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Caoba

Caoba

Status: Terminada
Genre:Completas / Malentendidos / Reencuentro / Matrimonio arreglado / Juego del gato y el ratón / Amor-odio / Viaje a un mundo de fantasía
Popularitas:173.1k
Nilai: 4.9
nombre de autor: thailyng nazaret bernal rangel

Cuarto libro de la saga colores.

Edward debe decidirse entre su libertad o su título de duque, mientras Daila enfrentará un destino impuesto por sus padres. Ambos se odian por un accidente del pasado, pero el destino los unirá de una manera inesperada ¿Podrán aceptar sus diferencias y asumir sus nuevos roles? Descúbrelo en esta apasionante saga.

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EL CALOR EN LA PIEL

...DAILA:...

La piel bajo mis dedos estaba tensa, casi dura, al tocarlo el aceite mis manos hizo de su piel caliente bastante resbaladiza. Masajeé con firmeza, pero con cuidado, Edward soltó un gruñido y apretó su mandíbula.

— ¿Le duele mucho? — Me detuve, observando su rostro.

— Solo un poco — Suspiró.

El cabello le caía sobre la frente, negro y brillante, sus sienes estaban un poco sudadas y su rostro sonrojado.

Yo también sentía mi rostro cálido, mi respiración agitada, por estar tan cerca y por su falta de ropa.

Volví a frotar el área, paseando mi pulgar, el olor a menta y la sensación, daba frescura a mis dedos y a él. Edward guió su cabeza hacia atrás, apoyando su cuello del espaldar y el alivio recorrió su expresión llena de malestar.

Me sentí un poco culpable, jamás quise su sufrimiento o que me accidente tuviera una huella permanente en su hombro. Fui muy desconsiderada con ese hombre y cruel, él me acusó con buena razón y yo simplemente le arrojé a la cara que se merecía lo ocurrido.

Fui cruel e hice crecer su resentimiento hacia mí con mi actitud malvada.

Por eso me disculpé, besando ese lugar donde le causé mi mal, al darle masaje quería demostrarle que las mismas manos que le hicieron daño también podían aliviar su malestar y su rigidez.

Me sentí nerviosa ante su mirada atenta en mi rostro y en lo que hacían mis manos.

Recordé su beso, fue reclamador, de un hombre acostumbrado a dominar los placeres, los movimientos y a la dama a su merced. Su boca me reclamó entera, seductora, cálida, fuerte y al mismo tiempo suave, delicada con labios gruesos que danzaban de forma experta, provocando en mí una ansiedad que todavía hacía eco entre mis piernas.

Huí por su silencio, por el dolor que causó que no respondería.

— Lady Daila, no sabía que era tan buena con los masajes.

Seguía frotando — ¿Ya no le duele?

— No, no me duele — Elevó una comisura al mismo tiempo que tomaba una postura erguida — Sus manos son hábiles, pero eso ya lo sabía — Insinuó, su mirada tan oscura, entre esas pestañas rizadas y bajo esas cejas gruesas perfectas, me tensé un poco — No puedo evitar decir cosas así, soy muy directo.

— Lo sé — Dejé de masajear y entornó una expresión de desaprobación — Ya es suficiente con esto. ¿Puede mover el brazo?

Movió el hombro y luego elevó el brazo.

— ¿Lo volverá a hacer cuando me duela? — Preguntó, con súplica.

Busqué un paño que había visto en la cómoda, en uno de los cajones.

Estaba en su habitación y eso aumentaba mis nervios.

— ¿Puedo usar esto para limpiar lo restos del bálsamo? — Lo tomé y asintió con la cabeza.

— Responda.

— Sí, lo haré.

Sonrió.

Se colocó la camisa, pero no la abotonó.

Limpié mis manos y me observé en el espejo, estaba despeinada y tenía la camisa sucia con manchas de hierba, ni hablar de la falda y las zapatillas llenas de barro, también las medias.

La ama de llaves nos había visto, juzgando al vernos pasar a trote hacia las escaleras cuando llegamos al palacio. Seguramente pensado que el duque me había revolcado en algún matorral y que aquello continuaría en la habitación.

Ya que sus ojos estaban abiertos de par en par cuando ignoramos sus palabras.

Mi estómago dió una punzada cuando lo ví ponerse de pie y caminar hacia mí.

Me quedé quieta, dejando el paño sobre la cómoda cuando se cernió sobre mi espalda.

Lo observé por el espejo, agachándose para dar un beso en mi cuello. El toque su boca hizo estragos en todo mi cuerpo.

Necesitaba más.

Me estremecí y me giré rápidamente.

Pero necesitaba estar segura de lo que oí.

