Vidas Paralelas

Austin

La tarde había pasado más rápido de lo que una hoja cae al suelo en otoño. Cuando llegué a casa, encontré a Kate organizando el área de juegos de Sofi. Estaba envuelta en una blusa de seda clara y jeans desgastados, su cabello rojo despeinado caía sobre su rostro mientras intentaba colocar una muñeca en una estantería donde, por lo que podía ver, había demasiadas.

—¿Te ayudo? —pregunté, intentando romper el hielo tenso que siempre parecía flotar en el aire entre nosotros.

—No, estoy bien. Solo... tratando de poner un poco de orden —respondió con una pequeña sonrisa que no alcanzó sus ojos.

Lo noté. La chispa se estaba apagando. Pensé en lo que realmente quería decirle: “Estoy aquí, pero no estoy aquí”. Sin embargo, no sonó como una buena idea.

Después de jugar un rato con Sofi, cenamos en familia. La pequeña hablaba sin parar sobre su día en la escuela, mientras Kate me lanzaba miradas fugaces que me hacían sentir culpable.

—¿Papá, cuándo volverás a jugar conmigo? —preguntó Sofi, rompiendo la conversación entre su madre y yo.

—Pronto, cariño. Te lo prometo —dije, mientras rigurosamente intentaba no pensar en qué haría esa noche.

La cena concluyó y Sofi se fue a dormir, dejándonos a Kate y a mí en el silencio de la noche. Mientras la veía caer en el sueño, sentí un nudo en el estómago. No podía seguir actuando. Se lo debía a ella, a nuestra familia. Pero justo en ese momento, el pitido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos. Era un mensaje de Sasha.

“¿Listo para esta noche?”.

Miré a Kate por un momento, se encontraba sumergida en un libro de fotografías, se veía hermosa, realmente su mirada cambiaba cuando de arte y fotos se trataba, ella captó mi mirada y me devolvió una sonrisa auténtica como hace mucho no me regalaba. Me sentí un monstruo.

—Kate... —empecé, dudando si debía confesarle la verdad.

—¿Sí? —dijo, volviendo la mirada al libro y seguir ojeando, sabía que algo me tramaba.

—Tengo que volver al hospital, ocurrió algo... —no terminé la frase. Sabía que algo en mi tono no le sonaba bien.

—¿Otra vez? —me interpelo, alzando la mirada —¿No me estás ocultando algo, Austin?

Negué con la cabeza, pero el alivio que sentí en mi pecho no se debía a que le estaba mintiendo, sino porque, en realidad, estaba preparado para salir.

—No es lo que piensas. Solo... es trabajo.

Ella se cruzó de brazos, el resentimiento emergió en su voz tiesa.

—¿Y no puedes ver que estoy cansada de tus “emergencias”?

La confrontación estaba sobre la mesa, pero yo no podía quedarme.

—Voy a cambiarme, Kate.

Mientras me dirigía al baño, traté de justamente convencerme de que debía quedarme. La amabilidad de su mirada, el amor que me brindaba, chocaba con el oscuro atractivo de lo que me esperaba fuera de esas paredes.

Una vez que la puerta se cerró, suspiré. El viento fresco me recibió al salir, y una parada rápida para cambiarme en el baño de un expendio de comida rápida me dio el impulso que necesitaba. Un traje formal que había guardado para ocasiones especiales me recibió como un viejo amigo. Miré mi reflejo en el espejo y vi a un Austin distinto, el que había olvidado.

Sabía que lucía bien, las miradas de aprobación de las mujeres al salir me lo decían. Mi pulso se aceleró, la seguridad se filtraba por cada poro de mi ser.

Las coordenadas de la mansión eran las primeras en aparecer en mi mente, la marqué en el GPS del auto, seguí la ruta hacia una parte alejada de la ciudad. Miré por la ventana y la zona se tornó cada vez más lujosa, menos familiar.

—¿Qué estoy haciendo? —me cuestioné en voz alta, pero ya había cruzado la frontera de mi propia moral.

Al llegar, frené frente a una imponente reja de hierro forjado. No había nadie a la vista, solo un intercomunicador. Presioné el botón, mis nervios estaban a flor de piel.

—Por favor, escanee el código de su invitación.

Miré la tarjeta en mi mano, confundido.

—Claro, lo que faltaba. —¿Debo estar loco?— pensé, mientras mi mente me recordaba las sonrisas y risas de Kate y Sofi, las historias leídas antes de dormir.

Repetí la frase en mi mente, hasta que finalmente decidí aproximar la tarjeta al lector. Un sonido de aceptación resonó y las rejas se abrieron lentamente.  Mi corazón latía con fuerza mientras avanzaba por un camino enmarcado por grandes árboles. La oscuridad se asentaba a mi alrededor.

Y ahí estaba, la mansión, imponente, sus luces brillando como estrellas en una noche nublada.

La entrada era digna de un cuento de hadas, columnas de mármol, fuentes que susurraban secretos al viento. Un valet, vestido a la perfección, me recibió.

—Buenas noches, bienvenido.

Un modelo de pasarela en un mundo en el que nunca pensé estar.

—Gracias —me forcé a sonreír mientras salía del vehículo, mi mente aun girando con las imágenes de Kate y Sofi, en un mundo tan alejado de aquel.

El valet se llevó mi auto, y una oleada de inseguridad acompasó mis pasos hacia la gran puerta de la mansión. Cuando las puertas se abrieron, lo que vi dentro me robó el aliento.

Música suave, una ambientación sofisticada, luces cálidas y una multitud de rostros atractivos. Era un palacio de deseo, una mezcla de lujo y misterio que me llenó de emociones encontradas: sorpresa, pánico, intriga. ¿A qué me enfrentaría esa noche? ¿Estaba dispuesto a cruzar la cortina que separaba mis dos vidas?