Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
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Estacionamiento.
El aire estaba fresco esa noche, y el sonido lejano de la ciudad parecía un murmullo apagado detrás de las paredes del hospital. El estacionamiento del hospital estaba casi vacío, salvo por algunos autos estacionados de manera dispersa. En la esquina más alejada, la luz amarilla de un farol iluminaba un pequeño rincón donde Dominic estaba esperando.
Bárbara lo vio de inmediato. Estaba apoyado en el capó de su coche, con su chaqueta de cuero puesta, lo que hacía que se viera aún más atractivo de lo habitual. Cuando levantó la vista y la vio acercarse, una sonrisa ladeada apareció en su rostro.
—¿Te hice esperar mucho? —pregunta Bárbara.
—Nunca es suficiente cuando se trata de ti —respondió Dominic, su tono cálido y lleno de un deseo que no intentaba ocultar. Sin pensarlo, extendió una mano hacia ella y la atrajo hacia su pecho. Bárbara se dejó abrazar, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba al contacto con él.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó ella, mirando a su alrededor, como si todo el mundo pudiera aparecer en cualquier momento.
—Lo que queramos —dijo Dominic, su voz grave y confiada. Luego, soltó una ligera risa. —En serio, sé que ambos necesitamos algo de descanso, pero me parecía que no podríamos esperar más para estar juntos.
Bárbara suspiró, sintiendo una mezcla de alegría y agotamiento. Sabía que sus responsabilidades como médicos nunca desaparecerían, pero en ese instante, con él, no importaba. Estaba dispuesta a dejar que el mundo girara sin ella, solo por unos momentos.
—¿Y si solo nos quedamos aquí un rato? —sugirió ella, apoyando su cabeza en su pecho. —Sin pensar en cirugías, pacientes o emergencias. Solo nosotros dos.
Dominic la miró con una mezcla de ternura y deseo. —Eso suena perfecto.
Ambos se quedaron allí, en el estacionamiento vacío, abrazados en silencio por un momento. La calidez de su cercanía era suficiente para que ambos se sintieran como si estuvieran en un mundo aparte, donde el trabajo, las urgencias y las responsabilidades no existieran.
Después de un rato, Dominic levantó la cabeza de Bárbara suavemente y la miró a los ojos.
—¿Sabes que me encantas? —le susurró, acariciándole el rostro con suavidad.
Bárbara sonrió y levantó su mano para tocar su mejilla. —Lo sé. Y me encanta cómo me haces sentir.
Sin decir una palabra más, Dominic la besó, no sin antes mirar a los lados. Fue un beso suave al principio, una exploración tranquila. Bárbara respondió con la misma intensidad, sabiendo que este tipo de momentos eran los que los mantenían conectados, a pesar de las horas que pasaban separados en el hospital.
Pero mientras el beso se intensificaba, Bárbara se separó ligeramente y lo miró con una sonrisa traviesa.
—Si seguimos así, vamos a terminar en un lugar muy incómodo, ¿no crees? —dijo, sin dejar de sonreír.
Dominic soltó una risa suave. —Tienes razón. Y no creo que el parqueo sea el lugar más adecuado para... ya sabes, continuar.
—¿Qué tal si vamos a mi departamento? —sugirió Bárbara, con una mirada decidida.
—Creo que esa es una propuesta mucho más tentadora —respondió Dominic, con una sonrisa más amplia.
Ambos se separaron ligeramente, pero la cercanía y el deseo seguían palpables entre ellos. Bárbara tomó la llave de su coche y la levantó en el aire.
—Entonces, vamos, te sigo detrás—dijo con firmeza, pero también con la sensación de que esa noche, las reglas se suspendían.
Subieron a los autos, y mientras se dirigían hacia el departamento de Bárbara, una sensación de anticipación crecía entre ellos. Aunque ambos sabían que el trabajo no se iría a ningún lado y que las responsabilidades seguirían ahí mañana, esa noche era para ellos, y solo para ellos.
El apartamento de Bárbara era acogedor, con una decoración minimalista pero elegante, algo que reflejaba su personalidad: ordenada, pero con toques de calidez. Los dos entraron sin decir una palabra, como si todo lo que necesitaban decir ya estuviera implícito en sus miradas.
Dominic la miró mientras ella cerraba la puerta y se acercaba a la sala de estar. Sin mediar más palabras, la atrajo hacia él nuevamente, sin prisa, pero con el deseo creciente que ambos compartían.
—Lo que sea que tengamos, quiero que siempre sea nuestro momento. Sin interrupciones —dijo Dominic en voz baja, mientras comenzaba a besarla de nuevo.
Bárbara asintió, cerrando los ojos al sentir la intensidad del momento. En ese instante, los ruidos del mundo exterior desaparecieron. Solo existían ellos, sus cuerpos, sus corazones acelerados, y la promesa de algo más allá de la rutina diaria.
El hospital, el trabajo, las cirugías, los turnos interminables, todo quedaba atrás. Lo único que importaba era el presente. Y esa noche, ese momento, solo era de ellos.
