Bajo La Piel
Cuando era una niña, me encantaba ir a casa de mi madrina, Victoria. Su casa siempre me parecía un lugar mágico, lleno de risas, buenos olores y calidez. Pero lo que más me gustaba de esas visitas era la oportunidad de ver a Cristian, su hijo. Cris, como todos lo llamaban, tenía doce años y era el chico más interesante que había conocido. Cada vez que mi madre me dejaba pasar la tarde en casa de Victoria, mis ojos brillaban de emoción.Desde el primer momento que lo vi, quedé fascinada por él. Cris era alto para su edad, con el cabello castaño claro que siempre caía desordenado sobre su frente y unos ojos verdes que parecían reflejar toda la luz del sol. Siempre estaba haciendo algo: construyendo una rampa para su patineta, armando algún tipo de invento con piezas de su viejo mecano o practicando trucos de magia que luego mostraba a todos en el vecindario. Yo, con mis nueve años, me sentía como su sombra. Me encantaba seguirlo a todos lados, escuchar sus historias y ver cómo se desenvolvía con esa seguridad que yo anhelaba tener algún día.A veces, Cris me dejaba ser su asistente. "Mía, pásame ese destornillador", me decía, y yo lo hacía con la mayor rapidez posible, tratando de no fallar. Otras veces, cuando estaba de buen humor, me enseñaba algunos de sus trucos de magia más sencillos. Esos momentos eran como pequeños tesoros para mí. Me gustaba pensar que, de alguna manera, Cris me consideraba especial, aunque fuera solo un poquito.En una de esas tardes, cuando el sol comenzaba a descender y pintaba el cielo de colores anaranjados, Cris decidió que era el momento perfecto para probar su nueva rampa. La había construido con trozos de madera que encontró en el garaje de su casa, y había trabajado en ella durante toda la semana. "Mía, ven, quiero que veas esto", me llamó desde el patio trasero. Yo, como siempre, corrí hacia él, ansiosa por ver lo que había hecho.La rampa estaba inclinada de manera perfecta, y Cris se veía emocionado mientras subía a su patineta. "Esta es la mejor rampa que he hecho hasta ahora", dijo con orgullo. Me senté en el suelo, con las piernas cruzadas, y lo observé atentamente. Con una seguridad y destreza que solo él tenía, Cris se lanzó por la rampa, realizando un salto perfecto. Aplaudí con entusiasmo, llena de admiración. "¡Eso fue increíble, Cris!", exclamé. Él sonrió, disfrutando de mis elogios.Sin embargo, no todas las tardes eran tan perfectas. A veces, cuando los amigos de Cris venían a jugar, yo me convertía en el blanco de sus bromas. "¿Por qué siempre traes a tu hermanita gorda?", solían decir, y aunque Cris a veces les decía que se callaran, otras veces se unía a las risas. Esos momentos me dolían más de lo que quería admitir, pero mi admiración por Cris no se desvanecía. Seguía a su lado, esperando los momentos en que él me permitiera entrar en su mundo.Un día en particular, Victoria me encontró llorando en el jardín después de que los amigos de Cris se habían burlado de mí nuevamente. Me tomó en sus brazos y me llevó adentro. "Mía, no dejes que esas palabras te lastimen", me dijo suavemente mientras me limpiaba las lágrimas. "Tú eres una niña maravillosa, y aquellos que te hacen daño no merecen tu tristeza". Sus palabras me confortaron, aunque el dolor persistía.Victoria era como una segunda madre para mí. Siempre me hacía sentir bienvenida y querida en su casa. A veces, cuando Cris no estaba, ella me enseñaba a cocinar o me contaba historias de su juventud. Disfrutaba de esas tardes tranquilas, donde podía olvidarme de las burlas y sentirme especial. Pero aún así, nada podía compararse con la emoción que sentía al pasar tiempo con Cris, incluso cuando me hacía sentir mal.Recuerdo una tarde específica que cambió la dinámica entre Cris y yo, aunque en ese momento no lo entendí completamente. Era una cálida tarde de verano, y yo estaba sentada en el columpio del jardín, leyendo uno de mis libros favoritos. Cris se acercó, con un aire despreocupado, y me miró por un momento antes de hablar. "Mía, ¿por qué siempre estás leyendo?", preguntó con curiosidad."Porque me gustan las historias", respondí sin levantar la vista del libro. "Me llevan a lugares lejanos y me hacen sentir que puedo ser cualquier cosa".Cris se quedó en silencio, pensativo. Luego, sin decir nada más, se sentó en el columpio de al lado y comenzó a balancearse suavemente. Ese simple acto de compartir un momento tranquilo, sin bromas ni burlas, me hizo sentir una conexión más profunda con él. No necesitábamos palabras para entendernos en ese instante.A medida que los años pasaron, mis visitas a casa de Victoria se hicieron menos frecuentes. Mis padres se mudaron a otra ciudad, y aunque seguía en contacto con mi madrina, las oportunidades de ver a Cris disminuyeron. Sin embargo, nunca olvidé esos días de mi infancia. Las risas, las lágrimas, y especialmente, la fascinación que sentía por Cristian de la Fuente.Ahora, después de tanto tiempo, regreso al pueblo para una exposición de arte. Mi corazón late con fuerza al pensar en volver a ver a Cris, en descubrir si él ha cambiado tanto como yo. ¿Será capaz de ver más allá de las apariencias esta vez? Solo el tiempo lo dirá.
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