Tras la pérdida de de su persona amada Ethan decide buscarlo en un nuevo universo. Precisamente en ese universo está la persona indicada pero el pasado oscuro lo persigue no quedará libre de los pecados sucedidos en su propio mundo, la destrucción de su propio amor
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¡¡ Advertencia: Ese Lian es el Lian del Universo 4 antes de los sucesos del 24 de agosto. El anciano le está mostrando al Lian del Universo 27 lo que realmente pasó.!!
Ethan siempre había sido el chico tranquilo. Desde pequeño, su mundo se había construido a partir de libros y sueños, un refugio donde las palabras lo envolvían como una manta cálida en las noches frías. En su hogar, el silencio era un compañero constante, un eco que resonaba en cada rincón de la casa. Su madre, una mujer de pocas palabras, pasaba la mayor parte del tiempo sumida en sus pensamientos, mientras que su padre, un hombre estricto y distante, parecía vivir en un universo paralelo, uno donde la vulnerabilidad no tenía cabida.
La infancia de Ethan transcurrió en una burbuja de soledad. Los días se deslizaban entre las páginas de novelas y cuentos de aventuras que lo transportaban a lugares lejanos. Sin embargo, había un lugar al que nunca podía escapar: la escuela. Allí, las risas de sus compañeros resonaban como campanas lejanas, inalcanzables. La timidez lo mantenía al margen de los juegos y las conversaciones, y aunque deseaba integrarse, las palabras se le atascaban en la garganta.
Un día, mientras los demás niños jugaban al fútbol en el patio, Ethan se sentó bajo un árbol frondoso con un libro en las manos. La historia de un joven aventurero lo absorbía por completo cuando sintió una sombra proyectada sobre él. Al levantar la vista, se encontró con Lian. Con sus ojos brillantes y una sonrisa traviesa, Lian era todo lo que Ethan no era: extrovertido, valiente y lleno de energía.
—¿Por qué no juegas con nosotros? —preguntó Lian, inclinándose hacia adelante con curiosidad.
Ethan cerró el libro lentamente, sintiendo cómo el peso de la realidad lo arrastraba de vuelta. No sabía cómo explicar que el ruido y la multitud lo abrumaban. En lugar de eso, simplemente sonrió y dijo:
—Prefiero leer.
Lian frunció el ceño, pero no insistió. En su mente infantil, comprendía que aquel chico era diferente. A menudo se preguntaba por qué Ethan prefería los libros a jugar con él, pero nunca había encontrado las palabras adecuadas para preguntar.
Los años pasaron y la brecha entre su familia creció. Mientras Lian se convertía en un adolescente extrovertido, rodeado de amigos y risas, Ethan luchaba por ser un poco más extrovertido.
En el último año de secundaria, Ethan comenzó a escribir. Las palabras fluyeron de él como ríos desbordados; historias de amor, aventuras épicas y personajes que reflejaban sus propias inseguridades. Cada página escrita era una liberación, un grito ahogado que finalmente encontraba su voz. Sin embargo, el miedo al juicio lo mantenía alejado de compartir su trabajo.
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Ethan había dejado atrás los días de su infancia, esos momentos en los que la timidez y la inseguridad parecían ser sus compañeros constantes. Al comenzar la secundaria, se encontró en un nuevo entorno, lleno de rostros desconocidos y oportunidades para reinventarse. La transición no fue fácil, pero en su interior había una chispa que comenzaba a arder, una mezcla de deseo de ser aceptado y la necesidad de ser auténtico.
Desde el primer día, Ethan se dio cuenta de que su antiguo yo ya no encajaba en este nuevo mundo. Observó a sus compañeros interactuar con facilidad, riendo y compartiendo historias. Se sintió como un espectador en un espectáculo del que quería ser parte. Fue entonces cuando decidió que era hora de cambiar, de dejar atrás la sombra de la timidez que lo había seguido durante tanto tiempo.
Comenzó con pequeños pasos. En lugar de permanecer en silencio durante las clases, empezó a alzar la mano para participar. Al principio, sus palabras salían entrecortadas, pero poco a poco, se dio cuenta de que sus ideas eran válidas y que sus compañeros estaban dispuestos a escuchar. Cada vez que recibía una sonrisa o un asentimiento de aprobación, su confianza crecía un poco más. La sensación de ser escuchado se convirtió en un poderoso impulso que lo motivó a seguir adelante.
Sin embargo, había algo más que lo impulsaba: Lian. Ella era el chico que iluminaba cualquier habitación con su risa contagiosa y su energía vibrante. Ethan había estado enamorado de él desde el primer día de clases, pero sabía que para acercarse mucho más a él necesitaba ser alguien más. No solo quería ser su amigo; quería ser alguien que él notara, alguien digno de su atención.
Así que, además de trabajar en su personalidad introvertida, Ethan decidió que era hora de transformar su cuerpo. Comenzó a ejercitarse regularmente, dedicando horas después de la escuela al gimnasio local. Al principio, el esfuerzo fue abrumador. Los músculos adoloridos y el sudor empapando su camiseta eran recordatorios constantes del trabajo que le esperaba. Pero cada pequeño progreso lo motivaba aún más: un peso levantado, una carrera más larga, una mejor resistencia. Con cada sesión de entrenamiento, no solo tonificaba su cuerpo, sino también su mente.
