En el corazón de lo que alguna vez fue una ciudad vibrante, solo quedan sombras y ecos de una humanidad extinguida. Hace meses, un brote inexplicable convirtió a la población en una horda de seres desalmados, impulsados únicamente por un insaciable deseo de cazar a los pocos sobrevivientes.
Las calles, antes llenas de vida, ahora son un laberinto de ruinas, donde los edificios se inclinan bajo el peso del tiempo y del silencio. Los habitantes que quedan luchan por sobrevivir en un mundo donde la esperanza es un lujo y cada día podría ser el último.
Nadie sabe con certeza cómo comenzó el brote. Se rumorea sobre un experimento fallido, una maldición liberada, o un simple error humano que desató el caos. Lo único seguro es que la ciudad, que alguna vez simbolizó el progreso, ahora es un monumento a la desesperación y al fin de los tiempos.
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Tristeza contante
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que sus pensamientos fueran interrumpidos. El crujido de pasos en la nieve lo alertó, y cuando giró la cabeza, vio a Clinton acercándose, su figura recortada contra la oscuridad de la noche.
^^^El hombre llevaba una sonrisa pícara en el rostro, esa que siempre tenía cuando estaba tramando algo o cuando sabía más de lo que debería.—¿Disfrutando de la vista, Erick? —preguntó Clinton con un tono juguetón, sus ojos brillando con malicia mientras se acercaba a la torre.^^^
Erick suspiró, sabiendo que no tenía sentido ocultar nada de Clinton, que era conocido en la base por ser observador y astuto. Clinton subió los últimos peldaños y se paró a su lado, apoyándose en la barandilla mientras lo miraba con una ceja arqueada.
—No sé de qué hablas, Clinton —respondió Erick, aunque la sonrisa en sus labios lo delataba.—Claro, claro —Clinton soltó una pequeña risa, golpeando suavemente el hombro de Erick con su puño—. No tienes que decirme nada, amigo. Se ve en tu cara, esa sonrisa tonta lo dice todo. Pero tranquilo, no voy a molestarte... mucho.
^^^Erick se encogió de hombros, aceptando la presencia de Clinton, que a pesar de su actitud bromista, era un buen amigo y alguien en quien se podía confiar. Clinton lo miró con más atención, notando la expresión de Erick, una mezcla de satisfacción y algo más profundo.—Sabes, en un lugar como este, encontrar algo de lo que aferrarse es un lujo —dijo Clinton, su tono volviéndose un poco más serio—. No voy a preguntarte qué pasó exactamente, pero... me alegra ver que has encontrado a alguien, especialmente alguien como esa joven.^^^
Erick asintió en silencio, apreciando las palabras de Clinton. Ambos quedaron en silencio por un momento, observando las montañas en la distancia, los picos cubiertos de nieve brillando bajo la luz de la luna.—Bueno, te dejo para que sigas con la guardia —dijo Clinton finalmente, dándole una palmada en la espalda—. Solo recuerda, si necesitas hablar... o si ella necesita ayuda para escapar de ti —añadió con un guiño—, aquí estoy.
^^^Erick soltó una risa suave y negó con la cabeza mientras Clinton se alejaba, descendiendo de la torre con la misma ligereza con la que había llegado. Volvió a quedarse solo, pero esta vez, la soledad no era pesada ni fría. En su mente, los recuerdos de Lia le calentaban el corazón, y por un momento, el duro entorno de las Montañas parecía un poco menos imponente, un poco más llevadero. Mientras observaba las estrellas una vez más, decidió que la noche sería más corta de lo que pensaba, y el frío menos intenso, porque ahora tenía algo que esperaba al amanecer: una razón para seguir luchando, para seguir adelante, por ella.^^^
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El grupo de supervivientes finalmente había llegado al Camino del Bosque Verde, un sendero que se adentraba más en la foresta densa, la única ruta que les quedaba tras huir de los zombis. El camino, apenas visible bajo la maraña de vegetación, se había convertido en un refugio improvisado para aquellos que escapaban de los caminantes, aunque ahora también se sentía como una trampa. A medida que avanzaban, se daban cuenta de que la naturaleza, que alguna vez fue una aliada, les estaba jugando una mala pasada.
^^^ Las ramas y los arbustos parecían querer atraparlos, y cada sombra se alargaba con intenciones siniestras. Los caballos, otro símbolo de esperanza y rapidez, ahora parecían meros fantasmas de su antigua gloria. Sus patas temblaban bajo el peso de cada paso, resbalando en el barro espeso que cubría el suelo.^^^
Se habían convertido en una carga más que en una ayuda, y sus jadeos constantes solo subrayaban la desesperación del grupo. El aire, cargado de humedad, les pegaba la ropa al cuerpo y les dificultaba la respiración. Cada inhalación era como tragar agua estancada, un recordatorio de lo lejos que estaban de la seguridad. En medio de este cuadro de miseria, el grupo decidió detenerse en un claro que encontraron, aunque la idea de encender una fogata fue rápidamente descartada.
Un fuego podría haber sido un consuelo, pero en este entorno, lo único que podría garantizarles era una muerte rápida y brutal.
Así que se resignaron a la oscuridad, cada uno intentando encontrar una postura que aliviara aunque fuera un poco el dolor constante en sus cuerpos.
^^^El silencio entre ellos no era solo de agotamiento, sino también de duelo. Cada uno llevaba consigo la carga de la pérdida de su compañero, una ausencia que se hacía más grande con cada paso que daban. Pero nadie se atrevía a romper ese silencio con palabras que solo harían más real lo que preferían seguir ignorando. Fue entonces cuando la más joven del grupo, apenas una niña en comparación con los demás, rompió a hablar. Su voz era un susurro tembloroso que apenas se sostenía. ^^^
^^^"No quiero que esos monstruos me toquen", dijo Sara, sus ojos llenos de terror mirando la oscuridad que los rodeaba. "Preferiría morir antes que sentir esos tentáculos en mi piel." La mujer con trenza, que había visto demasiado como para seguir temiendo a la muerte, la abrazó con fuerza. "No dejaremos que te pase nada", murmuró, aunque la certeza en su voz era más por costumbre que por convicción.^^^
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