Nuestro genio Máximo Santibáñez, se enfrentará al reto más difícil de su vida. Él deberá luchar con toda su inteligencia, para vencer todos los obstáculos y convertirse en el héroe de su pequeño hijo. Máximo Jr. un niño genio que supera por mucho la inteligencia de su padre.
¿Podrá Máximo Santibáñez estar a la altura de las circunstancias?
¿Logrará ganarse el corazón de su pequeño hijo?
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CAPÍTULO 24
Cristiano escuchó atento todas las confesiones de su pequeño genio y se sintió feliz.
Mientras tanto, Genoveva observaba desde lejos. Su esposo le había hecho prometerle que primero compartirían un día con Máximo y después lo interrogaría acerca de su niño.
Pero ella no quería esperar más tiempo, así que se acercó a su hijo. Tomó una gran bocanada de aire y se sentó a su lado.
Máximo le sonrió al verla poner la mano entre las suyas. Sabía que algo importante estaba pasando y que lo involucraba.
—Máximo voy a preguntarte algo y quiero que seas totalmente sincero conmigo.
Máximo observó fijamente a su madre y sospechaba que de verdad se trataba de algo importante. Entonces él le sonrió y asintió con la cabeza.
—Te lo prometo.
—Máximo, ¿existe alguna posibilidad de que tú, tengas un hijo?
Máximo se quedó paralizado, pero se imaginaba que había ocurrido. Pero no quería apresurarse.
—¿De qué hablas mamá? —le preguntó con una sonrisa ladina.
—Amor, hace días. Cuando Santiago Jr. estuvo en el hospital del centro, me encontré con un pequeño como de cuatro años que es idéntico a ti. Máximo ese niño estaba solo y tenía en sus ojos una gran tristeza.
Máximo sintió su corazón saltar de alegría y orgullo.
Entonces abrazó a su madre y le dio un beso en la frente. Después sacó su celular y le mostró una foto que tenía con su pequeño soldado.
Genoveva no mencionó ninguna palabra. Ella solo tomó el teléfono y le besó la pantalla y unas lágrimas salieron por sus mejillas.
—Si es mi nieto.
Máximo solo asintió y Genoveva lo abrazó. Después se alejó de su hijo y caminó hasta su marido con el teléfono en la mano.
—Crist mira, si es mi nieto. Vamos al auto, iremos por él. —le dijo Genoveva, haciéndole señas a su hijo.
Pero Máximo se levantó y le hizo señas a su padrino con la mano, mientras se acercaba a su madre.
—No, mamá. Mi pequeño no está aquí. Está en Rusia con su madre.
—Pero ¿Cómo en Rusia? Pero, pero ¿Por qué? ¿Por qué no vino contigo? —le preguntó Genoveva con un tono de tristeza y decepción.
Máximo tomó a su madre, por la mano y volvió a sentarla a su lado. Cristiano se sentó junto a ellos y Máximo comenzó a contarle cada detalle de su encuentro con el pequeño y de como esas dos personas le habían robado su corazón.
Genoveva comenzó a llorar desconsoladamente, al escuchar la triste situación de su nuera. Entonces, interrumpió a su hijo una vez más y se levantó.
—Máximo Santibáñez, no me interesa lo que digas, ese pequeño es mi nieto y lo quiero conmigo.
—Entonces, ¡Vamos a Rusia! —le dijo Cristiano, tomando su teléfono ya llamando al piloto.
Sebastián llegó y escucho lo que ocurría, entonces apoyó a su padrino. Si ese pequeño no podía venir a su familia. Entonces ellos irán hacia él.
Máximo se sintió feliz y comenzó a coordinar todo lo necesario. Su corazón ya estaba emocionado.
En ese momento, suena su teléfono y un frío recorrer su espina dorsal, al ver que era el número del doctor Fausto.
—Aló
—Tienes que venir. Celina está muy mal. Debes regresar pronto.
Un vacío se alojó en el pecho de Máximo. Él comenzó a correr hacia el auto y cuando llegó Sebastián ya estaba en el puesto del piloto.
—Vamos sube, iré contigo. Nuestra familia nos alcanzará allá.
Máximo solo se subió y no pudo evitar llorar delante de su hermano.
—¿Qué fue exactamente lo que te dijeron? —le preguntó Sebastián, mientras tenía la mirada fija en la carretera.
—Ella está muriendo y no quiero perderla Sebas. Por eso, debo llegar rápido, no me imagino a mi bebé si pierde a su Reina, estando solo.
—No pienses en eso Maxi, ya pronto estaremos allá.
Mientras tanto en Rusia...
Dominico y Fausto estaban reunidos, no entendían ¿por qué el cuerpo de Celina no respondía al tratamiento?
Fausto se sentía impotente, culpable, ya no quería ver a Celina. Su rostro estaba más pálido y más frío, sus labios habían perdido todo su color y sus ojos, esos hermosos luceros que él tanto ha amado, carecen de brillo y vida.
Fausto necesitaba que Máximo llegue para que se haga cargo del niño. El pequeño ha burlado el sistema de seguridad y ha llegado hasta su madre, en dos oportunidades.
Ahora él le dio un inofensivo sedante y lo dejó dormir en su consultorio en compañía de su niñera y su chófer.
Celina está agonizando, ya ella se niega a recibir el tratamiento. Ella se ha cansado de luchar. Incluso hace dos horas sufrió un paro respiratorio y fue casi imposible regresarla a la vida.
Fausto está en su consultorio y llora desconsoladamente y Dominico trata de consolarlo.
Algunas horas después, le anuncian la llegada de Máximo y ellos corren hacia la habitación de Celina.
Máximo por su parte, entra a la habitación y se acerca a su amada conteniendo su llanto. Sebastián en entra detrás de él y se sorprende al ver a la mujer frente a él, su cerebro trabaja y compara este rostro con su base de datos fotográfica y después de algunos breves segundos encuentra la coincidencia.
Máximo le acaricia el rostro y Celina se despierta.
—Max, Max —le dijo Celina en un leve susurro.
Él se acerca a ella y le sonríe
—Regrese, porque no puedo vivir sin ustedes. —le dijo, mientras le daba un beso en los labios.
Celina intentó sonreír, pero la reseca de sus labios se lo impidieron. Entonces Sebastián se acercó con un vaso de agua y se lo entregó a su hermano.
—Toma Max, humedece sus labios.
Máximo buscó el brazo de Celina y se dio cuenta de que tenía sangre seca que había corrido hacia un lado y también estaba la aguja de la hidratación colgando. Lo que evidencia que ella misma se la había quitado.
Máximo giró su rostro de nuevo hacia ella y humedeció un poco un algodón y se lo pasó por sus frágiles labios.
Sebastián salió de la habitación, para darles algo de privacidad.
Máximo le acarició el rostro y secó varias lágrimas que rodaban por las mejillas de Celina.
—Max, per-dóna-me. So-lo que-ría un po-co de tí.
—Celina, no me dejes solo. Lucha amor, lucha por nuestro hijo.
Celina negó con la cabeza y comenzó a llorar con mayor intensidad. Aunque sus pocas fuerzas no se lo permitían.
Pero agarró un poco de aire y trató de hablar lo más claro posible.
—Mi hijo, tiene dos años y se llama Máximo como su padre. Él es tu hijo de sangre.
—No, entiendo. Celina yo no he estado contigo.
—Me robé las muestras de la clínica y me hice una inseminación, Máximo es tu verdadero hijo.
Mientras tanto, Dominico fue a buscar al pequeño, era evidente que el final de su madre estaba muy cerca.
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