Bajo La Piel

Era una mañana tranquila de verano. Mía se encontraba en el jardín de su casa, disfrutando del suave aroma de las flores que había plantado con tanto esmero. La brisa cálida acariciaba su rostro mientras observaba cómo el sol iluminaba suavemente cada rincón de su hogar. Se sentía en paz, rodeada de un ambiente que reflejaba años de amor, esfuerzo y dedicación.

Sus hijos, Valentina y Lucas, ya no eran niños. Habían crecido y se habían convertido en jóvenes adultos con sus propias vidas y sueños. Valentina estaba en su último año de universidad, persiguiendo una carrera en medicina, mientras que Lucas había comenzado a trabajar en una empresa tecnológica después de graduarse en ingeniería. Ambos eran su orgullo y alegría, y verlos florecer era uno de los mayores logros de su vida.

Mía se sentó en un banco del jardín, tomando un sorbo de su café. En ese momento de quietud, se permitió reflexionar sobre su vida y sobre todo lo que había logrado. No siempre había sido fácil, pero cada desafío y cada obstáculo la habían fortalecido y la habían ayudado a convertirse en la mujer que era hoy.

Desde joven, Mía había lidiado con inseguridades sobre su cuerpo. Ser una mujer curvy en una sociedad que muchas veces valoraba la delgadez sobre todo lo demás no había sido sencillo. Recordaba cómo se sentía cuando era adolescente, siempre comparándose con las demás chicas y sintiéndose insuficiente. Había días en los que evitaba mirarse al espejo, días en los que sentía que nunca sería aceptada o amada por quien era.

Sin embargo, con el tiempo, Mía había aprendido a aceptar y amar su cuerpo. Había descubierto que su valor no estaba en su apariencia, sino en su carácter, en su capacidad de amar, de soñar y de luchar por sus metas. Había encontrado fuerza en sus pasiones y en sus habilidades, y había comenzado a rodearse de personas que la valoraban por su verdadera esencia.

Uno de los momentos cruciales de su vida fue reencontrarse con Cristian. Al principio, él había sido el chico inalcanzable, el que la hacía sentir invisible y que la trataba con indiferencia y crueldad. Pero las cosas cambiaron cuando ambos maduraron y empezaron a conocerse de verdad. Cristian se enamoró de ella, no por su apariencia, sino por la mujer fuerte, amorosa y valiente que había llegado a ser. Su amor transformó la vida de Mía de maneras que nunca hubiera imaginado.

Mirando hacia atrás, Mía se dio cuenta de lo lejos que había llegado. Había superado sus inseguridades, se había aceptado a sí misma y había construido una vida plena y satisfactoria. Había formado una familia maravillosa con Cristian, el hombre que una vez pensó que era inalcanzable. Juntos, habían criado a dos hijos increíbles, y cada día estaba lleno de momentos que reafirmaban su amor y compromiso mutuo.

El sonido de la puerta principal abriéndose la sacó de sus pensamientos. Cristian apareció en el jardín, con su característica sonrisa cálida que siempre lograba hacerla sentir especial. “Buenos días, mi amor”, dijo, acercándose para darle un beso en la frente.

“Buenos días, cariño”, respondió Mía, sonriendo. “Estaba pensando en todo lo que hemos pasado juntos. En cómo hemos llegado hasta aquí.”

Cristian se sentó a su lado, tomando su mano. “Hemos recorrido un largo camino, ¿verdad? Y no cambiaría ni un solo momento. Cada desafío nos ha hecho más fuertes, y cada alegría nos ha unido aún más.”

Mía asintió, sintiendo una profunda gratitud por todo lo que tenían. “A veces, me resulta increíble pensar en cómo solía sentirme y en dónde estoy ahora. Pensaba que no era suficiente, que no merecía ser feliz. Pero tú y nuestra familia me han demostrado lo contrario.”

“Eres más que suficiente, Mía”, dijo Cristian con seriedad. “Eres una mujer increíble, y estoy agradecido cada día por tenerte en mi vida. Nuestra familia es un reflejo de tu amor y tu fortaleza.”

Sus palabras llenaron el corazón de Mía de calidez. Se quedó un momento en silencio, reflexionando sobre la verdad de sus palabras. Había luchado contra sus inseguridades, había aprendido a amarse y había encontrado la felicidad en lugares que nunca imaginó. Su relación con Cristian había sido una de las mayores sorpresas y bendiciones de su vida.

“Recuerdo cómo solía mirarte desde lejos, pensando que nunca te fijarías en mí”, dijo Mía, riéndose suavemente. “Eras el chico popular, y yo... bueno, yo era la chica que siempre se sentía un poco fuera de lugar.”

