y la ventaja es que nadie sabía que todavía no era oficialmente el duque de Slindar, eso me ayudaba.
Los nobles eran hipócritas y el trato que recibí debido a mi nuevo título no lo habría obtenido en el pasado. La primera y última vez que entré a ese club fui ignorado, mi hermano Guillermo obtuvo toda la atención de los lord, pero a mí no me importó en lo absoluto ya que me rodeé de cortesanas y supe en ese momento que tenía el talento de la conquista y la seducción.
Desde ese momento inició mi vida de mujeriego.
Las cortesanas entraron, la mesa donde me hallaba estaba repleta de hombres.
— Su excelencia ¿Gusta de compañía femenina? — Preguntó el dueño del club, sirviendo otra ronda de whisky.
Observé hacia el grupo de damas reunidas. Unas cuantas sonrisas y saludos fueron dirigidos hacia mí.
— No, gracias, yo...
Me levanté de golpe cuando una de las damas que mantenía su rostro cubierto por el abanico se me hizo conocida. La mujer agitó sus pestañas y me alejé de la mesa para acercarme.
Ese cabello color miel.
¿A caso era ella? ¿Qué hacía en un club para caballeros?
Cuando estuve lo suficientemente cerca alejó el abanico y todas mis suposiciones desaparecieron.
No era la mocosa, me había confundido.
— Guapo ¿Qué se te ofrece? — La mujer agitó sus pestañas — ¿Quieres un poco de mi compañía?
Ni siquiera se le parecía, pero yo la había visto claramente. Parecería ser esa señorita.
¿Qué rayos me ocurría? ¿Y todo ese arranque que fué? Todos los caballeros del club me veían con curiosidad e insinuación por mi reacción hacia la dama.
Ni modo, debía fingir interés para disipar las habladurías.
La observé con interés, dándole una mirada descarada.
— ¿Qué es lo que me ofreces?
La dama se rió, se veía grotesca en comparación a la señorita que me había disparado y cuyo recuerdo de aquella amenaza cuando estaba encendido en fiebre seguía latente.
— Todo lo que desee su excelencia.
— Eso suena tentador.
De nuevo su rostro cambió, convirtiéndose en la señorita. Definitivamente, los tragos me habían afectado.
La cortesana me llevó hacia las habitaciones y me empujó a la cama.
Devoró mi boca, colocando su cuerpo sobre el mío.
La señorita apareció, imponente, humillando mi persona sin ningún apice de compasión y sentí la excitación volviendo.
Al fin, de nuevo estaba al ataque.
Empujé a la mujer y ella rió, pero yo solo podía ver el rostro de esa infeliz, de la causante de mis desgracias, la culpable y mi deseo creció fervientemente.
Estaba tan duro que casi colapso con solo mis pensamientos.
Le arranqué la ropa, pasando mis manos por su cuerpo desnudo mientras se reía y me despojaba de mi ropa.
Me enterré en su interior y empecé a danzar, escuchando sus fuertes gemidos contra mi oído.
Imaginando a esa mujer que tanto odiaba.
Solo cuando estuve consciente, quieto en la cama junto a esa desconocida que dormía, me percaté de lo ocurrido y me desconcerté.
Salté de la cama.
No, no había vuelto, viendo a esa mujer ya no me provocaba nada, tal vez por cansancio, pero no, jamás me cansaba, no con un primer encuentro, siempre hacia cinco o seis.
Me sentí asqueado por primera vez.
Sentí repugnancia por haberme acostado con esa cortesana y me arrepentí.
¿Qué era esto? ¿Por qué de pronto me sentía inmoral de algo tan normal?
Estar con una cortesana era habitual para todos los hombres, no entendí porque de pronto me sentí como una porquería.
Entonces me percaté de que había logrado endurecer mi miembro gracias a que imaginé a esa mujer, no porque sintiera ganas por la dama con la que había compartido el encuentro.
No era el mismo hombre. ¿Qué me sucedía? ¿Dónde estaba Javier?
