"¿Qué harías por salvar la vida de tu hijo? Mar Montiel, una madre desesperada, se enfrenta a esta pregunta cuando su hijo necesita un tratamiento costoso. Sin opciones, Mar toma una decisión desesperada: se convierte en la acompañante de un magnate.
Atrapada en un mundo de lujo y mentiras, Mar se enfrenta a sus propios sentimientos y deseos. El padre de su hijo reaparece, y Mar debe luchar contra los prejuicios y la hipocresía de la sociedad para encontrar el amor y la verdad.
Únete a mí en este viaje de emociones intensas, donde la madre más desesperada se convertirá en la mujer más fuerte. Una historia de amor prohibido, intriga y superación que te hará reflexionar sobre la fuerza de la maternidad y el poder del amor."
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Cliente amable...
Santiago fue muy amable con Mar esa noche, algo que le pareció extraño a ella, pero la hizo sentir muy bien.
Santiago bajó personalmente a la cocina y pidió que le prepararan un caldo de pollo con verduras, preferiblemente sin condimentos. No se arriesgaría a que ella se pusiera mal otra vez.
Media hora después, Santiago tocó a la puerta. Mar se levantó de la cama y fue a abrir.
—Hola, traje caldo de pollo con verduras. Seguramente te hará bien —dijo Santiago, con un tono inusualmente suave.
—Gracias, no debiste molestarte —respondió ella, analizándolo con cierta sorpresa. El hombre frente a ella parecía desconcertado, vulnerable incluso.
—No es ninguna molestia. Tómalo como mi manera de reivindicarme por lo que ocurrió ayer —dijo Santiago, con su tono habitual, aunque algo más contenido.
—¿Te estás disculpando? —preguntó ella, arqueando una ceja y dejando escapar una sonrisa que le iluminó el rostro, haciéndola ver aún más hermosa.
—¿Me vas a dejar aquí parado frente a tu puerta haciendo el ridículo? —dijo él, cambiando el tema con torpeza.
—No… ven, te recibo —dijo ella, apartándose.
—¿Ni siquiera me invitarás a entrar? —replicó él, fingiendo ofensa.
—Si quieres, puedes entrar —dijo ella, encogiéndose de hombros.
Santiago entró y acomodó la bandeja en una mesa. Tomó el tazón y lo llenó con caldo de la olla y unos pedazos de pollo.
—Siéntate y come —ordenó con ese tono firme que parecía imposible de contradecir.
Mar obedeció y empezó a comer. Tenía mucha hambre.
—Mmm… qué delicia. Muchas gracias —dijo con una sonrisa satisfecha, sintiendo que el cuerpo por fin le respondía.
Santiago la observó en silencio, con seriedad aparente, aunque por dentro estaba encantado de verla tan natural, tan ella.
De repente, Mar dejó de comer, como si recordara algo.
—Santiago, ¿tú ya cenaste? Con lo del restaurante… tú tampoco pudiste comer —preguntó con sincera preocupación.
—Come tranquila, yo no tengo apetito —respondió él con serenidad.
—No, eso sí que no. Espera —dijo ella con determinación.
Terminó su caldo de pollo rápidamente, se levantó, lavó el plato y la cuchara, y regresó para servir otro tazón.
—Toma, come. Podemos compartir. No tienes por qué aguantar hambre por mi culpa —habló ella con naturalidad, mirándolo con ternura.
Santiago no soportaba el caldo de pollo, pero al ver los ojos expectantes de Mar, relajó el gesto.
—Luna, no me gusta el caldo de pollo… pero gracias por pensar en mí. Come tú, esperaré hasta que termines —dijo finalmente, con honestidad.
Mar se sintió avergonzada.
—Lo lamento, no sabía. Pero deberías ordenar algo de cenar para ti —dijo bajando la mirada.
—No te preocupes. Además, no tenías cómo saberlo. Ya es tarde, y no acostumbro a comer a esta hora. Termina de comer —dijo Santiago, con una calma que contrastaba con su mirada intensa.
Mar suspiró, rindiéndose, y siguió comiendo, aunque ya sin mucho ánimo. Santiago se regañó internamente por no haber probado al menos un bocado para no decepcionarla, pero prefería ser sincero a fingir lo que no sentía.
