La historia de un Alfa que solo ansiaba la tan anhelada libertad
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Capitulo 24
Advertencia:
La siguiente historia no es apta para menores de 21 años puede contener; lenguaje vulgar, soez, momentos explícitos, eróticos, hasta subido de tono y hasta nopor-grafico, violencia física, mental, abuso, inc3sto, se recomienda leer bajo su propio riesgo. ~
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La hacienda de las Marianas era una gran extensión de tierra muy cercana al río de Urabamba. Estaba situado en este poblado a diferencia de nosotros que estábamos en una zona remota cercana a la ceja de la selva.
La familia de la Serra era conocida por su poder e influencias, tenían basta tierras cerca de la selva alta, central, y cerca de la selva baja en Junín así como gran influencia en Tamar.
En su poder poseían yacimientos de plata donde tenían a muchos indígenas trabajando en condiciones inhumanas.
Alejandro de la Serra era un hombre poderoso, y temido por todos: El hacendado de la Serra, dueño de casi medio Perú.
(...)
Estaba cansado tenía sueño, por lo que me baje del caballo para atarlo al de Fernando, y subirme al de él, ya la oscuridad era mas notoría las lámparas ya no iluminaban bien por lo que quizás habría que recargar el aceite. Meti mí mano por debajo de su poncho para buscar su camisa y acariciar su pectoral acariciar el vello de su pecho.
Este me quitaba la mano rápido y yo trataba de meter la mano.
—Fernando, ponle un límite a tu indio no me deja tranquilo, anda muy toqueto —La voz, la dirección de la voz, saque mí mano, el sueño se me había ido por completo había estado tocando al Fernando equivocado.
Mientras al girar estaba Fernando el correcto mirándome con entrecejo fruncido —¿Que andabas tocando? ¿Dime Cruz? ¡¿Qué andabas tocando?! —Sus ojos parecían inyectados de sangre, brillaban en la oscuridad. —Bajate ahora mismo y dame una explicación. Ahora mismo, Cruz.
Yo solo negué con la cabeza, así con él todo furioso, yo no iba a bajar. —Me confundí, acaso no puedo confundirme.
—No. No puedes menos con ese tipo de atrevimientos. Te bajas ya mismo de allí.
—No. No lo voy a hacer. Estás enojado y me vas a querer pegar, y yo te voy a pegar. Yo no te quiero pegar Fernando.
—Dejen de pelear, falta poco para tomar un descanso. —Exclamo don Fernando.
—Baja Indio. —Fernando efectivamente quería pelear. En ese momento me transforme y me avalancé sobre él. —Te dije un montón de veces que no soy Indio. —Estaba arriba de él dándole de a golpe uno tras a otro, mientras el me tironeaba de las greñas enojado. —Eres un infiel, andas toqueteando de más a mí padre.
—Me confundí, no lo distingue pensé que eres tú. Eso quieres oír, a ti te quería toquetear, a ti ¡A ti!
—Sí. —Se levantó y subió a su caballo —Sube Cruz.
Respondi enojado y de mala gana. —¡Está bien! —Me subí y me agarre de su cintura para escuchar un susurro. —¡Más te conviene que me toquetees o ya verás en la Hacienda mendigo infiel!
Ahora vería este desgraciado, quería que lo tocará pues lo iba a tocar, por lo que metí mi mano en su pectoral para acariciar su pezón, bajar por su abdomen.
—¡Ya estamos cerca! —anuncio su padre.
Mi mano bajaba por su vientre y por debajo de su pantalón llegando a su vello púbico, así que mientras llegábamos yo iba manoseando sus partes, podía ver el rubor en sus mejillas estaba sonrojado hasta en las orejas, conteniendose, para luego exclamar —¡Espero que no hayas hecho lo mismo con mi padre!.
—Llegamos. —El señor de la Vega comenzó a bajar del caballo.
Yo sé que lo iba ser no sería lo correcto pero el ya me había cansado, y merecía escarmiento. Por lo que justa cuando iba a levantarse metí mi mano los más rápido que pude, le apretuje la nalga, y le acaricie con la yema de mi dedos, donde no le daba el sol.
(...)
—¿Qué le hiciste a mi hijo? —El Don preparaba el fuego para que cocinará mientras yo trataba de replicar los pescados de la mañana, pero con papas
—Nada.
—Entonces porque está así —Señalando a Fernando que tapaba su cara con sus manos, como tratando de ocultar su vergüenza, con esta..
—No lo se.
Comimos, excepto Fernando que seguía allí sentado en esa piedra, su padre ya dormía, pero él seguía allí sin comer con su rostro tapandolo ahora con aquel poncho.
Lo destape, y estaba sus ojos inundados y lleno de dolor. Me había pasado, lo había vulnerado por completo.
-—¡Perdón, no debí hacer eso Fernando! Mira como estas, merezco tu enojo, me pase.
Él solo me abrazó, para largarse a llorar por completo. —No es tu culpa Cruz, se que no lo hiciste con mala intención, soy yo, soy yo que no puedo soltar el dolor del pasado.
Lo contuve hasta que se dormio. Lo rescoste, y me fui a comer su porción de comida para luego conciliar el sueño, y continuar el viaje de regreso, a la hacienda pero no sin antes pasar por la hacienda de las marianas para comprar la vaca para el San Juan.
Continuara..