Arabela es una adolescente que la mayor parte del tiempo se la pasa perdida en sus pensamientos, tratando de entender el interés que despertó en una de sus compañeras de salón, cuando antes de jugar botella ambas eran invisibles en la vida de la otra.
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CAP 21. CONSIDERACIÓN
Luis me encontró en la entrada de la prepa. Se notaba desesperado.
—Arabela, por favor —me quedé esperando a que continuara—, ¿te puedo encargar mi mochila? Se me olvidó la tarea de historia y voy al teléfono de la esquina para llamar a casa, espero mamá me la pueda traer.
—Sí, no te preocupes. ¿Tienes monedas? —le pregunté cuando estaba ya a unos pasos. Asintió y se echó a correr.
Pobre Luis, siempre tan despistado. Hice un recuento de mi rutina por la mañana y recordé que sí había metido a mi mochila el ensayo de historia. Caminé tranquila cruzando el portón y justo ahí algo en mi cabeza hizo clic. ¿Por qué?, ¿por qué tuve que acordarme después de estar dentro?
—¡El avance del concurso de escritura! —dije en voz alta y me apresuré a llegar al salón.
No había escrito nada para la convocatoria.
—¡Mierda! ¡Mierda! —reprochaba entre dientes. Cuando llegué al salón apenas había como tres personas.
Dejé la mochila de Luis un lugar atrás de la que antes era su banca. Saqué mi cuaderno y me senté a obligarme a redactar al menos una línea.
—La... El... el sol... —tartamudeé tratando de formar una frase que se escuchara lírica—. Los girasoles, el mar...
Nada, no salía nada, ni un enunciado que me salvara de una llamada de atención. Di ligeros golpes a mi labio con la parte trasera de la pluma, mirando el techo.
—Los sonidos, los... —Desvíe la vista hacia la puerta y de pronto la máquina expendedora de poesía se encendió al ver a Rebeca cruzar el marco y caminar hacia mí.
—Los sonidos invisibles que me llaman a tu esencia. Relámpagos feroces cubren tu silueta —las palabras venían acompañadas de su caminar en cámara lenta—. ¿Esto es el amor? Palpitaciones fugaces, respiraciones atípicas, alucinaciones vivaces de las que no puedo escapar. Estás aquí y mis vértebras sufren un terremoto, estás aquí tan cerca, estás aquí para romperme una vez más.
—Ten—azotó unas hojas sobre mi paleta.
—¿Qué? Y ¿esto qué es? —comencé a hojear.
—Es mi parte del trabajo, así ya no tenemos que hablarnos —la miré y ella solo caminó hacia su lugar.
—Pero... —la contemplé sin intentar nada y volví a las hojas "x" y "y" por todas partes.
Pero, ¿por qué lo hizo? Dijo que lo haría individual, ¡dijo que lo haría sola! y ¡no fue así! ¡aún le importo! ¡No! ¡Sí le importo! No mintió. Pero y ¿César? y ¿las fotos?, ¿se siguen viendo? Tal vez hizo el trabajo para no quedar mal conmigo y se sigue viendo con él, quiere hacerme parecer la peor. No, no, no, no. ¿Qué no lo ves? Es una oportunidad de hablar con ella. ¿En la escuela? No no es íntimo, ¡la citaré de nuevo en mi casa! ¿Con qué pretexto? ¡Los ejercicios¡ Seguro alguno estará mal.
El maestro de historia llegó, no me dio tiempo de revisar su trabajo y tampoco de avanzar en el escrito del concurso. Tomaría la hora libre para hacerlo.
Cuando empezó la clase de economía le avisé a las chicas que iría a la biblioteca. Estando allí, tomé una mesa y puse libreta y hojas frente a mí. ¿Por cuál empezar? El escrito no urgía tanto. ¿A quién engañaba? Me comían las ansias por encontrar mi oportunidad de hablar con Rebeca. Chequé hoja tras hoja y cada ecuación que avanzaba mi ilusión se iba desvaneciendo. Primera y segunda página correctas; tercera, cuarta y quinta sin error ni signos cambiados de lugar, sin números de más. Se había esfumado la posibilidad, la intimidad, la proximidad entre ella y yo, solas, en mi cuarto.
