Una amor cultivado desde la adolescencia. Separados por malentendidos y prejuicios. Madres y padres sobreprotectores que ven crecer a sus hijos y formar su hogar.
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Cap. 14 Vamos a organizar una cena formal
Mientras tanto, en la sala de estar, un silencio expectante se había adueñado del ambiente. Diego le dio un suave apretón en la mano a Belle, pidiendo la palabra con ese gesto. Al sentir la mirada de todos sobre él, se puso de pie, con una serenidad que no había mostrado antes.
—Tío Alexander, tía Bernarda, papá, mamá Angie... —comenzó, mirándolos a cada uno a los ojos
—Claro que hemos tomado una decisión. Sé que nuestra situación ha sido... complicada. Y hemos hecho cosas absolutamente inmaduras, sobre todo tomando en cuenta que esta relación era una claridad para todo el mundo, menos para nosotros dos. Pero creo que eso es parte de crecer y madurar.
Hizo una pausa, tomando aliento. Belle lo miraba con los ojos brillantes, sosteniendo su mano con fuerza.
—Por eso —continuó, con una voz ahora más firme—, quiero anunciar que mi intención era, precisamente, hacer una reunión como esta. Para, con el respeto que se merecen, pedir formalmente la mano de Belle en matrimonio.
Un suspiro colectivo, esta vez de alivio y sorpresa, recorrió la sala.
—Quiero que nos comprometamos —prosiguió Diego—, con un evento donde quede claro ante todos nuestro propósito. Y quiero que quede claro que este compromiso no es solo para mantener tranquilos a ustedes. Es para nosotros. Es un tiempo para anunciar a todo nuestro círculo que Belle y yo nos vamos a casar. Propongo un compromiso de seis meses, para después contraer matrimonio.
Finalmente, se volvió por completo hacia Belle, y su voz se cargó de una emoción raw y poderosa.
—Yo estoy decidido a casarme con ella. Creo que pasé demasiado tiempo lejos, y ahora tengo la absoluta certeza de que ella es el amor de mi vida. Y en cuanto a cómo se dieron las cosas hasta ahora... solo puedo pedir disculpas por todo este desastre.
Al decir esto, rodeó con su brazo a Belle, quien se recostó contra su pecho, asintiendo con la cabeza. Sus hermosos ojos lo miraban con una dulzura y un amor tan infinitos que parecían iluminar toda la habitación.
Raúl, que ya había procesado la explicación de Diego, asintió con un gesto de aprobación final.
—Bien —concedió, su voz había perdido la furia y ahora sonaba a planificación.
—Vamos a organizar una cena formal, solo entre nosotros. Para que los niños y el resto de la familia más cercana se enteren de la situación. —Hizo una pausa estratégica, y su mirada se endureció ligeramente.
—También voy a traer a Gabriela, la hermana de mi difunta esposa, y a esa jovencita llamada Kendall. Ella tiene que entender y ver muy bien que no puede andar por la vida hablando de cosas que no son. Así que espero que todo quede absolutamente claro en esa oportunidad.
Angie, que había escuchado en silencio, asintió con suavidad.
—Sí, estoy de acuerdo —dijo, su voz, un contrapunto de calma a la determinación de su esposo.
—Creo que la familia materna de Diego ha estado un poco confundida con algunas situaciones. Tal vez no han entendido bien lo que siempre ha habido entre Belle y Diego, y han estado alimentando otras expectativas sobre el papel de Kendall en la vida de mi hijo.
Mientras ella hablaba, Diego la miraba con un cariño profundo y agradecido. Angie siempre había sido así: comprensiva, dando un espacio terrible y un apoyo incondicional. Cuando se portaban mal, no se imponía con gritos; los reflexionaba con una paciencia de santa, haciéndoles entender por qué su punto de vista podía ser más sensato o práctico.
La admiraba por eso. Recordó con claridad el día en que Angie entró en su casa como madrastra. Les había dicho, con una honestidad que les llegó al alma, que ella no venía a reemplazar a su mamá. Que venía a ser una amiga, una tía. Pero con el tiempo, sin que nadie se diera cuenta, se había convertido en una segunda madre. Una madre cuya fuerza era tan inquebrantable como suave, tan reconfortante y dulce como un algodón de azúcar.
Con todo aparentemente aclarado, Raúl y Angie se despidieron como los grandes amigos que eran, consolidando los lazos de una familia que, a pesar de todo, no podía permitir que esto quedara en malos términos.
Belle y Diego se separaron con un beso y la satisfacción de un peso enorme levantado de sus hombros. Por fin, las cosas estaban claras para ambos bandos.
Sin embargo, en el fondo, ambos sabían que la lucha no había terminado; apenas comenzaba. Los últimos seis meses de malentendidos forzados, de miradas cruzadas llenas de dolor y de palabras afiladas, no se borrarían de la noche a la mañana. Y ahora, al saber que todo había sido orquestado y promovido activamente por Gabriela y Kendall, una fría comprensión se instaló en ellos.
Esta situación no había sido un simple accidente o un error de comunicación. Había sido un sabotaje deliberado. Y la magnitud de esa conspiración, las razones ocultas y la red de mentiras que habían tejido a sus espaldas, era algo mucho más grande y oscuro de lo que jamás hubieran podido imaginar. Aquel vaivén de situaciones complejas no era caos; era la huella dactilar de una intención maliciosa, y ahora tenían que descubrir por qué.
Al día siguiente, Kendall hizo su entrada habitual en la empresa. Llevaba su traje de marca, esos tacones de aguja que hacían eco en el mármol, su cabello castaño recogido en una cola de caballo alta y su labial rojo impecable. Cada detalle gritaba que ella era, y siempre sería, la reina indiscutible de ese lugar.
Pero su reinado se resquebrajó en un instante.
Allí, en medio del lobby, estaban Diego Bretón y Belle Ferrer. No solo juntos, sino entrelazados. Él le sostenía la mano con una naturalidad devastadora, sus cuerpos se rozaban con una intimidad que no dejaba lugar a dudas.
Era una declaración pública, sin vergüenza ni medias tintas. Después de seis meses de que todos los vieran pelear como enemigos acérrimos, ahora los miraban con admiración y las bocas abiertas. El chisme más jugoso de la empresa acababa de dar un vuelco monumental.
Para Kendall, fue como recibir una bofetada. Su sonrisa se congeló y se desvaneció. Apretó los labios hasta blanquearlos y ajustó la mandíbula con tanta fuerza que crujió. Ahí estaba, materializado, su peor pesadilla: Belle a su lado, no como una rival, sino como la mujer elegida.
Sin poder contenerse, sacó su celular con dedos temblorosos y marcó un número que tenía marcado con fuego en su memoria.
—¡Tía Gabriela! —casi gritó al teléfono, sin importarle quién la escuchara.
—¡No sabes lo que acaba de pasar! Diego y Belle... son pareja. Acaban de entrar de la mano, como dos novios enamorados. ¡¿Qué vamos a hacer?!
Al otro lado de la línea, el bufido de indignación de Gabriela fue tan cortante que Kendall pudo casi sentirlo en la piel.
—Esto no va a pasar —la voz de Gabriela era un silbido venenoso.
—No puede pasar. Definitivamente, no dejaré que pase.