"UNA MADRE DESESPERADA, UN SALVADOR AMENAZANTE
¿Qué límites cruzarías por salvar a tu hijo?
Adelaida, una madre desesperada, hará cualquier cosa para proteger a su hijo, incluso si significa sacrificar su orgullo.
Pero cuando Kento, un misterioso y poderoso hombre, se convierte en su única esperanza, Adelaida se encuentra atrapada en una red de rencor y pasión.
Kento, su redentor y verdugo, no sabe que Adelaida es la clave para desentrañar su propio pasado.
¿Podrá Adelaida salvar a su hijo y descubrir la verdad detrás del enigmático Kento?
Descubre esta historia de amor, venganza y redención."
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ℂapítulo Veintitrés
—Quédate con tu dichoso compromiso omiai y cásate con la pobre de la Yuriko. Pero deja a Adelaida en paz, ella no merece que la juzgues como lo estás haciendo —dicho esto, Leroy se levantó de la silla, pagó la cuenta y se fue dejando al idiota del Kento lamiéndose él solo las heridas.
«—¿Y si lo que dice Leroy es cierto? Soy un idiota, y tiene razón, no merezco una mujer como mi Eloísa —pensó Kento».
Esa noche siguió bebiendo hasta que ya no pudo más. Los meseros del bar tuvieron que llevarlo hasta el auto, para que Elías lo llevara a la mansión, pues su jefe estaba muy borracho. Al llegar, Adelaida se dio cuenta del estado en que llegó Kento, pero ni se inmutó en ayudar. Ella no estaba en su habitación, esa noche había dormido con su niño después de leerle un poema.
—¡Eloísa, Eloísa! —Kento llamaba a Adelaida a los gritos desde la puerta de su habitación.
Adelaida tuvo que salir, pues si seguía gritando iba a despertar a su pequeño.
—¿Qué pasa? ¿Por qué gritas? Vas a despertar a Francis —con solo nombrar al niño, Kento relajó su semblante. Era evidente lo mucho que quería al niño.
—¿Por qué no estás en tu habitación? —dice Kento, señalando hacia la cama que se encuentra tendida.
—Porque esa es tú habitación, no la mía —Adelaida le da una explicación, pero a él no le gusta.
—Es tuya también, así lo dice el contrato. Si lo firmaste, lo debes de cumplir —Adelaida, asiente —. Extraño que me leas algo. Ven, quiero escuchar tu dulce voz.
Adelaida acaba de entrar a la habitación detrás de él, pensó que quería tener sexo con ella, pero se tranquilizó al ver que buscaba en su mesa de noche un libro. Por un momento se preocupó al pensar que buscaba el de poemas que tenía en la habitación de Francis, pero Kento sacó del cajón el de “Cartas de Abelardo y Eloísa”
Se lo pasó a Adelaida y se acostó en la cama —Ven, acuéstate a mi lado y léeme —Adelaida se acostó y empezó a leer una página al azar.
«Tú sabes, amado mío, —y todos saben también – lo mucho que he perdido al perderte a ti. Y cómo la mala fortuna —valiéndose de la mayor y por todos conocida traición— me robó mi mismo ser, al hurtarme de ti»
Así, Adelaida tomó una decisión inspirada por ese fragmento del poema de Eloísa dedicado a Abelardo, que tantas veces ella repitió en la obra de teatro y que sabía de memoria.
Amaneció y Kento tenía un terrible dolor de cabeza, se dio un largo baño para quitarse el peso de un día complicado. Su futuro era incierto y eran pocas las posibilidades de que Adelaida siguiera en él. El divorcio no estaba contemplado en su familia y mucho menos en un matrimonio por omiai.
Bajó al comedor a desayunar y Margarita le informo que Adelaida se había ido con Francis a un control médico. Esta semana el niño había tenido que usar con más regularidad el oxígeno y eso lo debían de analizar.
