nix es la reina del reino más prospero y con los brujos más poderosos pero es engañada por su madrastra y su propio esposo que le robaron el trono ahora busca venganza de quienes la hicieron caer en el infierno y luchará por conseguir lo que es suyo
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capitulo 13
La fría brisa de la montaña azotaba el rostro de Nix cuando el grupo emergió de las profundidades. El amanecer teñía el cielo con tonos grisáceos y dorados, como si el mundo intentara despertarse después de la pesadilla que habían enfrentado bajo tierra. Nix apenas sentía el aire cortante; en su mente solo retumbaban las palabras de aquella voz oscura, sus promesas de poder y venganza.
–Estás callada –murmuró Drystan, caminando a su lado. Sus ojos oscuros la escrutaban con una intensidad inusual.
–No hay nada que decir –respondió Nix con frialdad, clavando la mirada en el sendero pedregoso frente a ella–. Elara y Kael saben lo que buscan y hasta dónde están dispuestos a llegar. Yo haré lo mismo.
Drystan frunció el ceño pero no respondió. Sabía cuándo no era prudente desafiar la ira de Nix, una ira que, aunque bien contenida, quemaba con fuerza en sus ojos.
El grupo se reunió en un claro más adelante. Reinar apoyaba su bastón contra una roca, agotado, mientras Ivar bebía agua de su cantimplora con manos temblorosas. Había un aire de victoria amarga entre ellos, como si apenas hubieran escapado de algo mucho peor.
–No podemos quedarnos aquí –dijo Reinar, rompiendo el silencio–. Elara tiene espías por todas partes. Si nos descubren, no dudará en enviarnos más sombras… o algo peor.
Nix asintió. Su mente ya trabajaba en el siguiente movimiento. No podían limitarse a defenderse; debían pasar al ataque. Pero para enfrentar a Elara y Kael, necesitaría más que un pequeño grupo de aliados y una daga encantada.
–Debemos reunir aliados –anunció, su voz firme–. No podemos luchar esta guerra solos. Hay reinos cercanos que aún podrían unirse a nuestra causa, si saben que estoy viva.
–Eso será complicado –dijo Ivar, secándose el sudor de la frente–. Los mensajeros de Elara han sido rápidos. Para la mayoría, tú estás muerta y ella reina en tu nombre.
–Por eso debemos movernos antes de que el engaño se afiance –respondió Nix con determinación–. Necesitamos algo que pruebe quién soy… y algo que los haga temer mi regreso.
–Un símbolo –intervino Drystan de repente, con una sonrisa ladeada–. Algo que solo la verdadera reina de Lumea podría portar.
Nix lo miró, intrigada.
–¿A qué te refieres?
Drystan desenfundó su espada y señaló la empuñadura, donde un pequeño emblema brillaba: un cuervo alado rodeado de llamas.
–La Corona del Cuervo –dijo él–. El verdadero símbolo de tu linaje. Si la recuperamos, ningún rey o señor podrá negar que sigues viva… y que vienes por tu trono.
Reinar inhaló bruscamente.
–¿La Corona del Cuervo? –repitió con incredulidad–. ¿Estás loco? Se dice que fue escondida en las Tierras Negras hace siglos. Nadie que haya ido allí ha regresado.
–Perfecto –dijo Nix, sin dudarlo un segundo–. Si nadie ha vuelto, entonces nadie se la ha llevado. Es hora de encontrarla.
–Es una locura –protestó Reinar–. Las Tierras Negras están malditas. Monstruos, niebla oscura, magia antigua… No sobreviviríamos ni una noche.
–Sobreviviremos –respondió Nix con frialdad–. He enfrentado traiciones, guerras y bestias de sombras. No voy a detenerme ahora.
Drystan sonrió, divertido.
–¿Ves? Por eso me caes bien, reina. No le temes a lo imposible.
El viaje hacia las Tierras Negras tomó dos días. Nix y su grupo se movían con rapidez, evitando los caminos principales para eludir a los espías de Elara. Durante las noches, acampaban en silencio, el fuego siempre pequeño y vigilado. Cada sombra en el bosque parecía moverse, como si los espectros de la caverna aún los persiguieran.
La noche anterior a su llegada, Nix no pudo dormir. La voz de la criatura sellada seguía rondando en su mente, susurrándole en sueños.
"Puedo darte todo lo que deseas, Nix. Poder. Justicia. La caída de tus enemigos. Solo tienes que dejarme entrar."
Cada vez que despertaba, sentía frío en el pecho, como si algo la estuviera observando desde muy lejos.
–¿Pesadillas? –preguntó Drystan, sentado junto al fuego, cuando notó que Nix se había levantado.
Ella lo miró con expresión dura.
–Nada que no pueda soportar.
Drystan la estudió por un momento. La luz del fuego danzaba en su rostro, resaltando las cicatrices pequeñas que marcaban su piel, testigos de todas las batallas que había librado. Finalmente, rompió el silencio.
–No puedes cargar con todo sola, ¿sabes? Somos tus aliados, no solo tus herramientas.
Nix apretó la mandíbula.
–No necesito que me salven.
–No se trata de salvarte, Nix –respondió él con calma–. Se trata de pelear contigo. A veces, dejar que otros luchen a tu lado no es una debilidad. Es fuerza.
Ella no respondió, pero sus palabras quedaron suspendidas en el aire, clavándose en algún rincón de su mente.
Al amanecer, las Tierras Negras se desplegaron frente a ellos: un páramo desolado cubierto por una neblina oscura que parecía moverse como un ser vivo. Árboles secos se retorcían hacia el cielo, como huesos de gigantes olvidados. La tierra bajo sus pies crujía con cada paso, como si estuvieran caminando sobre calaveras.
–Encantador –murmuró Drystan, con una sonrisa tensa.
Nix avanzó al frente, su mirada fija en el horizonte. La Corona del Cuervo debía estar en algún lugar de esa tierra maldita, y ella no se detendría hasta encontrarla.
Mientras caminaban, la niebla parecía cerrarse detrás de ellos, atrapándolos en un laberinto sin salida. De vez en cuando, Nix sentía que algo los observaba desde la distancia, algo grande y antiguo.
Finalmente, al caer la tarde, llegaron a un valle rodeado de colinas negras. En el centro, una estructura de piedra se alzaba como una torre rota: el antiguo templo donde la Corona del Cuervo supuestamente estaba guardada.
–Hemos llegado –anunció Nix, con voz firme–. Prepárense. No estaremos solos.
Ivar tragó saliva, pero desenfundó su espada. Reinar murmuró una oración en voz baja, y Drystan sacó su hoja con un brillo oscuro, su expresión más seria que nunca.
Mientras cruzaban el umbral del templo, un rugido profundo retumbó en la oscuridad. La piedra tembló bajo sus pies y, de las sombras, ojos rojos comenzaron a brillar.
–Prepárense –dijo Nix, levantando su daga–. La batalla por la Corona comienza ahora.
reina y tiene algo q ofrece y te invita a seguir leyendo.me gusta buen libro gracias