Ethan se rodeó de amigos que compartían su nuevo interés por el ejercicio. Juntos formaron un grupo que se animaba mutuamente, intercambiando consejos sobre rutinas y dietas saludables. Era un ambiente positivo y estimulante donde todos trabajaban hacia sus metas personales. A medida que su cuerpo se transformaba, también lo hacía su actitud. Las inseguridades comenzaron a desvanecerse, y la confianza en sí mismo floreció como nunca antes.
Con el tiempo, Ethan empezó a notar cambios en cómo lo percibían los demás. Las miradas de admiración se volvían más frecuentes, y las sonrisas se ofrecían con mayor facilidad. Sin embargo, lo más importante era cómo se sentía él mismo. Mirarse al espejo y ver a un joven fuerte y decidido le brindó una sensación de poder que nunca había experimentado antes.
Con esta nueva confianza, Ethan decidió dar el siguiente paso: acercarse cada día más Lian. Sabía que tenía que ser estratégico. No quería parecer desesperado ni forzado; quería que la conexión fluyera naturalmente. Así que comenzó a buscar oportunidades para interactuar con ella en situaciones cotidianas: en clase, durante el almuerzo o incluso en actividades extracurriculares.
Un día, durante la práctica del equipo de baloncesto al que se había unido para mejorar su condición física, vio a Lian sentada en las gradas animando a sus amigos. Su corazón dio un vuelco al notar cómo se reía y disfrutaba del momento. Decidido a aprovechar la oportunidad, se acercó a ella después del partido.
—¡Hola, Lian! —dijo con una sonrisa nerviosa pero genuina—. ¿Te gustaría unirte a nosotros para jugar un poco? Es muy divertido.
Él lo miró con sorpresa y luego sonrió.
—Claro, me encantaría ver cómo juegas.
Ethan sintió que el mundo se detenía por un instante mientras ella se levantaba y se unía al grupo. Durante el juego, encontró su ritmo; cada canasta anotada le daba un impulso adicional. Lian lo observaba con admiración y eso lo llenaba de energía.
Después de jugar, comenzaron a charlar más. Ethan descubrió que compartían intereses similares: ambos amaban la música y disfrutaban de las películas de acción. La conversación fluía con naturalidad, y cada risa compartida era como un ladrillo más en la construcción de una amistad sólida.
Con el tiempo, sus interacciones se hicieron más frecuentes y cómodas. Ethan ya no era el chico tímido que solía ser; ahora era alguien seguro de sí mismo, capaz de conectar con los demás. La transformación no solo fue física; también fue emocional y social. Se había convertido en un joven extrovertido y sociable, listo para enfrentar cualquier desafío.
A medida que pasaban los meses, la relación con Lian se profundizaba. Ethan se dio cuenta de que no solo estaba interesado en él por su belleza exterior; lo que realmente le atraía era su personalidad vibrante y su forma de ver el mundo. Y así, mientras continuaba trabajando en sí mismo y disfrutando de cada momento junto a ella, supo que había encontrado algo más valioso que cualquier cambio físico: la verdadera conexión humana.
El viaje hacia la extroversión había sido largo y lleno de desafíos, pero cada paso valió la pena. Ethan había aprendido no solo a ser más atractivo para los demás, sino también a aceptarse y valorarse a sí mismo por quien realmente era.
Ethan no podía dejar de pensar en Lian. Cada vez que lo veía, su corazón latía más rápido, y una sonrisa se dibujaba en su rostro sin que pudiera evitarlo. Habían pasado semanas desde que comenzaron a pasar tiempo juntos, y aunque había un aire de complicidad entre ellos, Ethan sentía que había algo más, algo que ambos estaban evitando mencionar. Sin embargo, esa tarde, todo cambiaría.
Era un viernes soleado y el grupo de amigos había decidido ir al parque después de la escuela. El ambiente era relajado; risas, música y el aroma de las hamburguesas a la parrilla llenaban el aire. Ethan y Lian se alejaron del bullicio, buscando un lugar tranquilo bajo un gran árbol. Se sentaron en la hierba, disfrutando de la brisa fresca que movía suavemente las hojas.
—¿Te gusta este lugar? —preguntó Ethan, mirando a su alrededor.
—Sí, es perfecto —respondió Lian, con una sonrisa radiante—. Me encanta pasar tiempo al aire libre. Es como si todo lo demás se desvaneciera por un momento.
Ethan asintió, sintiéndose afortunado de estar allí con él. La conversación fluyó de manera natural, hablando sobre sus planes para el fin de semana y compartiendo anécdotas divertidas de la escuela. Pero mientras hablaban, Ethan notó que Lian parecía un poco distraído, como si hubiera algo en su mente que lo preocupaba. Pero no quiso preocuparlo y simplemente no preguntó.