Giorgia Bellini, una joven de 22 años, proviene de una familia conservadora y con una madre feminista. Tiene poco interés por las relaciones personales y el sexo. Su vida cambia cuando descubre que su mejor amiga, Livia Vespucci, también de 22 años, está en una relación con un novio dominante. Aunque Livia asegura estar feliz, Giorgia empieza a sospechar que algo no está bien.
Preocupada por los comportamientos controladores del novio de Livia, Giorgia investiga el BDSM por Internet y descubre que lo que está viviendo Livia no es una práctica sana, sino abuso. Decide llevarla a una comunidad de BDSM, con la excusa de querer aprender, pero su verdadero objetivo es que Livia se dé cuenta de que su relación no es BDSM, sino abuso.
Mientras Giorgia se adentra en este mundo, conoce a un dominante que cambia su perspectiva sobre el amor y el control. Ahora, debe enfrentar un dilema: ¿puede ayudar a su amiga sin arriesgar su amistad y su propio corazón?
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Necesito un abrazo.
La habitación queda en un silencio abrumador, interrumpido solo por la respiración entrecortada de Livia. Su piel arde, no solo por los golpes de la fusta, sino por la humillación que la envuelve como un sudario invisible.
Sus piernas se mueven solas en pequeños espasmos, pero no se atreve a moverse. Sabe que Matteo puede salir en cualquier momento para comprobar si ha obedecido. Su mente es un torbellino de emociones contradictorias: vergüenza, miedo, sumisión… y algo más oscuro, algo que le cuesta nombrar.
Livia había leído sobre el BDSM. Le intrigaba la idea de entregarse a alguien que la guiara, que la entendiera y la protegiera mientras exploraban juntos sus límites, mientras obtenía un poquito de atención que jamás tuvo. Pero cuando conoció a Matteo, supo que algo estaba mal. Sin embargo, ella no sabía de ese mundo. ¿Y si así era?
Su mente viaja a una de sus tantas sesiones de placer.
—Te dije que no me gusta que me amarres tan fuerte —murmura, sintiendo cómo las ataduras cortan la circulación de sus muñecas.
Matteo sonríe, pero sus ojos no reflejan ternura, solo poder.
—Oh, vamos, no seas tan delicada. Dijiste que querías ser una buena sumisa, ¿no?
Livia traga saliva. Habían hablado de límites antes, pero él los ignoraba con excusas. "No puedes saber si te gusta o no si no lo pruebas". "No eres una verdadera sumisa si cuestionas mis órdenes". "La resistencia es parte del juego". Palabras que al principio parecían de un maestro experimentado, pero que ahora sentía como cadenas invisibles.
—Quiero parar —susurra, moviendo las muñecas.
—No hemos terminado —dice él con frialdad, ignorando su incomodidad.
El pánico crece en su pecho. Su palabra de seguridad… ¿por qué no la escucha?
Matteo toma un látigo de tiras y golpea. Ella arquea la espalda y gime.
—Sabes que detesto esos ruidos.
Otro golpe cae sobre ella.
Las lágrimas llenan los ojos de Livia. No es así como debe sentirse. No debe haber miedo en algo que se supone está basado en confianza.
No está bien. Esto no está bien — se repite.
Matteo se acerca a ella y se posiciona detrás sin esperar más, embiste. No le avisa, no le suelta las manos.
El tiempo se vuelve algo raro, como si el reloj se papara y se burlara de ella. No sabe si han pasado segundos o años desde que él entró en ella. Sus sentidos se desconectan, vuelan lejos de la habitación, de la alfombra áspera bajo sus rodillas, del aire que le llena los pulmones. Se aferra a un recuerdo de la infancia, a la sensación de su madre peinándole el cabello con dedos suaves, la única vez que lo hizo. Ese lugar es seguro. Aquí no lo es.
Toma un vibrador pequeño y lo pone por delante mientras no para de embestir. Cuando siente que su cuerpo está a punto, se detiene y comienza de nuevo.
—No te atrevas a correrte —amenaza, y ella suprime un gemido.
