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Sin Reglas

Sin Reglas

Status: En proceso
Genre:Amor-odio / Diferencia de edad
Popularitas:6.7k
Nilai: 5
nombre de autor: F10r

"Sin Reglas"
París Miller, hija de padres ausentes, ha pasado su vida rompiendo reglas para llamar su atención. Después de ser expulsada de todas las escuelas, sus padres la envían a una escuela militar dirigida por su abuelo. París se niega, pero no tiene opción.

Allí conocerá a Maximiliano, un joven oficial obsesionado con las reglas. El choque entre ellos será inevitable, pero mientras París desafía todo, Maximiliano deberá decidir si seguir el orden... o aprender a romper las reglas por ella.

Una comedia romántica sobre rebeldes, reglas rotas y segundas oportunidades.

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capitulo 4

Narrado por Paris Miller.

La rabia que sentía era tan grande que no podía quedarme tranquila. Ya no era solo rebeldía; era algo más profundo, algo que se había ido acumulando en mi pecho durante años. Desde que llegué aquí, he buscado formas de escapar, pero esto es una prisión de lujo. Con cada paso que doy, con cada mirada de Maximiliano, siento cómo me ahogo un poco más. ¿Qué quieren de mí? ¿Qué esperan que haga, que me convierta en una niña ejemplar de la noche a la mañana? ¡Yo no soy su muñeca de porcelana!

El domingo llegó, y con él, mis padres. Como siempre, con sus sonrisas falsas, como si todo estuviera bien, como si todo fuera perfecto. Mis "queridos" padres. Los mismos que me dejaron aquí como si fuera un problema que se podía resolver a base de dinero y poder. Eran ricos, pero su dinero no compraba mi felicidad ni el amor que tanto anhelaba. Nunca me entendieron, nunca me escucharon, y ahora, ahí estaban, como si nada hubiera pasado, como si todo se hubiera solucionado porque me trajeron un par de regalos caros. Pero no, ya no podía callarme más.

Cuando me vieron, se acercaron con esa falsa preocupación en sus caras.

— Paris, ¿cómo estás? — Dijo mi madre, fingiendo una sonrisa que sabía de sobra que no me iba a comprar.

La rabia me comenzó a arder en el pecho, como un fuego incontrolable. ¿Cómo podía ser tan hipócrita? ¿Cómo podía seguir actuando como si todo estuviera bien?

— ¡¿Cómo crees que estoy?! — Exploté, las lágrimas saltaron de mis ojos, pero no eran de tristeza, eran de furia, de desesperación. — ¡¿Cómo quieren que esté?! ¡Estoy atrapada en este maldito lugar! ¡Llevo años ignorada por ustedes, y ahora vienen a verme como si fuera un perro perdido que necesitan rescatar!

Mi padre frunció el ceño, pero su tono fue frío, como siempre. No había ni rastro de preocupación en su voz.

— Paris, sabes que no tienes motivos para quejarte. — Dijo, cruzando los brazos, mirándome con esa arrogancia que siempre me molestó. — Tienes una vida que muchas personas desearían. Comodidades, un futuro asegurado, acceso a lo mejor de todo. Pero te quejas como si te hubiéramos dejado en la calle.

Me reí, pero no era una risa de diversión, era una risa amarga, llena de veneno.

— ¿Una vida de princesa? — Dije, entre dientes, mi voz rota por la ira. — ¿De princesa? ¿De qué estás hablando? No soy una maldita princesa, soy una niña abandonada. Una niña que fue olvidada por sus propios padres. Ustedes ni siquiera me conocen, no saben lo que siento.

Mi madre me miró con una calma helada que me cortó la respiración, pero la rabia seguía hirviendo dentro de mí.

— Paris, ya basta. — Su voz era autoritaria, fría, tan desconectada de cualquier emoción que casi me dolía. — Te estamos dando todo lo que necesitas, no tienes derecho a quejarte. Tú tienes más que cualquier otra persona, y aún así sigues maldiciendo tu vida. No podemos hacer más por ti.

