¿ Que ya no me amas?... esa es la manera en que justificas tú cobarde deslealtad... Lavender no podía creerlo, su esposo, su amado esposo le había traicionado de la peor forma. Ahora no solo quedaba divorciarse, sino también vengarse.
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Capitulo 20
Lavender caminaba lentamente por el jardín, intentando despejar su mente nublada por el dolor y la confusión. El aire fresco de la tarde le rozaba el rostro, pero no lograba aliviar el peso que llevaba en el pecho. En sus manos sostenía un diario, cuya portada exhibía un título escandaloso: "La infidelidad de la Duquesa de Lehman llevó al Duque a divorciarse". Cada palabra era como un golpe directo a su corazón, una mentira que ahora todo el mundo creía.
—¿Qué debo hacer ahora? —se preguntó Lavender en voz baja, mientras se sentaba en una banca de madera, rodeada de rosales. Sus dedos se aferraron con fuerza al diario, arrugando el papel hasta que el sonido de su crujido llenó el silencio a su alrededor. Cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con caer.
—Los odio... —murmuró entre dientes, frunciendo los labios en un gesto de rabia y dolor. No podía creer que Maxon y Violett hubieran llegado tan lejos, que estuvieran dispuestos a destruir su reputación solo para justificar su propia traición.
De repente, sintió como si todo a su alrededor se oscureciera, como si una sombra hubiera caído sobre ella. Al abrir los ojos, Lavender se quedó paralizada. Parado a un lado de la banca, mirándola fijamente con una expresión que no podía descifrar, estaba el príncipe Silver. Su presencia era tan inesperada que Lavender abrió levemente la boca, sorprendida, y parpadeó un par de veces para asegurarse de que no estaba alucinando.
—¿Príncipe? —logró decir, con una voz apenas audible, mientras su mente intentaba procesar lo que estaba viendo.
El príncipe no respondió de inmediato. Sus ojos, de un tono rojo profundo, la observaban con una intensidad que la hacía sentir expuesta, como si pudiera ver a través de todas las capas de dolor y resistencia que ella había construido. Finalmente, rompió el silencio.
—Duquesa... —comenzó a decir el príncipe, pero al observar el periódico en las manos de Lavender, se corrigió con una leve inclinación de cabeza—. Condesa, ha sido un tiempo... Es un gusto volver a verla.
Lavender se puso de pie de inmediato, escondiendo sutilmente el periódico tras de sí y haciendo una reverencia adecuada para saludar a un príncipe.
—Alteza, es un honor verlo. No esperaba su visita, discúlpeme por no recibirlo adecuadamente —se disculpó ella, con un tono respetuoso pero lleno de sorpresa.
—Mi salvadora no necesita inclinarse así ante mí —respondió Silver, con una voz firme y cálida—. Condesa, levanta la cabeza.
Lavender lentamente levantó la cabeza, aún sorprendida por su presencia. Sabía que debía despejarse de ese semblante y actuar adecuadamente ante el príncipe.
—Por favor, pase, Alteza —le ofreció Lavender, señalando hacia el interior de la mansión con un gesto elegante.
Silver asintió en silencio y la siguió, mientras Lavender intentaba ordenar sus pensamientos. Quería preguntarle directamente qué hacía ahí, cuál era el motivo de su visita, pero sabía que esa no era la manera de tratar a un príncipe, menos a Silver Bregman. El príncipe era conocido por su carácter feroz y rebelde, alguien que intimidaba con su sola presencia. Su aura desprendía poder e imprevisibilidad, pero Lavender no sentía incomodidad a su lado. Más bien, lo consideraba alguien interesante y digno de respeto.
Mientras bebía su té, Lavender observaba discretamente al príncipe. Su porte era imponente, con manos enguantadas que ocultaban la aspereza de quien manejaba constantemente la espada. Su cabello rubio dorado y sus ojos rojos intensos contrastaban con su mandíbula marcada y unos labios que no eran ni demasiado finos ni demasiado gruesos, simplemente perfectos para la armonía de su rostro. Sin duda, era alguien sumamente atractivo, pero Lavender no estaba pensando en eso en ese momento. Su mente seguía girando en torno a la pregunta de por qué Silver estaba ahí.
