Emma lo tenía todo: un buen trabajo, amigas incondicionales y al hombre que creía perfecto. Durante tres años soñó con el día en que Stefan le pediría matrimonio, convencida de que juntos estaban destinados a construir una vida. Pero la noche en que esperaba conocer a su futuro suegro, el mundo de Emma se derrumba con una sola frase: “Ya no quiero estar contigo.”
Desolada, rota y humillada, intenta recomponer los pedazos de su corazón… hasta que una publicación en redes sociales revela la verdad: Stefan no solo la abandonó, también le ha sido infiel, y ahora celebra un compromiso con otra mujer.
La tristeza pronto se convierte en rabia. Y en medio del dolor, Emma descubre la pieza clave para su venganza: el padre de Stefan.
Si logra conquistarlo, no solo destrozará al hombre que le rompió el corazón, también se convertirá en la mujer que jamás pensó ser: su madrastra.
Un juego peligroso comienza. Entre el deseo, la traición y la sed de venganza, Emma aprenderá que el amor y el odio
NovelToon tiene autorización de Lilith James para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 9
Emma
Me gusta ver a Robert retorcerse en su propia piel. Ver esos ojos azules que me devoran cada vez que ladeo la cabeza, cada vez que mi cabello resbala sobre el hombro, cada vez que dejo al descubierto un poco más de mi cuello. Sé lo que estoy haciendo y lo disfruto. Robert no es cualquier hombre: es un zorro viejo, astuto e imposible de engañar… pero también es hombre. Y los hombres, cuando desean, pierden la cordura.
Observo cómo se le tensa la mandibula y me sonríe. Como aprieta los nudillos contra la mesa cuando acomodo un mechón rebelde detrás de mi oreja. Está luchando contra sí mismo, contra algo que bulle en sus venas.
Y yo… me río por dentro. Porque solo necesito un empujoncito más para tenerlo donde quiero. Pero debo repetirme, casi a golpes mentales porque el hombre está como para echarle todos los perros. No hay depresión que se le resiste, pero esta noche, noche no debo acostarme con él.
Hace unos instantes pidió la cuenta y en cuanto ve al mesero regresar con su tarjeta, se pone de pie y me tiende la mano. La acepto con una sonrisa encantadora, pero cuando me levanto, mis ojos caen inevitablemente hacia abajo… y ahí está. Su erección marcándose descaradamente bajo el pantalón.
Trago saliva. La boca se me hace agua. Me repito otra vez como un mantra: es solo un juego, no caigas, no caigas. Stefan es su hijo, él lo crió, así que debe ser igual o peor que él.
—Dejame llevarte a tu casa— Insiste.
—No es necesario, Robert. De verdad puedo regresar sola.
—Ya acepté no pasar a recogerte, no pienso ceder con esto— Su tono deja claro que no me dejará ir sola. Así que cedo, fingiendo resignación, y tomo el antebrazo que me ofrece. El contacto me sacude como una corriente eléctrica. La tela de su saco es una barrera inútil, ya que siento el calor de su piel, el ardor contenido que nos quema a ambos.
Agradezco cuando por fin salimos. El aire fresco acaricia mi rostro y me devuelve un poco de cordura. Frente al restaurante, una camioneta negra espera. Robert me abre la puerta, como un caballero de otra época y entro. Él hace lo mismo del otro lado.
Quedamos solos en el asiento trasero. Le da mi dirección a su chofer y me giro hacia él, arqueando una ceja.
—¿Debería asustarme el hecho de que prácticamente lo sepas todo sobre mí?
Su sonrisa es una maldición.
—Es un pequeño hábito que tengo con las mujeres que me interesan.
Aprovecho para echar leña al fuego.
—¿Yo te intereso?— Pregunto con asombro.
Su respuesta me aplasta, directa y sin espacio para escapar:
—Cenaste conmigo, estás en mi coche y te estoy mirando. Créeme, Emma, interesar es poco para lo que me pasa contigo.
Un cosquilleo recorre mi columna. Me relamo los labios, lento, sabiendo exactamente lo que provoco. Sus ojos se oscurecen aún más y me ordena con voz grave:
—No vuelvas a hacer eso.
Parpadeo, fingiendo inocencia.
—¿Por qué?— Pregunto, y lo hago otra vez acomodando mi labial para disimular. Paso la lengua por mis labios, más lento y provocadora.
El movimiento de Robert es rápido, instintivo y brutal en su control. Su mano se enreda en mi cabello, me sujeta por la nuca y me obliga a mirarlo. Sus ojos son brasas ardientes.
—Porque me dan ganas de comerme esa boca.
El aire me arde en los pulmones, pero sonrío, desafiante.
—Hazlo.
La palabra flota como un reto. Y él sonríe con malicia, como si hubiera estado esperando toda la noche que yo dijera exactamente eso. En un segundo sus labios se estrellan contra los míos, duros, hambrientos, sin pedir permiso y me descubro perdida en un beso que no debería haber aceptado… pero que deseo con cada fibra de mi cuerpo.
Sus labios caen sobre los míos con una fuerza arrolladora que me roba el aire. No hay aviso, no hay espacio para pensar, solo la certeza de que acabo de abrir una puerta de la que no voy a poder salir ilesa. El beso es intenso, demandante, y siento cómo la presión de su mano en mi nuca me mantiene atrapada, obligándome a seguirle el ritmo frenético que él mismo marca.
Su boca sabe a whisky y a peligro. A cada roce de su lengua contra la mía, mi cuerpo entero se estremece, como si hubiera esperado este momento desde siempre. Le respondo con la misma hambre, sin poder fingir indiferencia, y el calor me sube desde el pecho hasta acalorarme las mejillas. Mi cabeza me grita que lo detenga, que recuerde que no debo acostarme con él, que es demasiado pronto, pero la manera en que me sujeta es demasiado intensa. No solo me trata como una reina, me está haciendo sentir como una.
Lo escucho gruñir entre dientes contra mis labios, un sonido bajo y gutural que me enciende aún más. Sus dedos tiran de mi cabello con un poco más de fuerza, y yo gimo suavemente, odiándome por lo vulnerable que me siento y al mismo tiempo disfrutando del poder que sé que ese pequeño sonido que se ha permitido tiene sobre él.
Me aparto apenas un segundo, jadeando, y lo miro fijamente a los ojos. Sus pupilas están dilatadas y oscuras, como si estuviera luchando con la última pizca de autocontrol que le queda.
—Te gusta jugar conmigo…— Murmura.
Sonrio de lado, mientras su pulgar acaricia la línea de mi mandíbula, despacio, contrastando con la violencia de su beso.
—No tengo idea de qué hablas— Responde, acercándose de nuevo, como si estuviera a punto de devorarme una vez más.
Y justo cuando creo que voy a perder el poco control que aún me queda y la mejor carta que tengo bajo la manga, me obligo a apartar la cara. Sus labios rozan apenas mi mejilla, y siento el filo de su respiración contra mi piel.
—No esta noche…— Susurro, con la voz temblorosa, aunque lo digo como si fuese una orden para mí misma más que para él.
Él se queda quieto, inmóvil, pero puedo sentir cómo se tensa, cómo su pecho sube y baja con lentitud medida. Su silencio me pesa tanto como su mirada clavada en mí, porque temo que no esté para esperas y mande todo mi plan a la mierda.
—Entonces tendré que tener paciencia…— Musita finalmente, con un tono que más que rendición suena a promesa.