Tras años lejos de casa, Camila regresa solo para descubrir que su hermana gemela ha muerto en circunstancias misteriosas.
Sus padres, desesperados por no perder el dinero de la poderosa familia Montenegro, le suplican que ocupe el lugar de su hermana y se case con su prometido.
Camila acepta para descubrir que fue lo que le ocurrió a su hermana… sin imaginar que habrá una cláusula extra. Sebastián Montenegro, es el hombre con quien debe casarse, A quien solo le importa el poder.
Pronto, los secretos de las familias y las mentiras que rodean la supuesta muerte de su gemela la arrastrarán a un juego peligroso donde fingir podría costarle el corazón… o la vida.
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Sin palabras.
Estamos rodeados de personas que nunca había visto y no termino de escucharlo, ya que camino buscando a mis padres. Los veo y, con el corazón latiéndome, me acerco hacia ellos.
—¿Por qué no me dijeron? ¿Carina estaba enferma y no hicieron nada para ayudarla?
Les alzo la voz, molesta, y ellos sonríen guardando las apariencias, algo que no me importa.
—Cállate, que te escucharán.
Me dice mi madre.
—No me importa, quiero una explicación.
Mi padre me toma del brazo y salimos.
Me quita las flores que tengo en la muñeca y tapo mi boca cuando el llanto me sale.
—¿Quién te dijo tal mentira?
—Eso no importa.
—Escucha, si fue Leo no le creas; viste lo tomado que está. ¿Le crees a una persona como él, que no soportó que tu hermana lo rechazara?
Me dice y limpio mis ojos.
—Carina te necesita adentro.
Me dicen y volteo a ver a Gabriel, el amigo de Sebastián.
—Piensa antes de hacer las cosas.
Me dice mi madre y continúo adentro donde los meseros están sirviendo la comida.
Me siento en mi lugar y Sebastián está serio.
Dalila me ve desde lejos, enojada.
—¿Puedes dejar en paz a mi hermana?
Me dice el hombre a mi lado.
—Si lo que quieren es que me deje, eso no pasará.
—Nadie está diciendo eso; solo que parece que solo te gusta provocarla.
—Que no se me acerque entonces.
Le digo y lo escucho respirar fuerte.
—Siempre supe que eras una mosquita muerta.
Me dice Lara, la hermana de Leo.
—Lara, cuidado con lo que dices.
Le dice Sebastián, y por primera vez me quedo sorprendida, ya que no esperaba eso del hombre a mi lado.
—Provocas a mi hermano como la golfa que eres.
Me dice y le doy una cachetada que no se espera; los invitados miran en nuestra dirección.
—Yo no soy quien anda de golfa y se dejó embarazar por su chófer, así que dime, ¿quién es la golfa?
Le digo; y es que Carina le sabía algunas cosas a una que otra persona.
Ella me mira sorprendida y la veo alejarse. Una pareja se levanta con ella; me imagino que son sus padres, y Leo voltea a verme antes de salir.
La gente se levanta lista para irse y eso es lo que quiero.
—Esto parece un funeral y no la boda de mi nieto.
Dice y noto al abuelo de Sebastián entrando con dos hombres de trajes negros.
—Así es como tratan a un integrante de la familia Montenegro.
Habla más fuerte mientras se acerca a nosotros.
—Aún ni me muero y tratan a mi familia como a una común.
Sigue hasta llegar de frente, extiende su mano entregando unas llaves.
—Es dónde vivirán.
—Ya tenemos un lugar.
Le dice Sebastián y el abuelo endurece su rostro.
—¿No piensas llevarla a casa de tus padres, o sí?
—No.
—Es mi regalo de bodas.
Dice insistiendo y me ofrece las llaves a mí; las agarro dando las gracias y creo que este lugar es mejor que cualquiera que Sebastián haya elegido.
—Abuelo, casi no veremos a Sebastián.
Dice Dalila y el abuelo la mira mal.
—Si sabes que al casado casa quiere, déjenlo respirar; ahora tiene una esposa de quién preocuparse.
Dice y me es difícil no reírme.
Ellos voltean a verme.
—Estoy cansada.
Les digo y Dalila se acerca.
—Abuelo, ¿supiste lo que hizo anoche? Esta mujerzuela...
Dice y la mirada del abuelo la calla.
—Modera la forma de hablarle a la esposa de tu hermano.
Le dice y ella me ve molesta; sus padres se acercan y ella me hace frente.
—Solo es una cualquiera que...
—Dalila, guarda silencio.
Le grita el abuelo y ella retrocede; sus padres se disculpan con el abuelo.
—Mi nieta ya me dijo que le robaron la tarjeta.
—Ajá, sí.
Dice Gabriel en una esquina y Sebastián lo mira molesto.
—Este asunto quedó cerrado; ya no quiero que se vuelva a hablar del tema. Sebastián, lleva a tu esposa a su nueva casa.
Dice y sujeto mi vestido mientras caminamos a la salida.
—Nadie sale de esta sala hasta que yo lo diga.
Les dice a los invitados.
Espero el carro y no tardan en llevarnos. Sebastián abre la puerta y entro; cierra fuerte y luego ocupa su lugar.
—Tú vuelves a hacer lo mismo que hiciste ayer o siquiera me haces quedar como un imbécil; ni por qué tus padres supliquen de rodillas se te perdonará.
—Ah, mira qué bien, eso quisiera verlo.
Le digo y frena de golpe, haciendo que me golpee la frente con el tablero.
—¡Imbécil!
Le digo tocándome la frente.
—¿Cómo me acabas de llamar?
Me dice molesto.
—¿Aparte de imbécil eres sordo? ¿Y además ciego? Mira lo que hiciste.
Le digo tocándome la frente.
—Por lo que veo, estos años solo fingiste ser educada; eres una mujer mal hablada. Eso ocurrió por no ponerte el cinturón de seguridad.
—¡Frenaste de golpe, imbécil!
Le digo, pero él me sujeta del mentón, molesto.
—¿Crees que mi abuelo te protegerá? ¿Por eso respondes así?
—No necesito que nadie lo haga, puedo sola.
Le digo, haciendo que me suelte y vuelva a la carretera.
—Por tu comportamiento les alargaré a tus padres la ayuda que me pidieron.
—Ah, mira qué bien.
Le digo repitiendo lo mismo; sonrío ya que él se queda callado y las calles son más privadas, era de esperar.
Llegamos a una propiedad enorme; es hermosa, no lo negaré.