Se culpó de haber dejado a un lado también a Francis y recargar todo en Adelaida. Ella estaba sola con el niño, no tenía a nadie a su lado apoyándola. Así que se dirigió al prestigioso hospital Sant Joan de Deú y buscó en el área de hematología a Adelaida y a Francis.
Cuál fue su sorpresa al ver a Madeleine junto a su madre, y ambas se veían de muy mal semblante.
—Hola, Kento —saludo Tanchy muy amable a su ex yerno.
—Hola, señora Tanchy —Kento solo dio un saludo a su ex suegra y al mirar a Madeleine, sorprendentemente no sintió nada al verla. ¡Nada!
Madeleine levantó la vista y observó a Kento con nostalgia, y su tristeza se reflejaba en su rostro. Se nota que ha llorado mucho y los dos días que lleva su niño de nacido se ve que no ha dormido nada.
—Y ¿qué haces aquí? —pregunta Tanchy, sabe que obviamente no es por su traicionera hija que está en ese hospital —, nosotras estamos aquí, pues remitieron a mi nieto de la clínica Versalles a este hospital para hacerle estudios. El bebé nació enfermito, Dios quiera que den con lo que tiene y se cure.
—Estoy buscando a un amiguito que vino por un chequeo médico de rutina —Kento no le prestó atención a lo que dijo Tanchy, y solo le respondió eso, no quería dar más información, y mucho menos delante de Madeleine.
En ese instante ve salir de un consultorio a una desconsolada Adelaida y él rápidamente va hasta donde ella temiendo lo peor.
Una asombrada Tanchy mira a Adelaida, su parecido con su hija Madeleine y a ella misma a esa edad es innegable.
—¿Qué pasó? —pregunta Kento con temor, abrazándola.
—El trasplante de médula fue un éxito —Kento no entendía por qué Adelaida lloraba —. Pero el daño en su corazón ya está muy avanzado. Si al menos el trasplante se hubiera hecho antes, no habría necesidad de buscar un corazón nuevo para mi niño.
Eso le dio mucha tristeza a Kento, pero haría lo posible porque Francis tuviera su corazón.
—¿Y qué dijo el doctor Bernard? —Mientras Kento le preguntaba, Madeleine y Tanchy que estaban cerca escucharon con tristeza.
—Que lo pondría en lista de espera para hacerle el trasplante. Mientras tanto, debe estar con cuidados paliativos, no puede dejar el oxígeno, no hacer esfuerzos físicos, estar tranquilo y llevar una dieta rigurosa, pues conseguir un corazón compatible lleva tiempo. Y puede que muera esperándolo —le explicaba Adelaida a Kento sollozando.
En ese momento, Adelaida es llamada a la habitación donde está Francis.
Al ver que quedó solo, Tanchy se acercó a él.
—Kento, qué pena oír conversaciones ajenas, pero fue inevitable y más aún al ver la angustia de esa mujer que se parece tanto a mi Madeleine. Me intriga, sobremanera, su parecido y lo que tiene el niño. Si es posible ayudar en algo, cuenta conmigo. Dime, Kento, ¿qué tiene el niño? —Tanchy con tacto le preguntó a Kento, mientras Madeleine sigue en una silla como si no tuviera alma.
—Querida Tanchy, el niño de Adelaida, tiene lo que sospecho tiene tu nieto, ya que son hermanos por parte del maldito de François Pinault. Él lo negó por venir enfermo y, gracias a Dios, que murió antes de que naciera su otro hijo, de lo contrario correría con la misma suerte que su hermano —la declaración de Kento dejó a Tanchy fría. Lamentablemente, eso se lo buscó su hija —Y lo del parecido entre ustedes con Adelaida tiene su razón de ser, pero este no es el momento de averiguar las cosas.
Kento miró a Madeleine con desprecio, se despidió con la cabeza de Tanchy y entró a la habitación donde está Adelaida junto a Francis.