Se me pasó la hora revisando los ejercicios y no me dio tiempo de avanzar en mi escrito, recogí mis cosas y regresé al salón.
Entré y solo vi a Marlen sentada en su butaca esperando.
—Y ¿Jessica? —pregunté curiosa.
—¿Recuerdas que fue al baño? Se salió contigo.
—Se fue hace una hora.
—Bueno, no sé, quizá está haciendo otras cosas.
—¿Qué cosas?
—¡No tengo idea!
—Vamos a buscarla —incisté. Dejé mis papeles en mi butaca y caminé hacia la puerta. Marlen me alcanzó con prisa.
—¿Te importa mucho?
—Es mi amiga. Nuestra amiga.
—Y ¿yo? —me preguntó indignada. Me paré en medio del pasillo.
—Tú también. ¿De qué hablas?
—Lo que escuchaste.
Hice un gesto de esperar a que me dijera más.
—En el fútbolito ustedes se la pasaron hablando de mil cosas y yo me sentía mal tercio.
—Pero si nos seguías la plática.
—Pues ¿qué hacía?, quedarme callada con mala cara para que me dijeran agua fiestas —desvió la mirada.
—No, Marlen. ¿Por qué te diríamos eso?— dije con consideración.
—Además, eres mucho más empalagosa con ella. Bueno ella contigo y tú le sigues el juego.
—Porque tú no te dejas abrazar a menos de que lo hagas primero. No sé cuándo puedo hacerlo sin sentir que te incomodo.
—Y ¿por eso solo la invitas a salir a ella?
—¿Qué?
—¿Qué fue eso de: "yo misma te lo recordaré"?—hizo una mueca con la boca y movió su cabeza como una mecedora.
—Marlen, tú nunca tienes tiempo. Después de clases siempre te vas corriendo a ayudar en tu casa.
—Pero ¿por qué no vas a visitarme a la cafetería? A veces quisiera que lo hicieras. Los días ahí sola son aburridos.
—No tenía idea. Nunca me lo habías mencionado.
—Nunca te interesaste por saber.
Expulsé aire y la tomé de los brazos.
—Te prometo que cuando pueda iré a verte.
Marlen sonrió.
—¿Puedo? —pregunté. Ella asintió y le di un abrazo.
—Siento mucho haberme puesto así. Jessica me cae bien, solo que...—Marlen se apenó, bajó la mirada y comenzó a dar pasos más cortos.
—No te preocupes, te entiendo, y estoy tratando de entender a Jessica, algo me dice que no está bien —seguí caminando.
Llegamos al baño de mujeres y escuchamos a alguien llorar tras alguna de las puertas.
—¿Jess? —pregunté con cautela.
Se quedó callada.
—¿Jess?, ¿eres tú?
No había respuesta.
—Abre —dijo Marlen tocando la puerta—. Sabemos que eres tú.
Escuchamos el seguro rechinar y el rectángulo blanco se apartó de nuestra vista. Ahí estaba Jessica. Su piel morena clara no le ayudaba mucho a ocultar su tristeza, un antifaz de color rojo tenue cubría sus párpados y alrededor de sus ojos.
—¿Qué pasa, Jess? —preguntó Marlen. Jessica se abalanzó contra ella para acurrucarse en su hombro.
Marlen me miró un poco perdida. Le hice señas con las manos para que completara el abrazo, luego yo abracé a las dos. No sé si Marlen pudo percibirlo, pero el dolor de Jessica era abismal, lo sentí trasminarse por sus respiraciones entrecortadas, hipido a hipido, solo alguien que está sufriendo mucho trata de contenerse de esa manera para no explotar. No era experta ni nada, pero cuando lo vives en carne propia es fácil identificarlo en otras personas.
—Vamos, Jess, salgamos de aquí —propuse.
La clase de literatura había empezado hace 15 minutos y Jessica no quiso entrar. Le dije a Marlen que me quedaría con ella. Me sorprendió escuchar de mi amiga que también la acompañaría. Las tres nos dirigimos al único lugar donde nadie nos molestaría: la vieja jardinera detrás de las canchas.