Mi madre no podía ser más cruel. No me miraba con amor, ni con remordimiento, solo con indiferencia. Como si fuera una molestia. Y eso me destrozó aún más. Ya no tenía palabras, solo sentí cómo el nudo en mi garganta crecía, cómo el dolor se transformaba en rabia pura. Ya no podía soportarlo.

— ¿Sabes qué? — Grité, saltando de mi silla, mis manos temblando de furia. — ¡Lo peor de todo es que ustedes nunca se arrepienten! Nunca. Me dejaron aquí sin importarle, me dejaron en este lugar solo porque les daba igual. ¡Lo único que quieren es que me quede callada y siga las reglas! ¡Pero no! ¡No me voy a callar más!

El odio que sentía por ellos me envolvía. Y aún así, mi madre y mi padre, impasibles, seguían con su fría indiferencia. Estaban acostumbrados a este teatro, pero para mí, ya no era un teatro, era una guerra. Y yo ya no podía más.

— No quiero sus regalos. — Dije, mientras las lágrimas caían con furia de mis ojos. — ¡No quiero nada de ustedes! ¡Nunca los he querido! ¡Nunca me han querido! ¡Y ahora se presentan aquí como si fueran mis salvadores! ¡¿Qué esperan de mí?! ¡¿Qué quieren que haga?! ¡No soy su maldito experimento de laboratorio!

Mi padre finalmente dio un paso hacia mí, su voz baja y firme, como siempre.

— Te crees que tienes derecho a ser así, pero no lo tienes. ¡Te hemos dado todo lo que necesitas! Y si no eres capaz de apreciar lo que tienes, entonces es tu problema, no el nuestro. Ya hemos hecho todo lo que podemos por ti.

Mi corazón se rompió en mil pedazos, pero no podía quedarme callada. Tenía que seguir gritando, tenía que sacar todo lo que llevaba dentro.

— ¡¿Todo lo que pueden hacer?! — Grité, mi voz rasgada por el llanto y la rabia. — ¡Ustedes no hicieron nada por mí! ¡Nada! Solo me dejaron aquí, como si fuera un problema más que no saben cómo solucionar. No me quieren, ni siquiera me entienden. Solo son unos malditos hipócritas.

Maximiliano, que estaba observando la escena desde la puerta, no dijo nada, pero su presencia era insoportable. Lo miré de nuevo, pero esta vez, no me importaba. Ya no me importaba nada. Solo quería que me dejaran en paz.

Mi madre dio un paso hacia mí, su tono aún frío.

— Ya basta, Paris. Si sigues con esta actitud, lo único que conseguirás es que te mandemos a un lugar aún peor.

— ¿Un lugar peor? — Reí con amargura. — ¿Qué puede ser peor que estar aquí con ustedes?

Finalmente, mi padre me miró con una expresión de desgano.

— No tienes idea de lo que estamos haciendo por ti. Haznos un favor y deja de complicarlo todo. — Su tono fue tan autoritario, tan lejano, que me hizo sentir como si fuera una niña pequeña, inútil y molesta.

El silencio cayó sobre la habitación. Solo escuchaba mi respiración agitada, el eco de mis palabras resonando en mis oídos. Ellos me miraban con desaprobación, con una indiferencia tan profunda que sentí cómo mi corazón se rompía aún más.

Lo único que quería era irme de allí, desaparecer, y dejar de ser parte de este maldito juego.

Mis manos temblaban de rabia, y mis pulmones no parecían funcionar.

— ¡Váyanse al carajo! — Les grité con todas mis fuerzas. — ¡Cuando cumpla los 18, ni siquiera sabrán de mí! Me voy a desaparecer del mapa, no quiero verlos nunca más. ¡¿Me oyen?! ¡Nunca más!

Mis padres me miraron, sus rostros fríos e inquebrantables. No entendían nada. No entendían lo que me hacían sentir. No entendían cómo me destrozaban con cada palabra, con cada mirada. Ellos no sabían lo que era estar sola, verdaderamente sola.

Finalmente, mi padre dio media vuelta.

— Está bien, Paris. Haz lo que quieras. Nosotros seguiremos con nuestras vidas.

