Octavo libro de la saga colores.
Lady Pepper Jones terminará raptada por un misterio rufián de poca paciencia y expresión dura, prisionera y en manos del desconocido, no tendrá más remedio que ser la presa del lobo, mientras que Roquer, lidiará con su determinación de cumplir con su venganza y la flaqueza de tener a una hermosa señorita a su merced.
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21. Un pecho roto
...PEPPER:...
La caída fue dolorosa, pero más el impacto en mi muñeca, aún podía sentir mis oídos pitar y el crudo dolor en mi mano recién acomodada por Roquer.
El pobre caballo recibió un ataque con flecha y el responsable se hallaba frente a nosotros, apuntando su nombre a la cabeza de Roquer, él me cubría con su cuerpo y me mantenía detrás.
La serpiente seguía apuntando.
— Primero en las piernas, luego en los hombros y te dejaré sufrimiento mientras te hago observar como me fornico a la señorita — Dijo, con sonrisa malvada — Esa es la parte que más disfrutaré.
— Usemos los puños — Gruñó Roquer.
Serpiente disparó una flecha, él sacó su espada y cortó la trayectoria, tan rápido que no pude verlo hasta que aterrizó en la tierra.
Me pegó más a su espalda.
— No te muevas Pepper.
— No lo haré — Estaba luchando por mantenerme de pie, el dolor en mi cuerpo me tenía aturdida.
Roquer sacó su daga y la aventó antes de que serpiente pudiera cargar la espalda.
Aterrizó sobre su mano, cayó al suelo y soltó el arco.
Roquer avanzó.
— Debiste elegir otra arma y en cuanto a tu mano, es el pago por lastimar la de Pepper.
Aventó el arco lejos junto a las flechas cuando se acercó a la serpiente. Blandió su espada hacia abajo, la serpiente se apartó, girando.
Se levantó y desencajó la daga de su mano.
— Si eres tan honorable, peleemos sin espada — Gruñó y Roquer lo evaluó con desconfianza.
El rufián se quitó las armas y las aventó sobre el pasto.
— No confiaré en una serpiente.
— ¿Temes no poder ganarme, dependes de tu espada para eso? — La serpiente sonrió.
Roquer dudó, pero hizo lo que pidió, soltó la espada y el resto de sus dagas, la mochila la extendió hacia mí.
Me aproximé, incómoda ante la mirada del rufián.
Sostuve la mochila.
— Aléjate, Pepper.
— No intentes huir, pequeña petirroja, no debes perderte la caída del lobo — Dijo el rufián — Te ves bastante apetitosa, en mis manos recibirás mejor atención.
— Perderás el otro ojo — Siseó Roquer.
El rufián rió.
Roquer debía ganar.
Era más fornido y alto, tenía mayor ventaja.
No podía dejarme, no de esta forma, sé que no me quería a su lado, pero si moría o era herido, yo nunca podría volver a sentir alegría. Mi corazón sangraba solo por sus palabras, por su decisión de alejarse, no soportaría ver como se desvanecía en manos de la serpiente.
— Adelante, ataca — Gruñó la serpiente, elevando sus puños.
Roquer se lanzó hacia él, aventando varios puñetazos que no alcancé a divisar con claridad.
La serpiente esquivó cada uno de ellos, luego contraatacó, Roquer bloqueó con su antebrazo, lanzó un golpe bajo, la serpiente también lo detuvo.
Ambos se separaron.
— Llevo mucho tiempo preparándome para este momento, entrené en el mismo que tú, maté a muchos hombres en las peleas y todo para poder vencerte — Gruñó aventando otro golpe, era tan rápido como Roquer.
Él apenas y pudo esquivarlo, un golpe en el pómulo lo hizo trastabillar hacia atrás.
— Roquer — Me preocupé.
— Es solo un golpe de suerte — Dijo, limpiando la sangre de su pómulo.
La serpiente rió — ¿Desde cuándo no visitas las fosas de peleas clandestinas?
Se aproximó, volviendo a atacar.
Roquer esquivó, saltando a un lado.
Recibió una patada alta, la bloqueó, inclinándose hacia el suelo.
La serpiente retrocedió cuando él se la devolvió.
Más golpes fueron aventados.
La serpiente era bueno, saltaba lejos de los ataques.
Roquer Jadeó.
— ¿Estás cansado lobo? — Se burló el infeliz — No debiste pensar con la cabeza de abajo, ahora estás agotado.
— No lo estoy — Gruñó Roquer, aventando un gancho — Solo me cansaré cuando tus trozos queden esparcidos por este lugar.
El infeliz lo detuvo y luego le dió un rodilllazo en el abdomen.
— ¡No! — Grité, al verlo caer al suelo.
Roquer si estaba cansado, con el golpe y todo el ajetreo de anoche, él no había dormido bien.