Matteo sigue embistiendo y se desahoga en ella. El cuerpo de ella se tensa al sentir su calidez dentro, pero él no le permite dejarse llevar.
—No te atrevas a hablar... No tienes permiso —aprieta los dientes y las palabras salen como un gruñido.
Esta vez no le da un orgasmo.
Cuando todo termina, Matteo la suelta sin una palabra de consuelo, sin preguntar cómo se siente. Se acomoda la ropa como si nada hubiera pasado.
—Tienes que acostumbrarte. Si quieres estar conmigo, tienes que aprender.
Livia se queda en la cama, con marcas en su piel y una sensación de vacío. No de sumisión, sino de violación de su voluntad.
Matteo sonríe. Tranquilo. Como si hubiera hecho algo bueno. Como si esto fuera amor, está es su versión de dominio control.
Su mente sale de ese recuerdo y es entonces cuando una voz en su cabeza, suave pero firme, se impone entre el caos.
No está bien.
Livia pasa saliva y se obliga a abrir los ojos por completo. Las luces de la sala proyectan sombras alargadas en las paredes grises, como si incluso el espacio a su alrededor reflejara su estado interno. No puede quedarse aquí. No otra vez.
Sus dedos se cierran en puños sobre sus muslos desnudos. Siente el galopar acelerado en su pecho, la ansiedad trepa por su garganta. ¿Y si Matteo se enoja si se mueve? ¿Y si esta es otra de sus pruebas?
Pero… ¿y si esta vez no se detiene?
Con un movimiento apenas perceptible, Livia flexiona los dedos de los pies sobre la alfombra. Un pequeño desafío que la hace sentir algo parecido al control. Luego, con toda la cautela del mundo, desliza una mano hasta su estómago, como si necesitara aferrarse a sí misma.
No puedo más.
Finalmente, como si rompiera las cadenas invisibles que la mantenían en su lugar, se pone de pie.
El eco de su propia respiración es lo único que la acompaña mientras recoge su ropa esparcida por el suelo. Sus manos tiemblan al abrocharse la blusa, su corazón retumba con cada botón que asegura en su sitio.
No puede quedarse aquí. No puede seguir pretendiendo que esto es normal. ¿O tal vez sí lo es y ella no está preparada para esto?
Dirige una mirada hacia la puerta de la habitación de Matteo, cerrada como un muro entre ellos. Sabe que él no se dormirá todavía. Esperará, vigilando, esperando que ella siga exactamente donde la dejó.
Pero esta vez, Livia decide hacer algo diferente.
Con pasos mudos, se acerca a la puerta principal. La manija está fría en su mano, como un recordatorio de la realidad. Con un último suspiro tembloroso, la gira y la puerta se abre.
Y Livia, por primera vez en mucho tiempo, cruza el umbral sin mirar atrás. Necesita espacio, siente que se ahoga. Sabe que esto puede parecer un acto desagradecido, porque él siempre estuvo allí para ella. No hay cosas que ella desee y que él no le dé, pero en este momento necesita un abrazo.
El frío aire golpea su rostro. Respira y camina cabizbaja hasta conseguir un taxi. Saca su teléfono y marca el número que sabe que no dejará de contestarle, sin importar la hora ni las circunstancias. No hay forma de que ese número no responda.
El teléfono repica una vez y la llamada se contesta. Livia suspira con una paz inmensa cuando escucha su voz.
—¿Liv, estás bien?
Una simple pregunta de parte de Giorgia, y es lo único que falta para que el nudo en su garganta se deshaga.
—¿Puedo quedarme en tu casa?
Su voz es lastimera, y sus sollozos son muy obvios.
—Claro, Liv. ¿Qué ocurrió? ¿Dónde estás? —Giorgia está muy intranquila.
—Voy en camino, Gio —dice y corta la llamada sin más explicaciones, dejando a Giorgia con gran preocupación.
Si será cierto 🙂 de tomate tu tiempo.
O no lo pienses mucho y dadme 🫴 la respuesta.. 🫢🙂🙂🙂🙂