Valeria pensaba que la universidad sería simple, estudiar, hacer nuevos amigos y empezar de cero. Pero el primer día en la residencia estudiantil lo cambia todo.
Entre exámenes, fiestas y noches sin dormir, aparece Gael, misterioso, intenso, con esa forma de mirarla que desarma hasta a la chica más segura. Y también está Iker, encantador, divertido, capaz de hacerla reír incluso en sus peores días.
Dos chicos, dos caminos opuestos y un corazón que late demasiado fuerte.
Valeria tendrá que aprender que crecer también significa arriesgarse, equivocarse y elegir, incluso cuando la elección duela.
La universidad prometía ser el comienzo de todo.
No imaginaba que también sería el inicio del amor, los secretos y las decisiones que pueden cambiarlo todo.
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4. Rumores y miradas
El murmullo de la residencia era distinto aquella mañana. Valeria lo notó apenas salió al pasillo, un par de chicas cuchicheaban y luego la miraban de reojo. Fingió que no pasaba nada, pero el calor en las mejillas la traicionó.
Lucía, su amiga, apareció de pronto, en modo huracán. Tan extrovertida como siempre, y con esas pecas que parecían más oscuras cuando quería descubrir algo.
...Lucía Del Pino...
- "Vale, cariño, explícame ya. ¿Qué demonios pasó en la biblioteca?", preguntó Lucía, con sus ojos vivaces fijados en su amiga.
Valeria casi se atragantó con el café que llevaba.
- "¿Cómo… cómo sabes eso?", preguntó Valeria nerviosa.
Lucía puso los ojos en blanco.
- "Porque aquí las paredes tienen oídos. Y porque media facultad habla de que estabas con Gael y que después apareció Iker", respondió Valeria.
Valeria cerró los ojos, queriendo desaparecer.
- "Genial. Exactamente lo que necesitaba", manifestó Valeria.
Lucía la tomó del brazo y la obligó a caminar hacia el comedor.
- "Mira, no te voy a juzgar, ¿ok? Pero necesito entender qué está pasando. ¿Tú y Gael…?", comentó Lucía.
- "¡No!", interrumpió Valeria, más alto de lo que quería. Varias cabezas se giraron hacia ellas. Bajó la voz enseguida. "No hay nada con Gael. Ni con Iker".
Lucía la miró como si supiera más de lo que Valeria admitía.
- "Pues ellos no opinan lo mismo", dijo Lucía.
La puerta del comedor se abrió, interrumpiendo lo que Valeria quería preguntar, era Gael quien ingresaban con esa pose de arrogante y dueño del lugar; muchas de las estudiantes lo seguían con la mirada, como si estuvieran hechizadas.
Y detrás de él, casi como respuesta al universo, apareció Iker, con una sonrisa que iluminaba la sala entera.
El aire cambió. Valeria sintió cómo la tensión se volvía física, como electricidad en la piel. Gael la vio primero, sus ojos grises se clavaron en los de ella con una intensidad que la hizo bajar la vista. Segundos después, Iker también la encontró y le dedicó una sonrisa más íntima, casi protectora.
Lucía silbó bajo.
- "Dios mío, esto es mejor que Netflix", dijo Lucía.
Gael fue directo hacia su mesa, sin preguntar si había sitio. Dejó la bandeja frente a Valeria, ocupando el espacio como si le perteneciera.
- "¿Puedo?", preguntó Gael con voz baja, pero ya estaba sentado.
Valeria abrió la boca para responder, pero no tuvo tiempo, Iker apareció justo después y se dejó caer en la silla del otro lado.
- "Perfecto, todos juntos. Así es más fácil conversar", dijo Iker, como si aquello fuera lo más natural del mundo.
Las miradas en la sala se multiplicaron. Había curiosidad, expectativa, incluso sonrisas mal disimuladas.
- "No sabía que ahora formábamos grupo", soltó Gael, cortando con el tenedor un pedazo de panqueque.
- "Iba a decir lo mismo", respondió Iker, inclinándose hacia Valeria. "¿Quieres que te alcance café?"
Ella negó con la cabeza, incapaz de articular palabra.
- "Ella ya tiene lo que necesita", murmuró Gael.
Iker lo miró de frente, sin perder la calma.
- "Eso lo decide ella", replicó Iker.
Un murmullo recorrió las mesas cercanas. Valeria sintió que la sangre le hervía, estaban convirtiéndola en un espectáculo.
Se levantó de golpe, haciendo temblar la mesa.
- "Basta. No soy un trofeo, ¿vale? Si quieren seguir midiéndose, háganlo sin mí", expresó Valeria.
El comedor entero se quedó en silencio. Valeria recogió su bandeja y salió sin mirar atrás.
Lucía la siguió con la mirada, boquiabierta. Luego se giró hacia los dos chicos, que seguían frente a frente, tensos como un cable a punto de romperse.
- "En serio… ustedes podrían traer abajo la escuela, y lo único que van a lograr es perjudicar a mi amiga, dejen de ser tarados”, dijo Lucía.
Con la bandeja en mano, Valeria salió apresuradamente del comedor, solo quería que el ruido desapareciera; porque en el estado en que se encontraba, solo podía escuchar el sonido fuerte de su corazón, latiendo rápido y desbordado, como si su pecho no pudiera contenerlo.
Cuando llegó a la primera mesa que había en el pasillo, dejó su bandeja e intentó respirar mejor, para que de alguna manera el nudo que se había formado en su garganta desapareciera.
- "Vale…", la voz de Lucía sonó detrás de ella, suave, sin la ironía de siempre. "Ey, mírame".
Valeria levantó la cabeza. Tenía los ojos húmedos, pero no iba a llorar. No delante de todos, no ahora.
- "¿Te das cuenta? Me están usando como si fuera un trofeo de fútbol. Ni siquiera me preguntan qué quiero yo", manifestó Valeria.
Lucía suspiró y le pasó un pañuelo de papel.
- "Porque a veces los chicos son idiotas. Muy guapos, sí, pero idiotas", comentó Lucía.
Valeria soltó una risa amarga.
- "Y yo la tonta que queda en medio", dijo Valeria.
- "No eres tonta", corrigió Lucía. "Solo que tienes dos terremotos orbitando a tu alrededor, y es lógico que todo el mundo quiera mirar".
Valeria apartó la vista hacia la ventana. Afuera, los estudiantes caminaban de un lado a otro, ajenos al drama que hervía dentro de ella.
- "No quiero que me miren así. No quiero ser el chisme del día", expresó Valeria.
Lucía le tocó el hombro.
- "Pues entonces haz que te miren por otra cosa. La Valeria que yo conozco nunca se deja arrastrar por nadie", afirmó Lucía.
Valeria tragó saliva, apretando los puños. Una chispa de orgullo se encendió bajo toda la confusión.
- "Tienes razón…", susurró Valeria.
Valeria sonrió, recordó que no podía distraerse con peleas tontas, que ella no había tenido la intención que provocar, había venido a estudiar y a probarse que podía lograr lo que se proponía en la vida.
