Grei Villalobos, una atractiva colombiana de 19 años, destaca por su inteligencia y un espíritu rebelde que la impulsa a actuar según sus deseos, sin considerar las consecuencias. Decidida a mudarse a Italia para vivir de forma independiente, busca mantener un estilo de vida lleno de lujos y excesos. Para lograrlo, recurre a robar a hombres adinerados en las discotecas, cautivándolos con su belleza y sus sensual baile. Sin embargo, ignora que uno de estos hombres la guiará hacia un mundo de perdición y sumisión.
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Capítulo 7 Chico de la máscara. 1/2
Grei Villalobos
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Al despertarme, me preparo para la jornada con una ducha. Era domingo y no tenía clases, así que decidí organizar el apartamento. Puse música y empecé a limpiar. En ocasiones, me dejaba llevar por la melodía y bailaba, cantando con alegría. Tras varias horas, mi hogar lucía limpio y ordenado. Tomé mi teléfono para revisar mis redes sociales y, tras tomarme algunas fotos en las que me veía bien, las publiqué.
Entonces, recordé a ese hombre llamado Matteo. Aún no lograba recordar de dónde conocía su voz, pero me gustaba; era profunda y cautivadora. Era una pena que no lo volvería a ver. Después de un tiempo, me di cuenta de que eran ya las seis de la tarde y decidí salir al parque que estaba a diez minutos de aquí. Era lo que necesitaba: caminar un rato para distraerme. Me preparé y salí.
Al llegar al parque, observé a los niños jugando con sus padres. En ese momento, me invadió la reflexión sobre lo que nunca tuve: mis padres nunca nos llevaron a un parque o nos dijeron que nos amaban. Mi padre se preocupaba solo por su trabajo y sus amantes, mientras que mi madre estaba más interesada en gastar dinero y en el alcohol. A veces pensaba que mi hermano mayor había adoptado su comportamiento para ganarse su atención, y Rosario se comportaba de manera similar. A pesar del dolor que eso me causaba, no permitiría que dictaran mi vida.
Lo único positivo eran mis abuelos, quienes nos querían de verdad; su afecto era evidente. Lamentablemente, habían fallecido hace años. Regresé de mis pensamientos y decidí ir a comprar un helado de chocolate, mi favorito. Al adquirirlo, comencé a disfrutarlo. Pasaron tres horas, y al mirar mi teléfono, me di cuenta de que era tarde. Debía volver, así que empecé a caminar de regreso por el parque. La noche ya había caído y la mayoría de las personas se estaban marchando.
Mientras caminaba, sentí que alguien me seguía y, al voltear, no vi a nadie. Aceleré el paso, pero la sensación de ser observada persistía. Finalmente, me encontré frente a un callejón oscuro que debía atravesar, el camino más corto hacia mi edificio. Sin embargo, no era pendeja; mejor giré y tomar un camino más largo, aunque más seguro.
Al dar la vuelta, vi a un hombre alto con una máscara que me miraba. Me tragué la angustia. Estaba bloqueando el paso y temí por mi seguridad.
—Escucha, no sé qué juegas, pero no estoy para que me molestes. Déjame ir. No estamos en Halloween y tengo experiencia en karate, soy cinta negra. No querrás que te haga daño —intenté sonar firme, pero estaba muy nerviosa.
El hombre no respondió y comenzó a acercarse. Sin opciones, retrocedí y me vi forzada a entrar al callejón, corriendo y mirando hacia atrás, aunque la oscuridad lo ocultaba. El miedo me inundaba; esto parecía una escena de una película de terror. Mi corazón latía desbocadamente. Al final, vislumbré la luz de los edificios, pero justo cuando creí escapar, sentí que alguien me atrapaba del brazo y me empujaba contra la pared. Sentí el cuerpo de un hombre presionándome, grité por ayuda, pero no había nadie. Era el hombre enmascarado con la máscara de Scream. Estaba paralizada por el pavor.
—No me hagas daño, por favor. Te puedo dar dinero, pero no tenga intenciones de hacer ideas locas —le supliqué entre lágrimas y con la voz temblorosa. Su aroma me era familiar.
Él se acercó más y, con su pierna, separó las mías mientras solo la luz de la calle iluminaba el callejón. Con una mano me tomó del cuello
movio su máscara y, para mi horror, me besó. Golpeé su pecho con todas mis fuerzas, pero no me liberaba. Por la falta de aire, tuvo que alejarse un momento.
—No me hagas daño, no me violes, por favor —le imploré llorando—.
Sentí cómo una mano recorría mis glúteos,luego las nalguea, y en un momento de distracción, aproveché la oportunidad; le di un golpe en el abdomen y otro en su entrepierna, y corrí mientras gritaba.
—¡Malparido degenerado, ojalá te duela!
Corrí como si no hubiera un mañana, hasta llegar al conjunto. Al entrar, subí en el ascensor, colocando la mano en mi pecho. Aún temblaba; ese hombre casi me abusó. Esto no me volverá a suceder. Al llegar a mi apartamento, me encerré y fui a mi habitación. Al mirarme desnuda en el espejo, noté las marcas rojas en mis glúteos y cómo sus manos habían dejado su marca. Esa sensación era repulsiva. Me duché y me puse ropa interior. Luego, pasé a la cocina a prepararme algo de comer. Después de limpiar todo, regresé a mi habitación, escuchando ruidos fuera que me provocaban nerviosismo. Preferí dirigirme a la cama y cerrar los ojos, cuando de repente escuché pasos fuertes que se acercaban. Al abrir mis ojos, vi gracias a la luz del baño la silueta del hombre enmascarado, parado en el umbral de mi puerta.
Sentí un miedo recorrer todo mi cuerpo; la sangre parecía descender y unos débiles sensaciones me invadieron. Miré hacia la mesa, donde había un bolígrafo, lo tomé y me bajé de la cama, apuntándole con él.
—¡Si te acercas, te apuñalaré con esto! —grité pidiendo ayuda, pero él se acercó a mí rápidamente, desarmando mi amenaza con facilidad y subiéndome a la cama. Comencé a gritar, pero él tapó mi boca. Pataleaba mientras él acariciaba suavemente mi piel, y las lágrimas brotaban de mis ojos.
—Nunca había visto un cuerpo tan hermoso y natural como el tuyo; lo mejor es que solo será mío Grei—dijo él.
Abrí los ojos al escuchar su voz. Era él, el chico de la discoteca. ¿Cómo sabía mi nombre? Solo lo había mencionado uno falso. Intenté hablar, pero su mano sobre mi boca lo impedía. Lo mordí, pero él solo me observó, como si no sintiera nada, a pesar de que lo había hecho con fuerza. Finalmente, retiró su mano, deslizándola por mi muslo mientras yo apretaba las piernas.
—Perdón, por favor, te devolveré tu cadena y tu dinero, pero no abuses de mí —supliqué.
Él se detuvo y vi cómo se quitaba la máscara, desordenando un poco su cabello en el proceso.
—Así que reconociste mi voz, mi colombiana —me dijo con una sonrisa que hizo que mis nervios colapsaran.