"Mi vida cambió en un abrir y cerrar de ojos. Tenía todo lo que siempre había deseado: padres amorosos, una hermana que era mi mejor amiga y un novio que se suponía que me amaba desinteresadamente. Pero un día, al descubrir secretos ocultos que giraban en torno a mí, sentí que el suelo se desvanecía bajo mis pies. ¿Cómo podría haber estado tan ciega?, ¿cómo puede confiar tanto en esas personas?; estos secretos estaban a punto de sacudir los cimientos de mi familia y destruir mi relación."
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Capitulo XX La boda
Punto de vista de Kristen
Mi día especial ha llegado, me preparo para ir a la iglesia donde me está esperando el amor de mi vida. Lo amo con locura y solo quiero estar a su lado para siempre. Me veo al espejo y no puedo creer como me veo. Mi vestido de novia está confeccionado en delicada seda blanca, que fluye suavemente con cada movimiento que doy. La parte superior está adornada con intrincados bordados de encaje, que se entrelazan en un patrón elegante y romántico. Las mangas son ligeras y transparentes, añadiendo un toque etéreo, mientras que la falda se despliega en capas de tul, haciendo que mi silueta pareciera flotar en el aire.
Mis ojos brillaban con un destello de emoción y felicidad. Sentía una mezcla de nerviosismo y alegría al ver cómo el vestido resalta mi belleza. El reflejo no solo mostraba mi atuendo, si no también el esplendor que irradiaba mi gran sonrisa al imaginar que finalmente seré la esposa de Gabriel, el amor se mi vida.
Mi padre fue a buscarme a la habitación, el sería quien me entregaría en el altar. Al verme unas lágrimas salieron de sus ojos y antes se salir me dedico unas palabras.
“Eres tan hermosa hija, me recuerdas tanto a tu madre. Deseo que seas feliz y que junto a Gabriel construyas una gran familia”, las palabras de mi papá casi me hacen llorar, aunque la parte de que me parezco a mi mamá no la entendí. Yo a Emperatriz no me parezco pero ni en las pestañas.
Salimos de la casa hacia la iglesia. Al llegar empieza a sonar la marcha nupcial, veo a Gabriel parado frente al altar esperándome con su particular sonrisa que hacía que mi ropa interior se mojara. Caminé con pasos firmes hasta llegar a su lado, el me miraba con ojos brillantes y sentía mi corazón latir a mil, el tiempo se detuvo en ese instante en el que solo existimos él y yo.
El sacerdote pronunció algunas palabras que en realidad no escuché por estar perdida en la mirada de Gabriel. La ceremonia había terminado. Gabriel me tomo en sus brazos y me dio un delicado beso que me llevo a las nubes. Los aplausos no se hicieron esperar y nuestros familiares se acercaron para felicitarnos. Salimos de la iglesia y fuimos a la recepción donde los invitados ya nos estaban esperando. Fue una velada hermosa, donde solo se reflejaba el amor.
Punto de vista de Gabriel
Estaba en el altar esperando a mi Kristen, los nervios me inundaban, sentía mi corazón salirse del pecho, caminaba de un lado al otro con la ilusión de al fin verla caminar por el pasillo decorado especialmente para ella. Mandé a poner rosas blancas como símbolo del amor más puro que existe entre ella y yo. Mi padre me pedía que me tranquilizara, que pronto llegaría mi novia, pero los nervios me ganaban, de pronto escucho sonar la marcha nupcial y la veo entrar a la iglesia pareciendo un ángel, ella era lo más hermoso que mis ojos vieron jamás. Le dedico la sonrisa más sincera que había salido de mí jamás y ella me responde mostrándome su hermosa sonrisa y ese brillo en los ojos que me decía lo feliz que era.
Llegó a mi lado y su padre me entrega su mano, diciendo algunas palabras. “Ye estoy entregando mi mayor tesoro, cuídala, protegerla, pero por sobre todas las cosas ámala incondicionalmente”. Asentí en respuesta al papá de Kristen y la ceremonia empezó. Mis ojos estaban fijos en los de ella, pienso que al igual que yo no le prestó atención a las palabras del sacerdote, ya que nuestras miradas transmitían lo que el hombre estaba diciendo.
Al terminar la ceremonia, nuestros familiares y amigos nos felicitaron, subimos al auto y nos dirigimos a la recepción, la cual sería en un gran salón decorado de manera sencilla con las flores favoritas de mi esposa.
“Estás hermosa”, le susurré al oído mientras aún íbamos en el auto.
“Tú también estás muy guapo”, respondió ella besando mis labios.
“Eres solo mía, no sabes cuánto te amo mi bella dama”, le dije adueñándome de su boca.
Llegamos a la recepción donde estaban ya esperándonos los invitados. Estábamos felices celebrando nuestra boda. Este era un día especial para ella y para mí y quería que fuera inolvidable.
Punto de vista de Leo
Ver al amor de mi vida uniendo su vida con otro me estaba volviendo loco, imaginar que mi tío le hacía todas las cosas que yo siempre quise hacerle me hacía hervir la sangre. Además, estaba Irene que me tenía harto con su quejadera todo el tiempo, esa mujer era insufrible, no sé en que momento se me ocurrió acostarme con ella.
Los celos me consumieron aún más cuando se levantaron a bailar su primer baile como esposos, ver cómo mi tío pasaba sus manos por su espalda y como ella reaccionaba ante cada toque de él me hacía querer matarlo. Ella nunca debió ser de él, ella es mía y solo mía y me encargaré de que vuelva a ser así.
“Cambia esa cara, las personas están empezando a darse cuenta como miras a la mujer de tu tío”, dice mi padre llamando mi atención.
“Ella no es la mujer de él, no vuelvas a repetir esas palabras, ella es mía y lo volverá a hacer”, dije lleno de odio y resentimiento, si tan solo mi padre me hubiera apoyado una sola vez en la vida, nada de esto estuviera pasando.
“Ya basta, Leonardo, tranquilizante. Creo que es mejor que te vayas con tu esposa”, intervino mi madre tratando de tranquilizar la situación.
“Ja, ja, ja, mi esposa, ella solo es una mujer astuta que supo cómo enredarnos a todos”, vi a Irene a los ojos sin importarme como se sintiera.
“Leo, mi amor, por favor controlarte, hazlo por nuestro hijo”, dijo Irene con esa voz hipócrita que tenía.
Mi padre me obligó a dejar la recepción y llevarme conmigo a mi esposa. Salí de ahí pero me jure recuperar al amor de mi vida aunque para eso tenga que hacer cosas terribles.