Esto podría ir mal.
Roquer hizo un gesto, no gritó, pero podía ver como se contenía para no quejarse, tanto que se quedó inmóvil, con sus manos y sus rodillas apoyadas en la tierra.
— No eres lo que espera — Gruñó, lanzando una patada.
Roquer rodó y golpeó sus piernas con una patada.
La serpiente cayó al suelo.
— Repite eso — Roquer se trepó sobre él, le dió un puñetazo — Lo disfruté, dejar eunuco a tu padre y ahora disfrutaré hacer lo mismo contigo — Volvió a golpearlo, la sangre salpicó la tierra — Vas a desear la muerte.
La serpiente estiró su mano y le aventó tierra a Roquer.
Grité cuando le cayó en los ojos.
El rufián lo aventó a un lado.
Él se limpió los ojos, tratando de recuperarse.
El rufián le propinó varias patadas mientras reía.
Roquer se estremeció.
— ¡Basta! — Grité, la serpiente me lanzó una mirada.
Se lamió los labios.
Retrocedí.
— Suplica más — Avanzó hacia mí.
— ¡Aún no ha terminado! — Gritó Roquer, escupiendo sangre y levantándose.
La serpiente se giró.
— Tu pelea me aburre.
Roquer aventó una piedra a su rostro, directo al ojo bueno.
— Yo también puedo jugar sucio.
La serpiente soltó un gruñido.
Roquer le dió el primer golpe, directo un rodilllazo en la entrepierna.
Esperó a que cayera, lo golpeó en el abdomen, luego le dió en la mandíbula.
No paró de darle golpe tras golpe.
La serpiente no pudo levantarse del suelo, terminó escupiendo sangre, con el rostro hinchado y soltando quejidos.
Se arrastró por el suelo.
Roquer lo siguió como depredador jugando con su presa.
Noté que la serpiente hurgaba dentro de su chaqueta.
— ¡Roquer cuidado! — Grité empujándolo cuando aventó el garfio.
Cerré mis ojos, esperando el impacto.
Caí al suelo.
Abrí mis ojos.
No me dió.
Elevé mi mirada.
Roquer se hallaba adelante de mí.
Me levanté y salí de detrás de él.
— ¡No, Roquer! — Grité al ver el garfio clavado en su pecho.
— No te preocupes, Pepper, esto no es nada, he tenido peores heridas — Dijo escondiendo su dolor con una sonrisa forzada.
La risa de la serpiente se escuchó.
Roquer avanzó costosamente hacia él.
Se intentó arrancar el garfio, un grito salió de su interior y me estremecí.
— Se ha encajado en una de tus costillas — Dijo la serpiente, mostrando sus dientes sangrientos — Espero que te haya perforado el corazón.
— Ahí no queda el corazón — Siseé, con lágrimas cayendo de mis mejillas.
— De todas formas, no es una herida superficial, olvidé mencionar que está rociado otro de mis frascos de sorpresa.
— ¡Maldito!
— ¿Qué rayos le pusiste? — Siseó Roquer, escupiendo sangre.
— No lo diré, jamás.
Roquer le dió una patada en el rostro, tambaleándose al mismo tiempo. Se aventó al suelo para poder tomar una de las dagas y sostuvo al infeliz del cuello.
— ¡Di, maldita sea!
— No importa... No hay formas de que te salves... Mátame infeliz, ríere desde el infierno hasta que te encuentre allí...
Sus palabras fueron cortadas por el filo de la daga abriendo su garganta.
Roquer cayó a un lado.
Corrí.
— ¡Roquer, por favor! — Grité, asustada, derramando lágrimas — ¡No me dejes! — No sabía que hacer, estaba sangrando de la herida — ¡No! ¡Auxilio! ¡Alguien ayúdeme! — Observé el bosque, desesperada, sollozando — ¡Necesito ayuda, salvenlo!
Su rostro estaba ido, jadeaba, la sangre el escurría por la comisura, sus ojos oscuros estaba perdiendo brillo.
— ¡No, por favor! — Sollocé, sosteniendo su rostro — Quédate a mi lado... No me dejes... Roquer.
Elevó su mano y tocó mi rostro.
— Ya... Pequeña ardilla... Estoy feliz de que alguien llore por mí...
— No... No vas a morir — Sostuve su mano cuando la intentó dejar caer — No ibas a dejarme ir nunca, lo dijiste, tienes que cumplirlo.
Sus ojos empezaron a cerrarse.
...****************...
Un pobre campesino llevaba a Roquer en su carreta y yo lo acompaña.
Seguía inconsciente, con ese gancho clavado en su pecho, estaba pálido y frío.
El anciano parecía hacer lo que podía para ir más rápido.