Ser completamente honesto era parte de su naturaleza. Algunos lo consideraban una virtud, otros un defecto. Santiago era el tipo de hombre que decía siempre lo que pensaba sin filtros… pero Mar empezaba a despertar en él una conciencia diferente.
Cuando terminó, Mar le agradeció con una sonrisa.
—Esperaré hasta que te duermas —dijo Santiago con tranquilidad.
—No es necesario, por hoy ya es suficiente. Arruiné tu cena y, por si fuera poco, te quedaste sin comer —respondió ella con tono de culpa.
—No fue tu culpa, fue un incidente. Anda, duerme, si no, no me iré. Por cierto, deberías hacerme una lista de tus alergias para evitar este tipo de sustos en el futuro —habló con tono serio.
—Como ordene, señor mandón —dijo ella entre risas.
Santiago sonrió levemente. Mar se acostó, pero con él en la habitación le era imposible dormir. Santiago se sentó en el sofá del rincón, concentrado en su celular, aunque su atención iba y venía hacia ella.
—Santiago —llamó ella al cabo de unos minutos.
—Dime, ¿te sientes mal? —preguntó él, levantándose de inmediato, preocupado.
—No, es solo que me cuesta dormir con la luz prendida —dijo ella.
—Ah, es eso. Ya apago las luces —respondió él, sin pensarlo.
—Pero… —intentó decir ella, aunque él ya había apagado todo y regresado a su sitio.
Mar dio vueltas y vueltas en la cama, hasta que se rindió. Se levantó decidida a pedirle que regresara a su habitación.
—Santiago, es mejor que regreses a tu habitación. Así no puedo dormir —dijo sin rodeos.
No hubo respuesta. Al acercarse, lo vio dormido profundamente. El cansancio del día anterior lo había vencido.
Con cuidado, Mar le quitó el teléfono, lo apagó y lo puso en la mesa. Luego fue por una cobija y lo cubrió con delicadeza, cuidando de no despertarlo. Por varios segundos se quedó observándolo.
Su rostro, en calma, parecía otro. La rigidez habitual se había desvanecido, dejando al descubierto un hombre mucho más humano, incluso tierno. Aquello la desconcertó.
Después de unos minutos de contemplarlo, regresó a la cama y, por fin, logró dormirse.
A la mañana siguiente, Mar despertó temprano, como solía hacerlo. Giró la cabeza y lo vio aún dormido. Se veía relajado, sereno… casi perfecto.
—Al verte así, nadie pensaría que eres un tonto prepotente y grosero a veces —pensó para sí misma, divertida.
Fue al baño, tomó una ducha caliente y, al salir envuelta en una toalla, recordó demasiado tarde que no estaba sola.
Santiago acababa de despertar cuando ella salió. Su mirada la recorrió de pies a cabeza sin poder evitarlo. La piel aún húmeda, el cabello mojado cayendo en ondas, las pecas sutiles sobre su rostro… y ese aroma a frambuesa que lo envolvió por completo.
Por un instante, Santiago se quedó sin aire.
—Buenos días —dijo al fin, intentando sonar natural, aunque su voz salió más grave de lo habitual.
Mar se sonrojó.
—Buenos días —respondió, tratando de parecer tranquila.
—No sé en qué momento me quedé dormido. Solo quería cuidarte. Gracias por abrigarme —dijo él, con una sonrisa leve, sin dejar de mirarla.
—Supongo que no querías dormir tan incómodo. Disculpa por haberte causado tantos inconvenientes —dijo ella, buscando ropa en su maleta.
—Si te vuelves a disculpar por lo de anoche, te haré pagar por ello —advirtió él, con tono serio, aunque sus ojos brillaron con picardía.
Mar frunció el ceño, sin saber si estaba bromeando o no, y se encerró en el baño con una mezcla de nervios y desconcierto.
Santiago la siguió con la mirada. No podía evitarlo. Cada gesto, cada palabra suya lo desarmaba. Admiró la forma en que caminaba, el contoneo natural de su cuerpo… y su mente lo traicionó por un segundo, imaginando cómo sería tocarla.
Sacudió la cabeza con fuerza, maldiciendo en silencio. Tomó su teléfono y salió de la habitación antes de perder el control.
Mar estaba empezando a remover demasiado dentro de él. Y eso lo asustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.