La luz suave de la lámpara proyectaba sombras delicadas en las paredes, creando un ambiente íntimo y acogedor. El mundo parecía haberse detenido a su alrededor, como si solo existieran Dominic y Bárbara. Los latidos de sus corazones se mezclaban, como si estuvieran marcando el mismo ritmo, el mismo compás.
Dominic la miró fijamente, su rostro serio pero lleno de ternura. Había algo en su mirada, algo profundo, como si estuviera a punto de compartir un pedazo de su alma con ella. Bárbara sintió que su corazón se aceleraba, y aunque todo en su cuerpo le pedía estar cerca de él, había una parte de ella que quería escuchar lo que él tenía que decir.
Él se acercó lentamente, como si temiera que un movimiento en falso pudiera romper la magia del momento. Con una suavidad que solo él sabía tener, acarició su rostro, recorriendo con sus dedos la curva de su mandíbula, como si estuviera apreciando cada detalle de ella.
—Barbara… —su voz salió baja, llena de emoción contenida. Ella levantó la vista hacia él, encontrándose con la intensidad de sus ojos. Un amor tan profundo brillaba en su mirada que, por un momento, todo lo demás desapareció.
Bárbara intentó articular una palabra, pero las emociones la desbordaban. Todo lo que sentía por él, todo lo que había callado hasta ese momento, parecía estar a punto de salir a la luz.
—He estado pensando en ti, en nosotros, en todo lo que hemos compartido… —continuó Dominic, su voz tan suave que parecía una caricia. —Y no quiero que esto sea solo un momento pasajero, Barbara. No quiero que el amor que siento por ti se quede aquí, en este instante. Quiero que sea para siempre.
Bárbara sintió que una ola de ternura la envolvía, y por un instante, el mundo entero se desvaneció. Cada palabra de él tocaba su alma de una manera que no había experimentado antes. Era como si él pudiera leer cada rincón de su corazón.
Dominic la miró con la intensidad de quien no solo quiere compartir su vida, sino construirla junto a ella.
—Quiero que seas mi mujer, Barbara —dijo con voz firme, pero cargada de ternura. La suavidad de sus palabras resonó en su pecho, como una melodía que solo ellos dos podían escuchar. —Quiero tener una familia contigo, quiero que seamos compañeros en todo. Levantarme y ser tú la primera en ver por las mañanas. No me importa el orden, ni las expectativas. Solo quiero que estés a mi lado.
Bárbara lo miró, con el calor en su rostro era palpable, y sus labios temblaron ligeramente. No podía evitar sonrojarse ante la declaración tan sincera y profunda de él. Un sentimiento cálido y poderoso la invadió, como si algo en su interior se hubiera encendido de pronto. No había duda en su mente. Lo amaba. Quería todo lo que él le ofrecía.
Pero las palabras no salían de su boca. Solo pudo acercarse a él, sin poder evitar sonrojarse aún más. Dominic sonrió suavemente, viendo la reacción de Bárbara, y con un gesto delicado, la atrajo hacia sí.
Sus dedos, suaves como una caricia, comenzaron a desabrochar lentamente el botón de su blusa. Cada movimiento era cuidadoso, lleno de amor y respeto. La forma en que le quitó la ropa no era simplemente un gesto de deseo, sino un acto cargado de emoción, como si quisiera despojarla no solo de sus prendas, sino de cualquier barrera que quedara entre ellos.
Bárbara cerró los ojos por un momento, disfrutando de la calidez de sus manos, de la suavidad con la que la trataba. Cada toque de Dominic la hacía sentirse segura, amada, como si todo en su vida hubiera llevado hasta ese preciso momento.
Cuando finalmente su ropa cayó al suelo, Dominic la miró con adoración. Sus ojos brillaban con un amor sincero y profundo, mientras la rodeaba con sus brazos, acercándola más a él. Bárbara, sintiendo la necesidad de expresar todo lo que sentía, lo abrazó con fuerza, dejando que sus corazones se latieran al mismo ritmo.
—Me encantas —susurró Dominic, con voz suave pero llena de certeza.
Bárbara levantó la cabeza y lo miró, sus ojos húmedos de emoción. —Y tú a mí, Dominic —respondió con la voz quebrada por el sentimiento. Y sin más palabras, lo besó, un beso que sellaba lo que acababan de decir. Se dirigieron a la habitación de Bárbara y no se preocuparon siquiera de encender las luces, no había tiempo para eso.
Sus cuerpos se encontraron con una suavidad tan natural como si siempre hubieran estado hechos el uno para el otro. No había prisa, solo el deseo de estar cerca, de compartir algo más profundo que lo físico. Cada caricia, cada suspiro, era una muestra de la conexión tan intensa que compartían.
Dominic se detuvo un momento, mirándola con deseo.
— Está noche creo que no te dejare dormir.
Barbara sonríe y deja que el se hunda en ella.
/Shy/