Emma es una mujer que ha sufrido el infierno en carne viva gran parte de su vida a manos de una organización que explotaba niños, pero un día fue rescatada por un héroe. Este héroe no es como lo demás, es el líder de los Yakuza, un hombre terriblemente peligroso, pero que sin embargo, a Emma no le importa, lo ama y hará lo que sea por él, incluso si eso implica ir al infierno otra vez.
Renji es un hombre que no acepta un no como respuesta y no le tiembla la mano para impartir su castigo a los demás. Es un asesino frío y letal, que no se deja endulzar por nadie, mucho menos por una mujer.
Lo que no sabe es que todos caen ante el tipo correcto de dulce.
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¿Imparcial o cruel?
Renji
–¿Y? –le pregunto impaciente a mi mano derecha.
–Señor…–titubea nervioso–. Intenté…
–Ringo, solo habla –siseo ya harto del miedo en sus ojos.
–La oficina no la puede ocupar ahora porque también la ocupa la jefa de redacción del canal, quien es también la asistente de la esposa de su amigo, señor. Y no está autorizado a entrar si ella no está en la oficina.
Me levanto y tomo la puta llave de su mano.
–Que se joda, a mí nadie me impide entrar dónde yo quiero –gruño y camino hacia la oficina.
Estoy haciéndole un favor al idiota de Conor, no tengo por qué soportar estas faltas de respeto.
–Señor, está el hijo de la jefa de redacción en la oficina.
Me detengo en seco. –¿Tienen a un mocoso en el canal? –pregunto indignado–. Esto es un lugar de trabajo, no una puta guardería.
–Órdenes de la directora, señor –susurra.
Por supuesto que Mel tiene que ver en esto. Su corazón blando podrá encantar a mi amigo, pero no a mí.
–Esto termina hoy. No voy a compartir mi oficina con otra persona, y mucho menos con un niño. Ordena que ese mocoso salga de este edificio.
–Señor, es un niño, tiene apenas cuatro años.
–No me importa, Ringo. Yo no me follé a la irresponsable de su mamá, no es mi puto problema. Porque créeme, que si yo hubiese sido quién se folló a la mamá, ya hubiese solucionado ese asunto, y ese niño no existiría.
Abro la puerta de la oficina, y por supuesto hay un mocoso tirado en el suelo, como un pordiosero, jugando con legos sobre la alfombra.
Lo levanto bruscamente del brazo y sus ojos oscuros me miran aterrados.
–¿Es japonés? –pregunta Ringo tan sorprendido como yo–. La jefa de redacción no lo es, tengo su ficha de Recursos Humanos justo aquí.
–¡Mami! –grita el mocoso con tanta fuerza que resisto la tentación de cubrir mis orejas.
–Cállate, niño –siseo y lo sacudo con fuerza para hacerle saber que no bromeo.
–¡Suelta a mi hijo ahora mismo o no respondo!
Me giro al escuchar la voz de una fiera enardecida a mis espaldas.
–¿Emma? –pregunto sorprendido.
Emma palidece. Puedo ver como todo el color abandona su rostro cuando sus ojos se enfocan en los míos.
–¡Mami! –sigue lloriqueando el mocoso, lo que hace reaccionar a la bella mujer frente a mí.
Se acerca en tres pasos y presiona mi brazo con tanta fuerza, que suelto al niño, quien se arroja a los brazos de su madre.
–Mami, ese señor me agarró de mi bracito –lloriquea–. Me duele.
Emma me mira como si estuviera viendo al demonio en persona. Bueno, no estoy lejos de serlo.
Mientras Emma consuela al mocoso trato de recordar una conversación que tuve con Conor hace varios años, cuando me pidió ayuda para cazar al hombre que había embarazado a Emma.
Supongo que el fruto de esa violación es este niño, que no deja de llorar.
–Ya, mi cielo, ya pasará. Mami no dejará que nadie te vuelva a lastimar jamás.
–No deberías decirle algo que no puedes cumplir –espeto molesto.
–Esto no te incumbe –devuelve furiosa en mi dirección, antes de volver a dedicarle toda su atención al mocoso.
Algo oscuro y egoísta se retuerce en mi interior cuando veo a una madre tratar con tanto cariño a su hijo, que es producto de una violación, y en cambio, mi propia madre nunca pudo decirme una palabra amable en toda su puñetera vida.
–Arma la torre más alta, mi cielo, mami quiere verla.
El niño asiente, y vuelve a sentarse en el suelo, olvidándose por completo de mí.
Emma se levanta del suelo, no sin antes dejar un beso en la cima de la cabeza del niño, y luego se acerca a mí y me apunta con su dedo índice en el pecho.
–Si vuelves siquiera a mirar mal en dirección de mi hijo te mataré y eso es una promesa –espeta, enterrando la uña de su dedo índice en mi pectoral.
Supongo que de la niña asustada, hasta de su propia sombra, no queda nada.
–No sabía que era tu hijo –empiezo a decir, pero me detengo cuando me doy cuenta de que eso suena a una disculpa. Yo no me disculpo. Nunca–. Un niño no tiene cabida en un lugar como este.
–Eso no es tu problema y ciertamente no es tu decisión –devuelve con sus ojos verdes hirviendo de rabia–. No te quiero cerca de Dylan y punto.
–¿Dylan? –pregunto y el niño mira en mi dirección con una sonrisa, casi como si estuviera esperando una disculpa que explique mi comportamiento–. No me importa saber su nombre ni nada de él, lo único que quiero es poder trabajar por los próximos meses en un lugar tranquilo, y eso quiere decir libre de niños.
–No entiendo –titubea Emma.
–Soy el reemplazo de Mel –digo y hasta yo puedo escuchar el poco entusiasmo en mi propia voz.
–¿Mel lo sabía? –pregunta confundida y aterrada.
–No lo sé y no me importa. Estoy aquí porque Conor me lo pidió, y además tengo participación en esta empresa, es mi derecho y deber.
–Es mi oficina –dice en un susurro.
–Es nuestra oficina –la corrijo–. Al menos lo será por los próximos meses. No tengo problema en compartirla contigo, pero no la compartiré con tu hijo. Esta no es una guardería. Déjalo con una niñera, un vecino o en una guardería, la verdad no me importa, pero aquí no lo quiero.
Emma pasa su elegante mano por su rostro y luego niega con su cabeza.
–No dejaré a mi hijo con un extraño.
–Ese no es mi problema, Emma. Lo que sí es mi problema es ese niño en esta oficina, mi oficina. Te aseguro que el mocoso se va hoy.
Se cruza de brazos, creo que para evitar golpearme. –Tener a Dylan conmigo está en mi puto contrato, genio. Si tienes un problema con eso, ve a Recursos Humanos, pero a mí y a mi hijo nos dejas en paz.
–Emma –siseo su nombre en advertencia–. Sé que crees que por tu pasado y por todo lo que sufriste puedo ser benevolente contigo, pero te equivocas. Soy imparcial y no tendrás favoritismos sobre nadie, no me importa lo que Mel te haya hecho creer.
–Veremos quién gana –espeta antes de darme la espalda.
–Mami, ¿por qué sufriste? –le pregunta el niño entrometido, haciendo que Emma me mire como si no fuera más que mierda en su zapato.
Salgo de la oficina, furioso. Esa mujer verá de qué soy capaz.