Cristian rió también, apretando su mano. “Y ahora, eres la mujer que ha conquistado mi corazón por completo. El amor verdadero no se basa en apariencias, sino en la conexión profunda y en el respeto mutuo. Y tú me has enseñado eso.”

Mía sintió una lágrima de felicidad rodar por su mejilla. “Gracias por amarme tal y como soy. Por ver más allá de mis inseguridades y por hacerme sentir valiosa. Nuestra familia es mi mayor tesoro, y no puedo imaginar mi vida de otra manera.”

“Lo mismo digo, Mía”, respondió Cristian con ternura. “Cada día contigo es un regalo, y ver cómo has florecido y te has convertido en la mujer increíble que eres hoy es una de las mayores alegrías de mi vida.”

Se quedaron abrazados en silencio, disfrutando de la tranquilidad del jardín y del calor del sol. Mía sabía que siempre habría desafíos y momentos de duda, pero también sabía que tenía la fuerza y el amor necesarios para superarlos. Había aprendido a confiar en sí misma y en su capacidad para enfrentar cualquier cosa que la vida le presentara.

Con el paso del tiempo, Mía se comprometió a ser un ejemplo para sus hijos, enseñándoles a amarse a sí mismos y a valorarse por quienes eran, no por cómo se veían. Quería que Valentina y Lucas crecieran con la confianza y la seguridad que ella había tardado tanto en encontrar.

A medida que los años continuaron pasando, Mía y Cristian siguieron construyendo su vida juntos, disfrutando de cada momento y enfrentando los desafíos con amor y unidad. Su familia se fortaleció con el tiempo, y la casa de los De la Fuente siempre estuvo llena de risas, amor y apoyo mutuo.

Un día, mientras Mía paseaba por el parque con Valentina y Lucas, que ya eran adultos, sintió una profunda gratitud por la vida que había construido. Sus hijos eran su orgullo y alegría, y verlos crecer rodeados de amor y seguridad era su mayor logro.

“Mamá, ¿puedo preguntarte algo?” dijo Valentina, rompiendo el silencio.

“Claro, cariño. ¿Qué pasa?” respondió Mía, sonriendo a su hija.

“¿Alguna vez te sentiste insegura cuando eras joven?” preguntó Valentina, mirándola con curiosidad.

Mía se detuvo un momento, reflexionando sobre la pregunta. “Sí, muchas veces”, admitió. “Cuando era joven, solía sentirme insegura sobre mi apariencia y sobre si era lo suficientemente buena. Pero con el tiempo, aprendí a aceptarme y a amarme por quien soy.”

“¿Y cómo lo lograste?” insistió Valentina, claramente interesada en la historia de su madre.

“Fue un proceso largo”, explicó Mía. “Pero aprendí que mi valor no depende de lo que otros piensen de mí, sino de cómo me veo a mí misma. Rodearme de personas que me valoraban y me amaban por quien era me ayudó mucho. Y también, encontrar algo que me apasionara y en lo que pudiera destacar me dio mucha confianza.”

Valentina asintió, pensativa. “Quiero ser como tú, mamá. Fuerte y segura de mí misma.”

Mía sintió una oleada de orgullo y amor por su hija. “Y lo serás, Valentina. Eres increíble tal y como eres, y nunca dejes que nadie te haga sentir lo contrario. Tienes todo el amor y el apoyo de tu familia para ayudarte a alcanzar tus sueños.”

Lucas, que había estado escuchando en silencio, intervino. “Yo también quiero ser fuerte y seguro de mí mismo. Como tú y papá.”

Mía sonrió, sintiendo que sus esfuerzos por enseñar a sus hijos el valor de la autoaceptación y el amor propio estaban dando frutos. “Y lo serás, Lucas. Ambos son niños increíbles, y estoy muy orgullosa de ustedes.”

Mientras continuaban su paseo, Mía reflexionó sobre cómo su viaje personal había impactado a su familia. Había aprendido que el amor propio y la autoaceptación eran fundamentales para construir relaciones saludables y una vida plena. Y se sentía inmensamente agradecida por haber encontrado esa paz y felicidad.

La voz de Cristian la sacó de sus pensamientos una vez más. “¿En qué piensas ahora, amor?”

Mía lo miró y sonrió. “En lo afortunada que soy. En cómo, a pesar de todas mis inseguridades y miedos, he podido realizarme como mujer, construir una familia hermosa y vivir una vida llena de amor.”

Cristian le devolvió la sonrisa, tomando su mano. “Y yo soy el más afortunado por tenerte a mi lado. Eres una inspiración para todos nosotros.