A pesar de lo que el príncipe había mencionado momentos atrás, sobre que ella era su salvadora, Lavender no entendía del todo su visita. Sí, lo había salvado de un ataque directo durante la guerra contra los Karman, recibiendo ella el impacto que le había valido el reconocimiento del Rey y el título de Condesa de Tarth. Sin embargo, no mantenían una relación cercana, ni siquiera habían tenido contacto durante la larga ausencia del príncipe. Entonces, ¿qué asuntos podía tener con ella?
Finalmente, como si leyera sus pensamientos, el príncipe rompió el silencio.
—De seguro la Condesa se pregunta cuál es el motivo de mi presencia... —dijo Silver, con un tono calmado—. Bueno, no voy a mentirle. Simplemente quería ver su rostro después de tanto tiempo.
Lavender se sorprendió levemente por su comentario. Aunque lo miraba directamente a los ojos y analizaba su tono, no encontraba burla o engaño en sus palabras. Aún así, la desconcertaba y no entendía sus motivos.
—Bueno, eso me ha tomado por sorpresa —se sinceró Lavender, dejando su taza sobre la pequeña mesa que los separaba—. No sabía nada sobre su regreso, Alteza.
—Eso es porque nadie lo sabe aún —respondió Silver, con una sonrisa leve—. Bueno, claramente usted sí...
Lavender volvió a sorprenderse y quedarse sin palabras. De repente, el príncipe hacía y decía cosas que no esperaba de él. Al ver su expresión de desconcierto, Silver sonrió levemente y continuó:
—He traído algo para usted, si me lo permite, por supuesto...
—¿Cómo podría rechazar un presente de su Alteza? —contestó Lavender, con una leve inclinación de cabeza.
El príncipe ordenó traer algo de su carruaje. Cuando se lo trajeron, entregó a Lavender una caja decorada con delicadeza. Al abrirla, Lavender se encontró con varios tipos de hojas y flores secas que no reconocía.
—Estas —comenzó a explicar el príncipe— son hierbas medicinales de Nazart. La medicina allí está mucho más avanzada que aquí. Estas son para los dolores de cabeza, estas para el insomnio... —Silver le explicó detalladamente el uso de cada hierba, mientras Lavender escuchaba con atención.
—Se lo agradezco... Es usted muy considerado, Alteza, y me avergüenzo de no tener nada para usted —dijo Lavender, con genuina gratitud.
En ese momento, una pequeña mueca astuta apareció apenas en el rostro del príncipe.
—Si la Condesa desea darme algo... ¿qué tal darme algo de su tiempo en otra ocasión? —preguntó Silver, con un tono que rayaba en lo juguetón.
Lavender se tensó levemente, pero asintió con una leve sonrisa.
—Por supuesto —respondió, aunque sentía todo aquello muy extraño. ¿Por qué parecía que el príncipe tenía algún tipo de interés en ella? Lavender no quería verse envuelta en más problemas y escándalos, pero era difícil rechazar a alguien como Silver.
Luego de una pequeña conversación más, el príncipe se retiró, con la promesa de que le escribiría pronto para volver a verse. Lavender quedó aturdida, no solo por lo que estaba pasando en su vida, sino también por la repentina presencia del príncipe Silver. Tenía tantas preguntas: ¿cómo sabía que ella se encontraba en el Condado de Tarth? ¿Por qué fue a verla a ella antes incluso que a su propia familia?
Al levantar la mirada, Lavender se encontró con la caja decorada que contenía las hierbas y tés medicinales que el príncipe le había regalado. Aunque le resultaba extraño que Silver supiera del mal momento de salud que estaba pasando, apreció el regalo. Era una muestra de preocupación que no había recibido en mucho tiempo de nadie.
—¿Qué es lo que quieres de mí, Alteza? —murmuró, sin imaginar todo lo que su regreso traería consigo.