Solo Elena Mirel puede ser la asistente de Maximiliano Kade Deveron. Uno de los hombres más poderosos a nivel internacional.
Visionario, frío. Muchos le temen. Otros lo idolatran. Pero solo ella puede entender su ritmo de trabajo.
Pero la traición del novio de Elena hace que Maximiliano descubra que Elena le interesa más de lo que él se pueda imaginar.
Acompáñame a descubrir que pasará con este par.
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Vidas parecidas 04
Pero no se estabilizaba. Las responsabilidades aumentaban. El presidente dependía cada vez más de ella. Las decisiones eran más grandes. El ritmo más salvaje.
Y Elena, sin quererlo, se perdió un poco más en ese mundo de perfección y exigencia.
Aun así, mantenía la relación con esfuerzo. Amada Julián, aunque de una manera silenciosa, menos demostrativa. Lo cuidaba con gestos pequeños: le preparaba café por las mañanas cuando podía, le enviaba mensajes breves recordándole cosas importantes, organizaba los fines de semana fuera de la ciudad de vez en cuando, buscando conectar.
Pero la atención estaba ahi, flotando, invisible.
Fuera de su trabajo, Elena llevaba también un peso emocional que nadie conocía. Su padre vivía a tres horas de la ciudad. Ella hablaba con él cada dos o tres veces en la semana, le enviaba dinero, se aseguraba de que tuviera todo lo que necesitaba. Pero a veces la invadía la culpa por no visitarlo lo suficiente. La distancia no era solo geográfica; era también emocional. Desde la muerte de su madre, padre e hija se habían vuelto personas que se querían profundamente pero no sabían. Cómo expresarlo sin evitar el dolor.
Los sábados por la tarde era un momento más íntimo. se sentaba junto a la ventana de su apartamento, dejando que la luz dorada bañara la habitación. tomaba una taza de té, escuchaba música suave y abría su cuaderno de acuarelas. Cada pincelada era un pensamiento liberado, una emoción que no se atrevía a decir en voz alta. A veces pintaba paisajes que nunca había visto, a veces rostro que parecían sacado de sus propios memorias fragmentadas.
Era la única actividad que le hacía olvidar que su vida profesional por completo.
Los domingos por la mañana, solía reunirse con su mejor amiga, Camila Duránd.
Camila era lo opuesto a Elena: extrovertida, sarcástica, impulsiva. Trabajaba en Marketing, para una firma de moda y siempre se vestía como si fuera a pisar una pasarela. Camila era la única persona que lograba arrancarle confesiones a Elena.
-- ¿Y qué tal el presidente? -- preguntó una vez, mientras bebían café en una terraza.
-- Intenso. -- respondió Elena, rodando los ojos. -- Como siempre.
-- ¿Y tú? -- insistió Camila, entre cerrando los ojos. -- ¿Cómo estás tú? --
Esa pregunta siempre la hacía flaquear.
-- Bien. -- respondió, con esas sonrisa serena que usaba, para todo.
Pero Camila no se tragaba las máscaras. -- No tienes que ser fuerte para mí, ¿sabes? --
Elena bajo la mirada. -- Si dejo de ser fuerte. -- susurró. -- No sé quién sería. --
Camila tomó la mano de Elena. -- Serías tú. Y eso es suficiente. --
Elena nunca respondía a eso. no sabía cómo.
A pesar de su éxito, de su inteligencia, de su belleza, había una soledad que la acompañaba siempre, como una sombra suave. No era la típica soledad dramática, sino una más profunda: la de una mujer que carga demasiado, que se exige demasiado, que no sabe cómo descansar sin sentirse culpable.
Su novio lo percibía. Su amiga lo sabía. Su padre lo intuía.
Pero solo Elena podía enfrentarlo.
Por las noches, antes de dormir tomaba un libro. No de negocios, no de economía, no de tecnología. Leía novelas antiguas, de historias románticas, relatos que hablaban de vidas simples, de personas que se permitían sentir sin miedo. Se preguntaba, a veces, si ella sería capaz de algo así.
Su vida fuera del trabajo no era desdichada. Era, de hecho, bastante hermosa. Pero estaba hecha de silencios, de rutinas para sostenerse, de emociones escondidas y una búsqueda de constante equilibrio.
Era una mujer que lo tenía todo... excepto tiempo para sí mismo.
👤
Maximiliano Kade Deveron.
En cambio, la vida de Maximiliano era una figura casi mítica: el presidente impecable de Deveron Industries, un imperio tecnológico, un hombre cuya mirada podía desestabilizar a un ejecutivo con décadas de experiencia. En el piso cuarenta y uno del rascacielos corporativo. Maximiliano dominaba cada conversación, cada sistema, cada decisión. Pero fuera de ese mundo hecho de acero, vidrio y poder, existía otra versión de él: una más oscura, más silenciosa, más humana... más profunda y solitaria.
Cuando terminaba su jornada de trabajo, qué rara vez ocurría antes de las Diez de la noche. Maximiliano cerraba su laptop, recogía su abrigo y salía por la puerta privada del edificio. Evitaba el lobby principal. No le gustaban las miradas, ni los saludos innecesarios, ni que los empleados lo vieron vulnerable después de horas de trabajo. La fachada del hombre perfecto debía permanecer intacta.
Su chofer lo esperaba, su auto negro que se mezclaba con la noche. La ciudad brillaba con luces amarillas y rojas. Pero él rara vez observaba el paisaje. Miraba por la ventana con la expresión del hombre que piensa demasiado, qué carga demasiado, que nunca apaga su mente.
El camino hacia su penthouse era silencioso, impecable, casi clínico. Su vida, en gran parte, también lo era.
Su hogar ocupaba el último piso de un edificio moderno, con ventanales que mostraban la ciudad como un tablero iluminado. Pero aunque desde afuera todo parecía lujo, por dentro reinaba un vacío elegante. El espacio era amplio, ordenado hasta lo obsesivo. Muebles minimalistas, líneas rectas, arte contemporáneo en blanco y negro. Nada fuera de lugar. Ni una fotografía familiar. Ni un rostro de vida espontánea.
Porque Maximiliano nunca fue un hombre de hogar. El penthouse era solo un refugio silencioso para dormir y pensar, no un sitio para vivir.
Tras dejar su maletín sobre la mesa de mármol, camino hasta el bar privado. Se sirvió un whisky caro, siempre el mismo, siempre la misma cantidad. No era un hábito de disfrute: era un ritual. El whisky lo acompañaba como la única compañía constante que no demandaba nada de él.
A veces encendía la televisión sin volumen, solo para llenar el silencio. Otras veces se sentaba en la terraza, mirando el horizonte nocturno mientras fumaba un cigarro. Ese era uno de los pocos vicios que se permitía, siempre en privado. Nadie en la empresa sabía que fumaba. Su forma de romper, por unos minutos, la perfección que el resto del mundo esperaba de él.
La gente creía que Maximiliano tenía una vida personal intensa, llena de eventos sociales, lujos y amistades influyentes. Pero la verdad era distinta. Casi no tenía amigos. Su círculo era mínimo, reducirlo a colegas con los que compartía intereses profesionales, algún antiguo compañero de universidad, y poco más. Nunca se permitía intimidad real. Prefería mantener a todos a distancia.
no está enamorada ni tampoco necesita esa acuerdo matrimonial 🤔🤨