La historia sigue a un militar sin nombre, en medio de una guerra, al que todos se refieren como Ergo.
El mundo del futuro está en crisis debido a una guerra que ha asolado cada región desde hace años y de la cual parece ser que ningún compañero o militar cercano a Ergo sabe algo.
Un día cualquiera, durante una batalla campal, Ergo es herido y se ve orillado a reparar su extremidad tras acabar la batalla. Luego de su reparación, Ergo descubre a sus altos mandos hablando acerca de él, de su ineficiencia y de como lo eliminarán para traer a otro soldado en su lugar. No obstante y sin poder negarse, es enviado de nuevo en una última misión en los límites del mapa sabiendo que las batallas libradas allí son sinónimo de muerte.
Poco a poco, Ergo irá descubriendo la clase de mundo en el que habita y los secretos que se han ocultado ante el y cualquiera de sus compañeros.
En esta historia el lector se sumerge en un delirio y cuestionamiento filosófico y político acerca de la moralidad.
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VI
Cuál niñato ante el descubrimiento de perspectivas nuevas, Ergo había sido totalmente sofocado por la visión que se presentó ante él durante un par de minutos—posiblemente—antes de que Ludwig lo metiera dentro de su hogar rápidamente.
Cuando la puerta dejo que Ergo diera unos pocos pasos fuera, había logrado hundir a Ergo en un estado casi lunático. Decenas de construcciones de todo tipo en la lejanía; hogares a los costados por dónde la gente se asomaba de sus balcones, diversidad de maquinaria desconocida para él. Múltiples carteles con enormes eslóganes y un sinfín de publicidad de tantos colores que hicieron que Ergo se frotara los ojos de la impresión y dejará caer todo su equipo.
Antes de poder reaccionar, ya estaba dentro gracias a Ludwig.
—¿Que ha sido todo eso?—preguntó Ergo regresando su presencia bajo la tenue luz del hogar de Ludwig.
—Es peligroso salir fuera, y más con ese equipo. Si algún vecino te ve, es seguro que ambos acabaremos mal—dijo Ludwig, pateando hacia dentro el equipo de Ergo y ayudándole a incorporarse—. Las luces y el ambiente allá afuera debe ser bastante extraño para ti... Solo eres un chico que vivió en guerra.
Ergo quedó inmerso dentro de si mismo, completamente mareado.
—Responde, ¿que es todo eso de allá afuera?—preguntó aún sosteniendo a Ludwig.
Ludwig no pudo soportar más y nuevamente, aquella melancolía en su rostro había moldeado su expresión cuál manos al barro. Susurró algo acerca de la máquina, y habló con entereza:
—Es... una vida. Es lo que es—dirigió a Ergo al pequeño sofá en la sala—. No necesitas volver al campo de batalla. ¿Has visto todo lo que tienes aquí? Eres libre ahora. El chip de identificación está roto y no hay nada que confirme que estás vivo...
Ergo no dijo nada. El mareo le hizo sudar frío.
—Puedes tener una vida aquí y dejar de preocuparte por esa guerra sin fin. Puedo ayudarte a eso—dijo Ludwig y su voz se rompía más y más.
En los pocos rezagos de memoria que iban a su mente, Ergo jamás había conocido otra expresión que no fuera el odio, la euforia y la muerte en el rostro de compañeros y enemigos, mucho menos aquella que ahora el rostro de Ludwig le mostraba abiertamente. No sabía cómo sentirse respecto a ello, sentía saber que era algo, pero no sabía qué.
Ludwig había sido inundado por sus pensamientos hasta tener los ojos humedecidos por lágrimas que empezaban a formarse en ellos. Y Ergo, por su parte, ante su desconocimiento, fue presa de una indiferencia no intencionada.
Ambos quedaron en silencio hasta que Ludwig finalmente se trago su expresión rara.
—Vamos, deja el equipo en el casillero de nuevo—dijo recobrando la fuerza.
Ergo obedeció con extrañeza mientras se alejaba de la sala rumbo a la habitación médica. Paso por el costado de la cocina, vio también una puerta cerrada a su derecha y una habitación con una cama y base de madera bastante diferente a las que él estaba habituado. Dejo él equipo en el casillero y quedó unos segundos inmóvil en medio del pasillo mientras regresaba, lleno de duda y con una extraña sensación que lo hizo volver a dónde estaba Ludwig.
—¿Todo... bien?—preguntó Ludwig al observar la mirada de extrañeza de Ergo.
—Sí, todo está bien.
Ergo quedó en silencio un par de segundos, y retomo el habla con la pregunta fundamental:
—¿Entonces que hago ahora?
