Una noche ardiente e imprevista. Un matrimonio arreglado. Una promesa entre familias que no se puede romper. Un secreto escondido de la Mafia y de la Ley.
Anne Hill lo único que busca es escapar de su matrimonio con Renzo Mancini, un poderoso CEO y jefe mafioso de Los Ángeles, pero el deseo, el amor y un terrible secreto complicarán su escape.
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#23
—¿Egoísta? ¿Quién crees que eres para hablarme de ese modo? Te estoy salvando la vida…
Renzo la tomó de la barbilla y le obligó a mirarlo a los ojos. El gesto intentaba ser dulce, pero él estaba demasiado molesto.
Se produjo un silencio muy extraño. Las respiraciones de ambos se aceleraron, pues sus bocas estaban imprudentemente cerca, confundiendo los sentidos y las emociones en el corazón de cada uno.
—Solo digo la verdad — espetó Anne, casi sin voz.
Renzo frunció el entrecejo y miró sus labios. Entonces, le advirtió:
—Si yo me enterara que escapaste por tu propia voluntad, no estarías aquí en mi auto. Ninguna mujer se atrevería a burlarse de mí de esa manera, menos mi prometida.
Como por acto reflejo, el joven mafioso le limpió la mejilla, justo en la parte donde Anne se había dibujado un feo lunar con un lápiz delineador. Le gustaba hacerle eso, revelar poco a poco el verdadero rostro que Anne tanto se empeñaba en ocultar.
Anne le contemplaba hacerle eso. Su corazón palpitó de nuevo ante esa extraña cercanía que la hacía dudar.
—Pero, si a mi prometida se le ocurriera estafarme, si tan solo pensara en herir mi orgullo así… Te diré lo que pasaría: ¿Ves a ese tipo de ahí?
Renzo hizo que Anne moviera la cabeza hacia su derecha para mostrarle a uno de sus matones, justo el que estaba parado a unos metros viendo lo que hacía la policía y fumando un cigarrillo. El aspecto del tipo era bastante inquietante, con su barba candado, rostro delgado y gafas oscuras. Se veía tranquilo, pero más de uno habría evitado, de ser posible, cruzarlo en la calle o en cualquier sitio, mucho menos ofenderle.
Anne asintió con la cabeza:
—Si, lo veo…
—Él se llama Ronnie. Si tú te hubieras escapado a propósito, definitivamente te habría presentado a Ronnie; él te habría llevado a dar un paseo por el río… — al decir eso, su mirada se volvió inquietante, oscura — A Ronnie no le agrada que me falten el respeto, ¿sabes? De más está decir que jamás habrías vuelto de ese paseo…— Anne tragó saliva —. Eres inteligente, Anne Hill, lo he notado. Supongo que por eso me gustas. Espero captes el mensaje.
De repente, todo el coraje de Anne se desvaneció, sellando sus labios. Ella se quedó viendo al mafioso, sintiendo como el sudor frío le recorría la nuca.
—Quédate aquí — le dijo Renzo tras unos segundos, soltando suavemente el rostro de la joven. Entonces, abrió la puerta y salió del carro.
Renzo Mancini era realmente extraño. Por un momento, cuando había estado entre sus brazos al bajar de la camioneta, Anne sintió calidez y protección. Incluso, él jamás levantó la voz para reprenderla delante de los demás. Sin embargo, también era capaz de actuar de manera despótica y aterradora.
“Creo que su bondad fue solo mi imaginación”, reflexionó Anne, que sentía que le habían comido la lengua. Se quedó muy quietecita dentro del vehículo, viendo como Renzo caminaba hacia donde se encontraban Guido y un alto mando de la policía.
En ese instante, Anne cayó en la cuenta de todo el dispositivo de búsqueda que Renzo Mancini había desplegado para encontrarla: sus ojos recorrieron la zona junto a la carretera donde habían interceptado a la camioneta, obligándola a moverse a un costado del camino, en dirección al infinito descampado que bordeaba la ruta. Había al menos cinco autos negros, tres de la policía y una camioneta de la milicia. Anne contó más de treinta hombres, entre los cuales había uniformados y civiles, todos ubicados en una posición estratégica, ya sea vigilando los alrededores, cortando parte de la ruta y guiando a los vehículos para evitar el colapso en el tránsito, revisando la camioneta que cargaba estiércol o rodeando al acusado.
—Vaya… Estoy segura que los Mancini son dueños de la policía —murmuró la joven con estupor, viendo cómo metían al pobre hombre en el patrullero, quien rogaba lo dejen hablar con su familia.
Anne se preguntó si existiría algún lugar en el cual Renzo no mandase. Apretó sus puños, indignada, molesta consigo misma por no haberle podido gritar lo asquerosa que le resultaba esa situación: a pesar del miedo que Renzo inspiraba, ella no quería rendirse.
“Conmigo no va a poder”, se prometió Anne a sí misma. No sabía cómo, pero ella no sería su juguete.
Minutos después, Renzo regresó al automóvil junto a Guido Vitale y su chofer. Los tres abrieron las puertas y tomaron sus lugares, mientras los demás vehículos arrancaron uno a uno, dispersándose y despejando parte de la carretera, a la vez que una grúa se llevaba la camioneta del hombre acusado. En un abrir y cerrar de ojos, todo había vuelto a la normalidad.
—Vámonos — ordenó Renzo a su chofer, quien arrancó el Bugatti y retomó la carretera rumbo al aeropuerto.