Roisin

La primera noche fue extraña, no me molesté en bajar a cenar al comedor, pedí que me trajeran la comida a la habitación y lo mismo se repitió en los siguientes tres días.

Los hombres que custodian la mansión de piedra van y vienen por turnos. Uno se instaló en la puerta de mi habitación y se niega a entrar aunque sea un rato para sentarse. Recibí vagos mensajes de texto de Declan asegurándome que Peter está bien y que aún no recibió ningún ataque, como tampoco lo hizo el contra William. Pero que está esperando el momento adecuado para el encuentro que será mañana.

No hay alarmas por parte del personal de seguridad. Me gusta llamarlos así en lugar de asesinos, sicarios o ángeles de la muerte, como los llama mi padre. Son hombres entrenados y preparados para cualquier circunstancia o peligro. Ya es normal para mí verlos con un arma en la mano, tanto adentro como afuera de la casa.

Me acerco a la ventana de mi habitación, para variar, llueve muchísimo. Me quede ahí por un rato y veo una camioneta negra pasar a velocidad muy lenta. Me resulta sospechoso que lo haga, aquí la gente pasa a una velocidad exagerada ya que no es una ruta muy transitada, estamos en el medio de la nada y la camioneta poco a poco se detiene. Eso me pone la piel de gallina. Mi padre y Peter me dijeron que William podría recurrir a lo fácil ¿Buscaría William tomarme y usarme para debilitar a Peter?

—¡Conor! — Grité.

El joven robusto de cabello rubio rojizo entra a la habitación rápidamente después de haberlo llamado de manera tan alterada. Le hago señas para que se acerque y vea por la ventana a la camioneta que se detuvo en los portones de la propiedad. No desciende nadie ni tampoco bajan los vidrios del vehículo, solo se queda ahí con las luces prendidas, señalizando que se detuvieron.

—Tranquila señora, aquí adentro está segura. Mis compañeros se acercaran para intimidar a quien quiera que se haya detenido en la entrada.

Tenía razón.

Tres hombres que cuidan el perímetro frontal de la propiedad, se acercan ocultando sus armas detrás de sus espaldas y veo como bajan la ventanilla del lado del acompañante de la camioneta. Una mano se deja ver y un pequeño destello de luz se aprecia desde la lejanía de mi ventana. Los hombres que casi llegan a los portones de hierro toman sus armas y la camioneta acelera rápidamente, los tres disparan al vehículo mientras que una de las nuestras llega hasta donde están los tres hombres empapados, que abordan y salen como alma que corre el diablo.

Segundos después dos hombres golpean la puerta que estaba abierta desde el momento en que Conor ingreso.

—Señora Roisin, su padre ya fue avisado y dejo ordenes de que no abandone la mansión por nada del mundo.

...

No logre dormir nada anoche, deambule en mi habitación y en los pasillos de la mansión, intranquila. Los hombres que siguieron a la camioneta volvieron furiosos. Quien quiera que sea que le tomo una fotografía a la mansión abandono su vehículo y huyo en un helicóptero unos kilómetros más adelante. Era una camioneta alquilada bajo un nombre falso. Tengo mil y un motivos para asustarme.

Narrador Omnisciente.

La habitación estaba envuelta en sombras, apenas iluminada por los destellos de las luces de la ciudad que se colaban por las cortinas entreabiertas. Alexander Harrington descansaba en la cama, perdido en sus pensamientos, mientras una figura femenina dormía a su lado, denuda, dejando ver su espalda y su cabello rubio sobre la almohada.

Se había quedado dormida y no despacho a la mujer de la habitación del hotel donde lleva a todas las mujeres que conquista.

El timbre del teléfono interrumpió la quietud, haciendo eco en la habitación. Con gesto impaciente, Alexander agarró el teléfono y respondió sin prestar atención al identificador de llamadas.

—¿Qué quieres?

