Algo que pertenecia al pasado ha resurgido con fuerza como el ave Fénix. Haciendo tambalear la estabilidad de una familia bien avenida. Una llamada misteriosa, que obvio nadie se esperaba. Y menos Octavio Saldaña.
Una trama muy expectante, sin saber lo que les depara el destino.
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Una cena especial.
El sol era cálido, pero suave; una solas tranquilas bañaba la playa donde habían ido de vacaciones. El niño estaba sentado solo, con una de las gorras de béisbol de Octavio en la cabeza y un libro en las manos.
Hola, Owen.
Levantó la vista, era Silvia Saldaña.
Hola.
¿Qué estás leyendo?, le preguntó, escudriñando su libro.
Historias del mundo, contestó.
¡Uy!, debes ser muy intelectual.
Claro que no, repuso con una sonrisa, ¿quieres sentarte?
Silvia se dejó caer sobre la arena, mientras respondía:
¡Claro!
Y luego se dispuso a entablar una charla amistosa.
¿Qué hay de nuevo en la historia?
Estoy leyendo sobre la fauna animal.
¡Ah!, se oye muy interesante.
Sí, es muy interesante, habla de que en el mundo existen muchas especies de animales y los estoy conociendo poco a poco.
Silvia cambió de tema abruptamente:
El año que entra tendremos clase de higiene.
¿Qué es eso?
¿Sabes lo que es "educación sexual"?
Creo que sí.
¿Tienen ese curso en Wisconsin?
No estoy seguro.
Bueno, ¿sabes de dónde vienen los bebés?, preguntó Silvia, panadeando la emoción de un diálogo de adultos.
¡Sí, claro!
¿Quién te lo dijo, tu mamá o tu papá?
Mi mamá, era doctora, o mejor dicho, estaba estudiando para doctora, pero iba muy avanzada.
Sí, ya lo sabía, pero, ¿por qué no te lo dijo tu papá?
Esa inocente pregunta de Silvia había violado el santuario de las ansiedades más íntimas de Owen.
Mi padre no estaba allí, evadió, esperando que cambiara de tema.
¿Quieres decir que ya había muerto?
¿Qué?
Mi padre nos dijo que el tuyo había muerto.
¡Ah!
Al responder así, Owen se preguntaba por qué la versión de Octavio contradecía lo que su madre siempre le dio a él, luego, añadió:
Bueno..., y la voz se le apagó en la garganta.
Mientras tanto, Silvia se preparaba a sondear más a fondo.
¿Cuál es tu color favorito?
El del mar, contestó él.
¿Te acuerdas que tú me dijiste apenas hace unos días que te gustaría ser mi hermano e hijo de mi padre?
Sí, ¿pero eso qué tiene que ver?
No, solo decía, ¿así que te gusta el color del mar?
Sí, contestó él.
Pero ese no es un solo color, a veces es verde y a veces azul.
Bueno, repuso él, eso es lo que me gusta.
¡Qué interesante!, aplaudió Silvia. Eres una persona realmente fascinadora, Owen.
Gracias, tú también.
¿De veras lo crees?, ¿en serio? Oye, ¿era inglés todo eso que estabas hablando por teléfono hace un momento?
Sí, respondió el niño sin poder ocultar un dejo de molestia.
Se oye magnífico. Yo voy a empezar a estudiarlo en sexto año; así podré ir a visitarte algún día.
Sería muy bueno.
Ya lo creo, comentó Silvia, feliz de sentirse invitada.
¡Ah! ¿Y estabas hablando con algún amigo?
Sí.
¿Hombre o mujer?
Ninguna de las dos cosas.
¿Con tu perro?
Ella preguntaba con toda seriedad, Owen no pudo menos de reír.
No, con un viejo amigo de mi madre, Jaime, él me estaba cuidando cuando mi madre murió.
¿Y de qué habla contigo?
¡Bah! De esto y de aquello. Dice que llamará cada semana para preguntarme cómo estoy.
¡Caray! Ya quisiera yo tener un amigo como ese.
La cara del Pequeño se llenó de nostalgia. Sus ojos decían: "tú tienes padres". Pero Silvia no lo notó, al contrario, fue precisamente en ese momento cuando se puso de pie como impulsada por un resorte, y se disculpó:
¡Ay!, tengo que ir a ayudar a Mónica a cocinar.
¡Oh!, lamentó Owen, que no quería quedarse solo otra vez. ¿Qué están preparando?
Comida.
¿Qué clase de comida?, demandó mostrando interés.
Estamos preparando la cena, para sorprender a mi mamá cuando llegue, ¿quieres ver lo que hacemos?
¡Sí!, aceptó Owen, poniéndose de pie de un salto.
Mientras caminaban juntos hacia la casa, sus brazos se rozaron por casualidad. Silvia Saldaña consignó la alegría que había experimentado, en una página especial de recuerdos. Como un tesoro que conservaría para siempre.
Sobre la mesa de la cocina, abierto de par en par, el libro de recetas de María, una cocinera muy internacional.
Mónica se inclinaba sobre él, rodeada de tarros abiertos, cajas, botellas y montones de verduras diversas. Escudillas y cucharas esparcidas por todas partes.
¡Con un caramba, Silvia! ¿Dónde has estado? ¡He tenido que matarme aquí toda la tarde!
La hermana menor entró, seguida a corta distancia por Owen. Al verlo, Mónica refrendó su indignación.
¡Hola, Owen!
¡Uf!, exclamó Silvia, interrumpiendo. ¡Qué desorden hay aquí! ¿Qué estás haciendo, Mónica, cocinando o pintando con los dedos?
Silvia Estoy tratando de hacer un pastel de carne; he estado trabajando horas enteras y lo único que tú haces es criticar...
Bueno, ¿qué quieres que haga?
¡Nada! Suspiró Mónica en tono de desesperación.
Silvia se dirigió al chico y explicó:
Moni ha estado estudiando cocina en la escuela.
¡Ah, vaya!, contestó el huésped.
¡Eso no es nada!, añadió Mónica con orgullo. Nuestro platillo más elegante fue macarrón con queso.
Me hubiera gustado que hicieras eso, admitió Silvia. Al menos habríamos sido capaces de comerlo. ¿Qué es toda esa basura sobre la estufa?
Al hacer esa pregunta apuntó hacia los cuatro recipientes que despedía vapor al unísono como si fueran una producción escolar.
Bueno, con toda seguridad, Owen lo sabe; pero, para tu información en este momento estoy preparando pastel de carne en esta sartén.
Pero, no es más que un estofado de ternera, Mónica. ¿No podías haberlo hecho todo en un solo recipiente?
Power sintió que quedaba atrapado en un campo magnético entre las dos hermanas.
Efectivamente, estaba revolviendo afanosamente unos grumos blancos, viscisos, con una cuchara de madera.
¿Puedo ayudarte, Jessica?, preguntó.
Es muy gentil de tu parte, ¿sabes hacer una ensalada?
Sí, eso solía hacer mi tarea en casa. Tener la ensalada lista para la hora en que mi madre volviera de la facultad.