Y así, sin más, se fueron, dejándome ahí, atrapada en mi furia y dolor. Me quedé allí, parada en el centro de la sala, respirando con dificultad, tratando de calmarme, pero el aire me faltaba, la ansiedad comenzaba a invadir mi cuerpo. El miedo a la soledad, la rabia, todo se me venía encima.

No supe en qué momento, pero las luces del pasillo comenzaron a desdibujarse ante mis ojos, mi respiración se volvió irregular, mi corazón palpitaba tan fuerte que me dolía. Mis piernas temblaron y me dejé caer al suelo, cubierta de sudor, incapaz de controlar lo que estaba sucediendo.

Lo vi, en el umbral de la puerta. Maximiliano. No dijo nada, no hizo nada. Solo me miró, como siempre, como si yo fuera un problema más, una molestia más. Me miró fijamente, sin hacer un solo movimiento, y luego, simplemente se dio la vuelta y se fue.

Sentí cómo la desesperación me envolvía. ¿Por qué no hacía nada? ¿Por qué me dejaba en ese estado? ¿Por qué nadie me entendía?

Fue entonces cuando escuché unos pasos apresurados, un ruido en el pasillo. Era él. Mi abuelo. Entró rápidamente y me vio allí, tirada en el suelo, luchando por respirar. Sin decir una palabra, se agachó y me levantó con facilidad.

— Vamos, Paris. — Su voz era suave, cálida. — Vamos a la enfermería.

No le respondí, pero en mi mente, una sola idea rondaba: él era la única persona que realmente se preocupaba por mí. Sin importar lo que pensara Maximiliano o mis padres, mi abuelo sí entendía. Y con él, sentí que al menos alguien quería ayudarme.

Me tomó de la mano y me guió, y aunque mi cuerpo seguía temblando, algo dentro de mí se calmó. Al menos él estaba ahí. Y eso, por primera vez en mucho tiempo, me dio un poco de paz.

[...]

Pasaron varias horas desde que mi abuelo me dejó en la enfermería, y aunque el ataque de ansiedad había disminuido, mi cabeza seguía dando vueltas. Mis padres se habían ido, pero el daño que habían causado seguía retumbando en mi pecho. No tenía ganas de nada. El peso de la impotencia me aplastaba. La última cosa que quería hacer era enfrentar a alguien más, especialmente a Maximiliano. Ya había tenido suficiente de él y de su actitud perfecta.

Me quedé en mi habitación, recostada en la cama, mirando al techo, tratando de bloquear todo lo que me rodeaba. Pero la puerta de mi habitación se abrió con un golpe seco. Sabía quién era antes de siquiera mirarlo.

— Paris. — Su voz era firme, como siempre, pero había algo más en ella. Algo más imponente. Maximiliano estaba aquí, y aunque intentó mantener su distancia, su presencia era casi insoportable.

Me giré en la cama, tapándome con la manta. No quería que me viera. No tenía ganas de que me diera otra de sus lecciones de vida, ni de escuchar cómo me diría que todo esto era culpa mía. ¿Qué se pensaba? ¿Que me importaba?

— ¿Qué quieres, Maximiliano? — Dije con tono cansado, casi apagado, sin levantar la cabeza.

— Sal de la cama, Paris. — Su voz era dura, pero algo en ella me hizo levantar la vista hacia él. Maximiliano ya no estaba tan calmado como siempre. Algo había cambiado. Su mirada era recta y no se movió ni un centímetro. — No es hora de quedarte aquí llorando. Esto no es un centro de rehabilitación ni un lugar para tus niñerías.

Mi mandíbula se apretó, mis dedos se tensaron sobre la manta, pero no dije nada. No podía.

— Escúchame bien. — Dijo con una calma que no me engañaba. — Esto es un internado militar. Un internado donde las reglas se cumplen y donde no hay lugar para tus caprichos.

Me levanté de la cama lentamente, mis ojos fijos en él, con la mirada perdida, llena de rabia.