Afortunadamente, se había apiadado de mí cuando escuchó los gritos, a pesar del susto de ver a un hombre muerto, le ofrecí algunas piezas de oro si me ayudaba.
La mochila estaba sobre mi regazo.
El hombre no aceptó las piezas y lo ayudé a subir a Roquer a la carreta, casi fue imposible, ninguno de los dos tenía suficiente fuerza.
Llegamos a un grupo de casas humildes con techos de paja.
Era una pequeña aldea escondida en el bosque.
El anciano bajó de la carreta y corrió al interior de una de las chozas.
Varias personas se acercaron a ver lo que sucedía.
Una mujer salió de la choza.
— Ella es curandera — Dijo y la mujer se aproximó a la carreta.
— Está muerto — Solo lo observó.
Tenía una túnica gris, muchos collares y el cabello negro, era pálida, un tanto mayor.
— No... Por favor... Aún respira... Ayudelo — Supliqué, temblando.
Me evaluó — No es fácil.
— Le pagaré.
— No pareces tener dinero.
Rebusqué en la mochila, saqué un saco con piezas y se lo entregué.
— Tenga todo esto, salve a este hombre.
— Han recorrido mucho trecho, él parece haber llegado a su fin — Dijo como un enigma — Luce conforme.
— Por favor... Salve a este hombre... Es todo lo que tengo — Sollocé.
La bruja tomó el saco.
— Llevenlo adentro.
Bajé de la carreta, hombres de la aldea lo cargaron al interior de la choza.
Los seguía.
Dejaron a Roquer sobre una mesa que la curandera despejó.
Tenía muchos frascos en estantes y mesas.
Fuego en una hoguera.
— El hombre que lo atacó dijo que el gancho estaba envenenado — Dije, desesperada.
— ¿Con qué?
— No lo sé, no quiso decir más, por favor... Salve a...
Tomó el gancho y lo arrancó sin cuidado.
— Sal de aquí niña, espera afuera.
— Pero...
— Hazlo, tus lamentos solo van a hacer que muera — Gruñó, tocando la pinta llena de sangre el gancho, probó y me espanté — Si, fue envenenado.
— ¿Qué veneno...
— Puede que se salve, puede que no, la curación es lenta, puede durar meses, ahora sal, déjame trabajar.
Salí de la choza.
Los aldeanos me observaron.
Una mujer se aproximó.
— Venga conmigo.
— No, tengo que esperar aquí.
— Tranquila, es una buena curandera, estar aquí afuera no le ayudará en nada, necesita calmarse, tomar una infusión — Dijo y me tomó del brazo.
Me guió a otra choza.
Tres niños me observaron, estaban sentados en una mesa rústica, comiendo puré.
Me observaron.
La mujer montó una olla sobre la estufa de arcilla.
Colocó hierbas que sacó de un frasco.
Todo parecía ser natural, sencillo.
Me senté cuando me lo indicó, junto a los niños.
Me observaron detenidamente.
— ¿Por qué llora? — Susurró uno.
— No lo sé, parece muy triste.
— Niños, guarden silencio — Ordenó la mujer, vestida con ropas llenas de hollín, delantal y una pañoleta en la cabeza — Disculpe, casi nunca ven personas que no sean los de la aldea.
— ¿La curandera lo salvará? — Pregunté.
— Depende de lo grave de la situación, es experta en heridas de ese tipo, a atendido cortes de hacha provocados accidentalmente, niños con fiebre, picaduras de serpiente — Dijo, acercándose — ¿Tiene hambre?
Negué con la cabeza.
— Fue envenenado con la misma arma que le atravesó el pecho.
— No se preocupe, parece un hombre fuerte.
— Lo es — Susurré.
— Es una señorita muy joven, no parece de aquí.
— No lo soy.
— ¿De dónde es? — Preguntó.
— De la costa.
— Oh, viene de muy lejos — Se sorprendió — ¿Y su compañero también es de allá?
— Sí, fuimos asaltados de camino, por rufianes, uno de ellos se empeñó en perseguir.
— Ah, mi padre me ha contado que había uno muerto con la garganta destrozada — Dijo y me sorprendí — supongo que tu compañero corrió con más suerte.
— No lo sé... Se veía muy frágil...
No parecía Roquer, ese cuerpo tan pálido, tan quieto.
Así no lucía él.
— La curandera hará todo lo que pueda, con suerte logrará salvarse.
— Espero que sí.
Se levantó y me sirvió té en una taza que parecía ser hecha con un cuerno de toro.
Agradecí y bebí.
— Mira tiene el cabello rojo — Dijo uno de los niños.
Nada me tranquilizó.
Me paré en el umbral de la choza, observando hacia la otra, donde estaba la curandera.
Derramé más lágrimas.
Roquer me había vuelto más frágil.
Yo lo amaba.