— Seré directa, ¿quieres casarte conmigo? — fue la primera vez que vi sorpresa en su rostro. Bastian Chevalier no era cualquier hombre; era el archiduque de Terra Nova, un hombre sin escrúpulos que había sido viudo hacía años y no había vuelto a contraer nupcias, aunque gozaba de una mala reputación debido a que varias nobles intentaron ostentar el título de archiduquesa entrando a su cama, y ni así lo lograron, dejando al duque Chevalier con una terrible fama entre las jóvenes y damas de la alta sociedad.
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Rechazo y castigo
— Lady Margaret, lamento si fui grosero con usted; estaba bajo mucha presión y la humillación del archiduque me tenía afectado. — El hombre trató de tomar la mano de Margaret, pero esta lo esquivó, arreglando su cabello.
— No se preocupe, Lord Derby. Todos estábamos estresados por encontrar una solución. — Margaret se mantuvo taciturna; nada de lo que dijera ese hombre tenía importancia para ella.
— Milady, desde hace tiempo tengo una mujer que ocupa mis pensamientos y está metida en lo profundo de mi corazón, y esa es usted. Quería saber si me concedía el honor de casarse conmigo. — En ese instante, Margaret se dio cuenta de que el conde le había tendido una pequeña trampa; todos los nobles estaban lo suficientemente cerca como para escuchar la conversación, y el archiduque casi se infarta de disgusto.
— Le he dicho en repetidas ocasiones que mi padre sería el encargado de seleccionar a mi futuro esposo. Lamento rechazar su propuesta, pero yo también tengo a un hombre en lo profundo de mi corazón. Mi padre aceptó el compromiso y pronto nos casaremos; estoy muy emocionada por ello. — Margaret se mostró tan dulce que los presentes maldecían al hombre que ocupaba su corazón, mientras el conde Derby también maldecía internamente.
— Pero yo pensé que...
— Lamento si confundió nuestra amistad de infancia con algún sentimiento real, pero la verdad es que siempre he admirado a ese hombre en secreto. Hasta que él mismo fue a pedir mi mano, fue tan emocionante que sentí mi corazón estallar de tanta emoción. Espero que también puedas encontrar a una mujer que lo ame. Con permiso, Lord Derby. — Margaret se retiró con una sonrisa discreta hacia donde sería su tienda; esta quedaba bastante cerca de la del archiduque.
—Fue muy codicioso de su parte, conde Derby, pretender a la flor de la sociedad; sí que fue osado. Hay mujeres que no están al alcance de un simple conde.— El archiduque se fue hacia su tienda riéndose de la cara del conde. Había sudado en exceso, así que tenía que darse una ducha. Iría por sus pertenencias para adentrarse en el río, pero dejó a un par de guardias cuidando de Margaret; no quería que nadie se propasara con ella.
Margaret había visto las andanzas del archiduque, así que, sigilosamente, decidió seguirlo. Lo bueno era que la luz de la luna la ayudaba un poco a ver el camino por el que andaba. Los guardias que la custodiaban estaban indecisos sobre si dejarla continuar o no.
— No creo que al archiduque le guste la presencia de la joven — Dijo uno de ellos.
— Déjala, él nos pidió que la protegiéramos, no que intervinieramos en sus decisiones. Es asunto de ella si lo quiere seguir — El hombre no le dio más importancia al asunto y continuó con su labor.
Margaret consiguió llegar hasta donde estaba el archiduque y lo que vio la dejó maravillada. Bastian era un hombre impresionante en todo su esplendor; aunque se muriera de frío, le haría compañía. Al sumergirse, abrazó a Bastian por la espalda, el cual no se sorprendió en lo absoluto.
— Milady, podría agarrar un resfriado por andar de atrevida — Dijo el archiduque, girándose para tomarla en sus brazos. Margaret era una caja de sorpresas y eso le gustaba.
— Así que te diste cuenta de mi presencia. Eres un hombre increíblemente audaz, mi archiduque. Margaret, solo dime Margaret. — Margaret le hablaba rozando sus labios mientras le acariciaba el rostro; necesitaba escuchar su nombre de la boca de Bastian, su amado Bastian.
— Margaret, no te haré mi mujer hasta que no te cases conmigo. Tampoco te tomaría en un lugar como este; te mereces mucho más, mi archiduquesa. — El archiduque le dio un tierno beso en los labios mientras la miraba con ternura. Esto enamoró aún más a Margaret.
— Como mi archiduque lo desee. — Margaret estaba extasiada con el hombre. Ambos compartieron un lindo momento sin imaginarse el escándalo que se armaría al llegar al campamento.
Todos estaban impresionados con la vista. El archiduque Chevalier traía en los brazos a Lady Margaret, quien estaba empapada, al igual que él. Rápidamente, un guardia del archiduque fue por una frazada para cubrir a la dama, pero quien realmente estaba indignado con tal escena era el conde Derby, quien explotó de ira.
—¡Margaret! ¿Cómo te atreves? Pareces una meretriz. ¿En dónde demonios estaban? ¿Qué llegas en ese estado y en compañía de semejante hombre, que se podría aprovechar de tu inocencia en cualquier momento? Acabas de dañar tu reputación. ¿Qué diría el duque de esta situación? No eres más que una cualquiera — Le gritó el conde, furioso, pero recibió un golpe en el rostro que lo hizo aterrizar en el suelo. El archiduque lo había golpeado sin contemplación.
— No sabía que el conde Derby gustara de visitar meretrices; debe conocer muy bien su aspecto para compararme con una de ellas. Debo reconocer sus agallas al insultar a la hija de un duque, que está por encima de su estatus. Le recuerdo que soy una mujer comprometida, pero para que no se vea comprometida mi reputación, le diré una cosa: yo sí hago mi trabajo, no como usted. Cerca del río encontré unas plantas que nos hacían falta; aquí están. — Margaret arrojó las plantas a los pies del conde. — Por desgracia, caí al río; cuando estaba a punto de ahogarme, el archiduque Chevalier me salvó. Le debo mi vida a ese hombre que usted está difamando.
El conde Derby abrió los ojos grandemente. Margaret estaba furiosa; tarde se dio cuenta de su error, un error que le costaría demasiado caro.
— Denle cincuenta latigazos por ofender a una noble de alto rango. Mañana será llevado ante el Emperador para que reciba su castigo por difamarme —dijo el archiduque con rabia. Margaret comenzó a estornudar y el archiduque concentró su atención en ella. —Milady, creo que se resfrió. Mi tienda es la mejor acondicionada; duerma esta noche ahí. Yo haré guardia para cuidar que el conde no se escape y nadie se atreva a ayudarlo. — Margaret no tuvo tiempo de refutar; los médicos de inmediato le dieron un brebaje para el resfriado y la dejaron descansar en la tienda, que estaba fuertemente custodiada.
— Maldito conde, no sabes lo que disfrutaré al verte en la ruina. Este pequeño castigo es el inicio de tu ruina. — Margaret durmió de lo más tranquila entre las frazadas y pieles que conformaban la cama del archiduque.