— ¿Sabes qué, Maximiliano? No tengo ganas de nada. — Le respondí con el mismo tono desinteresado, incluso un poco desafiante. — No tengo ganas de hacer nada, ni de escuchar tus órdenes.

Maximiliano no parpadeó. Su expresión se endureció más, y pude ver cómo su postura se volvía aún más firme. El cambio fue tan rápido que casi no pude creerlo.

— Lo que no tienes, Paris, es actitud. — Su voz era más fría ahora, más autoritaria. — Si vas a seguir aquí, debes entender que esto es un internado militar. No estás aquí para que te den cariño ni para hacer lo que te plazca. Estás aquí porque tus padres decidieron que este es el lugar para ti.

Mi rabia se disparó, pero no lo dejé ver. No iba a darme el lujo de mostrarme débil frente a él. Aun así, mi respiración se aceleró.

— Pues ya lo sabes, Maximiliano. — Respondí con un suspiro de desesperación. — No me importa. No tengo ganas de nada.

— Pues no tienes opción. — Me interrumpió, avanzando un paso hacia mí. — Tienes que ponerte el uniforme, salir de esta habitación y preparar tu mente para lo que te espera. No te voy a seguir tolerando tus berrinches. Ya basta de quejas.

Mis ojos ardían de furia, pero no podía hacer nada más que escuchar sus palabras. No podía soportarlo, pero tampoco podía escapar.

— No me importa lo que me hagas. — Le grité, alzando la voz, pero él ni siquiera se inmutó. — Haz lo que quieras, Maximiliano.

Pero su expresión cambió. Ya no era el chico tranquilo que me había cruzado desde el primer día, no era el chico que solo me observaba desde lejos. Ahora estaba totalmente firme, implacable.

— Muy bien, Paris. — Dijo con total autoridad. — Si no tienes ganas de nada, entonces, te haré saber que las reglas aquí no se negocian. Te vas a poner ese uniforme, vas a salir de esta habitación y vas a prepararte para tu castigo. No voy a ser indulgente. El internado militar es para personas que saben cómo cumplir con sus responsabilidades, y tú vas a aprender a hacerlo, aunque sea a la fuerza.

Me quedé en silencio, mi respiración entrecortada, mi cuerpo tenso como una cuerda. ¿Castigo? ¿Cómo podía ser tan frío? ¿Cómo podía hablar de todo eso como si no significara nada para él? Pero sabía que no tenía escapatoria. No podía seguir huyendo. Estaba atrapada.

Maximiliano me miró fijamente por un momento, y luego dio media vuelta.

— El tiempo no espera. Haz lo que tienes que hacer.

Me quedé allí, en silencio, sintiendo el peso de sus palabras sobre mí. Tenía que hacerlo. Tenía que salir, ponerme el maldito uniforme y enfrentar lo que se venía. A regañadientes, me levanté de la cama, casi sin fuerzas, pero el miedo al castigo me empujó a moverme. No iba a darle a Maximiliano el placer de verme rendida.

Cuando finalmente salí de la habitación, con el uniforme ya puesto, sentí que la tensión aumentaba. Maximiliano no estaba lejos, me esperaba al final del pasillo, como un juez esperando a que lo enfrentara. Yo solo quería que todo esto terminara, pero sabía que no sería así.

La siguiente parte de mi vida en ese maldito internado apenas comenzaba.

1
Ambar Morales
me encanta,cada dia se enamoran mas
Sandra Robles
otra enemiga para París.
Sandra Robles
y ahora que va a pasar.
Sandra Robles
con maximiliano, ya están cayendo los muros. cada día más cerca maxi y París.
jorge sisiruca
me encanta y lo q más me gusta es q actualizas rápido
rissel doriannys aguilar aguilar
Normal
Mel yang
Me encantó
Ambar Morales
me gusto
pero quisiera que terminase de otra forma
Graciela Martinez
Excelente
Lucero Lopez
Excelente x favor más capítulos
Favy Salto
la historia es realista, creible y muy romantica ... ATRAPANTE ... QUEREMOS MAS POR FAVOR
Ana Gonzalez
más capitulos 🙏
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