Esa mujer ¿Por qué se empeñaba en estar encajada en mis pensamientos y en mi mente? De nuevo sentí un escalofrío a pensar en ella y sacudí los pensamientos.
Estaba enojado por eso.
No entendía porque al pensar en ella si podía complacer.
Me vestí apresuradamente y le dejé el pago a la cortesana sobre la mesita.
Salí del club de caballeros, aliviado de huir.
Ya en la calle pude aclarar mi mente.
Tenía las invitaciones y solo me quedaba asistir, encontrar esposa y casarme.
Fácil.
Estaba agradecido de que en aquella cuidad no volvería a encontrarme a esa mujer, de que solo era rabia lo que sentía y que pronto se me pasaría esa afición incoherente.
Volví a mi apartamento y me preparé para el primer evento de la noche, se trataba de un sir.
Me vestí con un traje azul y entré en mi carruaje personal.
Al llegar a la mansión donde se iba a dar el acontecimiento.
Llegué al salón.
Había olvidado la música de mal gusto, las personas estiradas y las señoritas bailando en medio de la pista.
Entré, siendo anunciado por el anfitrión como Edward Javier Delacroix, duque de Slindar.
Capté la atención de inmediato, las damas curiosas me recorrieron con la mirada y me encargué de lucir pulcro, atrayente y hasta enigmático.
Las doñas empezaron a acercarse con sus hijas, eran tantas que no supe a quien dirigirle la palabra primero. Todas hablaban a la vez y traté de corresponder a sus atenciones.
Esas madres parecían estar llevando a cabo una subasta con sus hijas, vendiendo a esas señoritas que me observaban ilusas y maravilladas por mi apariencia.
— Duque de Slindar, no lo había visto en ningún evento — Dijo una de las doñas, de piel bronceada al igual que su hija.
— Recientemente pasé a tener el título.
— Oh, un duque en pleno comienzo de sus funciones, debe ser un cambio importante.
— Así es, pero llevo preparándome para esto desde la niñez — Dije, actuando como todo noble, con formalismo y caballerosidad.
— Quisiera presentarle a mi hija, la Señorita Luisa Vadillo — Ondeó su mano a la dama, ella hizo una reverencia.
— Un gusto conocerle, excelencia.
— Encantado, Señorita Vadillo.
— ¿Por qué no bailan? — Sugirió la doña, sin mucho tacto, casi empujando a la tímida chica hacia mí — La melodía es muy bonita, su excelencia.
— Es cierto, claro ¿Le gustaría concederme ésta pieza? — Pregunté, odiaba tanto el formalizamos y más esa falsa caballerosidad, pero allí no podía comportarme como con mis amantes.
— Sí — Rió nerviosa.
Extendí mi mano, la tomó, llevaba guantes como todas las señoritas de la sociedad.
Por eso no tenía interés en las señoritas, estaban presas, actuaban decorosamente solo para no ser rechazadas, mientras más educadas y recatadas, más posibilidades de tener esposo.
Un tropiezo y estaban destinadas a la soltería.
Había vuelto a mi mundo, un mundo que me ahogaba.
Llegamos a la pista y empecé a bailar.
La señorita estaba nerviosa, tenía las mejillas rojas y evitaba observarme a los ojos. Podía sentir su leve temblor, tampoco era ventajoso ser tan tímida.
La perfección daba asco, por eso yo había elegido mi camino.
— ¿Qué le gusta hacer, Señorita Luisa? — Pregunté después de un giro, sentía la mirada de todos los presentes, ésta noche yo era la atracción.
— Tocó el piano y tejo.
Cliché.
— ¿Pinta?
— Tomé clases — Dió un paso mal y me pisó — Lo siento mi lord — Enrojeció nuevamente — Todavía estoy puliendo mi habilidades en la danza.
— Descuide, sígame contando sobre sus clases de pintura.
— Fuí un desastre, no me llevo bien con el arte.
Lástima, a mí si me gustaba, quería por lo menos que mi futura esposa compartiera mis gustos, porque odiaría a una criticona.