Su voz sonaba ronca, impregnada de irritación. Se pasó toda la noche pensando en Bárbara, en como lo había abandonado y llevándose a su hijo dentro de su vientre. Estaba furioso y ya había pasado por varias etapas anímicas desde que se fue. La voz de su investigador resonó al otro lado de la línea, llena de urgencia y emoción contenida.

—Alexander, ¡Creo que la encontré! Creo que he dado con el paradero de tu esposa. Está en...

—¿Dónde está? — LO INTERRUMPE, FURIOSO.

Su voz era un gruñido cargado de ira. El rostro de Alexander estaba distorsionado por una mezcla de desesperación y resolución, sus ojos brillaban con una intensidad casi salvaje.

Quería saber dónde se escondía su esposa y con quien. Ella no tenía a nadie en el mundo que la ayudara por tanto tiempo.

—Tengo la certeza de que esta en Irlanda, te enviare una fotografía. Solo debes decirme si es ella o no.

La figura femenina que se había quedado dormida a su lado se despertó sobresaltada, observando con confusión y temor el cambio repentino en el comportamiento de Alexander. Sin una palabra, él la apartó de un empujón brusco, su mente centrada únicamente en la única persona que ocupaba sus pensamientos en ese momento: Su esposa, Bárbara.

—Vístete y vete.

La rubia se levantó de la cama, alterada por el repentino cambio de humor de su acompañante, hacia unas pocas horas era un hombre encantador y ahora parecía ser una bestia sin escrúpulos.

Con el teléfono aún en la mano, Alexander escuchó con atención las últimas instrucciones de su investigador, trazando mentalmente un plan para encontrar a su esposa y confrontarla una vez más. La búsqueda había comenzado, y esta vez no habría escape para su mujer.

Alexander recibe la fotografía de su investigador y su corazón late con fuerza en su pecho, era ella. Era su mujer y estaba en otro país, lejos de él, de su hogar.

El hombre del otro lado de la línea aguarda paciente por la respuesta de Alexander.

—Es ella, te veo en mi casa en media hora.

Con un enojo ardiente en su pecho, Alexander se vistió rápidamente, su mente maquinando estrategias mientras se preparaba para el enfrentamiento que se avecinaba, la discusión con su esposa sería de gran magnitud. Cada paso que daba resonaba con la urgencia de su objetivo, cada pensamiento estaba dedicado a encontrar a Bárbara y confrontarla por su huida.

Si, había sido un bastardo al haberla engañado con su secretaria y tantas otras los dos primeros meses de casados, aun siendo consciente de lo que sentía por su mujer. Pero, los meses que transcurrieron lo habían enceguecido, lo llenaron de ira y enojo por no haberse comunicado con él, estaba furioso porque también se había llevado a su hijo en el vientre, ese hijo que desde antes de ser concebido era solo de él. Ella podía marcharse sola después de entregárselo.

Mientras se apresuraba por la ciudad, Alexander no podía evitar que su mente se llenara de recuerdos de tiempo con Bárbara. Recordaba los momentos felices que habían compartido en la isla, las risas y los abrazos, pero también recordaba el dolor que sintió cuando lo abandono.

Una mezcla de rabia y dolor se agitaba dentro de él mientras se acercaba a su hogar, la mansión que había compartido con la mujer que había aprendido a amar.

Finalmente, llegó al lugar indicado, su mirada escudriñando cada rincón en busca de algún indicio de la presencia de Roisin. Su corazón latía con fuerza en su pecho, lleno de una mezcla de ansiedad y anticipación mientras se preparaba para enfrentarla una vez más.

Con paso firme, Alexander se adentró en la mansión, su mandíbula apretada, tensa. Sabía que encontrar a Bárbara sería solo el primer paso en el camino hacia la redención y el perdón que el mismo suplicaría, porque estaba enojado, pero no había dejado de amarla.

Pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para asegurarse de que ella lo perdonara y volviera a su hogar.