— ¿Por qué no le agrada?
— Pienso que es como un entretenimiento, pero no como sustento para vivir. Además, lo artistas, tienen muy poco tiempo para otra cosa que no sean las pinturas. ¿No le parece su excelencia?
— Claro.
Sonaba tanto a mi padre.
Dejé de hablar, concentrándome únicamente en la danza.
Giros, brazos entrelazados y pasos.
La melodía acabó y me incliné en reverencia, alejándome después de agradecer.
Otra madre me abordó y saqué a otra señorita a bailar.
Esa resultó ser una delicada, al menor comentario sobre su imagen se ofendió, marchándose dramáticamente de la pista.
Las habladurías sobre mí volvieron.
Aquel acto me había dejado mal parado y decidí ir a beber unos tragos antes de atreverme a volver a los bailes. Era una pesadilla, un maldito infierno, era insoportable y agotador tener que buscar señoritas y entrevistarlas.
Me dediqué a hablar con los caballeros del lugar.
Hubo un conocido entre ellos y me tensé.
— Vaya, el nuevo duque de Slindar, si no es por el título no hubiera vuelto a verlo.
— Estaba ocupado, tenía asuntos que atender en Slindar.
— ¿Qué hacía? Siempre veía a su padre y a su hermano pululando en los eventos, pero nunca me topé con su persona.
— Tenía el tiempo ocupado — Corté, impaciente por largarme de aquella cueva de serpientes.
— ¡Lord Erick Delacroix! — Anunció el anfitrión, en lo alto de las escaleras.
Maldición. No contaba con la presencia de ese idiota, si me veía, iba arruinar todo mi plan y me dejaría en evidencia frente a todos, arruinaría mi reputación en el primer día.
Me alejé hacia la oscuridad de una columna de mármol, observando con cuidado.
— ¡Lord Richard Jed, Lady Daniela Jed, condes de Hilaria! — Anunció el anfitrión — ¡Acompañados de su hija, Lady Daila Jed!
Observé que Erick venía acompañado por esos tales condes de Hilaria.
Empezaron a bajar las escaleras.
Detallé a los condes con los que venía, no los conocía.
El conde tenía una barba y el cabello castaño, con algunas canas surcando, llevaba un trajo pulcro.
La condesa era una mujer de cabellos miel, con algunas arrugas y muchas curvas, de vestido crema.
Llegaron al salón y Erick tendió la mano a la hija de los condes, para ayudarla a terminar de bajar las escaleras.
Me tensé, todo mi cuerpo se sacudió en malditas sensaciones cuando observé su rostro.
Era esa mujer.
Tal vez se trataba de una alucinación.
Me froté los ojos, sin dejar de estar oculto tras la columna.
Pero, no. Estaba claro.
Era ella.
Con el cabello en hermosas ondas miel, cayendo por sus hombros y recogido en lo alto con una diadema de perlas.
El vestido era de tono azul claro, con recatado escote y la falda a la altura de sus senos como debía vestir toda señorita.
Llevaba guantes blancos y un collar de diamantes a juego con sus aretes.
Señorita Daila Jed.
No recordaba su nombre, ahora sí.
Era hija de nobles, eso no lo sabía.
De dos condes, pero lo que más me desconcertaba era que estaba en compañía de Erick.
¿La estaba cortejando?
¿Acaso él planeaba adelantarse casándose primero que yo para tener más ventaja?
Apreté mis manos en puño.
No lo iba a permitir.
Lo más prudente era que me retirara sin ser visto.
Erick arruinaría todo si me viera.
Lástima, se había vuelto interesante el baile con la presencia de mi agresora.
— Vaya ¿Y esa hermosura? — Susurró un joven cerca de mí.
— No lo sé, pero es maravillosa, mírala, acaba de convertirse en la joya del baile, voy a bailar con ella — Dijo el otro.
Noté que todos los caballeros la estaban observando y mi presencia pasó a un segundo plano, ya que las demás señoritas también estaban curiosas por la misteriosa señorita y su familia.