Edward Inclinó su cabeza hacia abajo, para tocar mis labios.

— ¿Es cierto lo que dijo?

Se detuvo, con su rostro a centímetros del mío.

— Sea más específica.

Mi corazón se aceleró cuando tocó mi mejilla, apartando un mechón molesto de mis ojos, rozando su pulgar contra mi barbilla.

— ¿Me quiere? — Sonaba como una chica ingenua e ilusionada.

Arrastro su mano por mi cuello, manteniéndome quieta y observándome a los ojos.

— Sí, la quiero como lo que es, mi esposa.

— ¿Siente algo por mí?

Sentía como si hubiera pasado mucho tiempo desde mi llegada a esa casa, tan solo llevaba dos días viviendo allí y pasaron tantas cosas.

Suspiró.

— Siento algo, aún no tiene nombre, pero se que jamás lo sentí con otra mujer, es usted diferente — Sonaba sincero, pero no confiaba en él, no del todo — Lo cambia todo, con solo su presencia yo no sé ni que decir, en mí siento una extraña agitación, aquí — Posó su mano en su abdomen — También aquí — La subió hacia el lado izquierdo de su pecho — No lo había sentido antes, se lo juro. Usted me importa, casi me muero cuando la ví caer por ese barranco. No me gusta verla enojada, tampoco triste, yo quiero ver feliz a mi esposa — Tomó mi mano.

— Necesito que me demuestre con hechos que no es solo deseo lo que siente por mí — Pedí y se desconcertó — No confío en usted, no lo conozco lo suficiente y necesito estar segura de que me habla con la verdad.

Tomó un poco de distancia, soltando mi cuello.

— Tendremos que reevaluar nuestro acuerdo — Dijo, metiendo las manos en sus bolsillos — Tenemos que pasar tiempo juntos para conocernos más y los tres encuentros en el comedor no son suficientes, tampoco es el mejor sitio para que nos contemos cosas personales porque los sirvientes están siempre presentes, escuchando.

— Entonces tendremos que borrar eso de nuestro acuerdo, podremos vernos cuando queramos, sin importar el lugar.

— Así será — Volvió a acercarse — Déjeme conquistarla.

Ya me tenía conquistada, con ese beso fue suficiente, pero no lo diría en alto.

— Sí usted me daña o me utiliza, me iré a esa propiedad que mencionó — Le advertí y asintió con firmeza.

— No voy a hacerle daño.

Me atrapó nuevamente, rodeando mi cintura y presionando su erección contra mi abdomen, fuerte, dura, ansiosa.

Me presionó contra la cómoda y el espejo se sacudió.

Reclamó mi boca, como todo un macho, marcando a su hembra, moviendo sus labios a prisa y con profundidad. Sus besos no eran de caballero, de esposo afectuoso, eran de un amante, de pasión y deseo.

Me gustaba.

Me costaba seguirle el ritmo, pero gemí contra su boca cuando me rodeó la espalda, pasando sus manos descaradamente, sobre la tela, con posesión.

Me arqueé, mordiendo sus labios y abriendo la boca.

Mi lengua se asomó y no dudó en tomarla con su boca para succionar.

Me elevó cuando enterré las manos en sus brazos, buscando alivio.

Me complació, alzando mi cuerpo, abriendo mis muslos para colocarse entre mis piernas.

Presionó su dureza en mí y me quejé contra su boca cuando la ola de calor se aferró ansiosamente a mi centro.

Mordí más aprisa y se apartó.

— No muerda tan fuerte.

— ¿No le gusta? — Rodeé sus hombros.

— Así no se hace.

Me enojé un poco, aparté mi rostro y tomó mi barbilla para que lo observara a los ojos.

— No se ponga así, mi intención es enseñarla, no criticarla.

— Pensé que estaba haciéndolo bien — Me avergoncé — Su bigote mi pica.

Se rió, ronco.

— Mi bigote le fascina, no debe apenarse por no saber... Al contrario, está en buenas manos y le gustará que le enseñe. Si va a dar mordidas, debe hacerlo como si acariciara con los dientes, no aplique fuerza, solo roce.

Atrapó mi boca de nuevo, trazando sus manos por mis muslos, frotando hasta meter sus manos por debajo de la falda, llegando hasta el final de las medias.

Al toque de sus dedos en la piel de mis muslos me estremecí.

Nos besamos y me apartó un poco de la cómoda cuando llegó a mi trasero, enterró sus manos en mis glúteos y me pegó con fuerza a su dureza.

Apartó su boca para trazar un camino por mi mandíbula, respirando entre cortado.

Bajé mi mano por su pecho, su piel era dura, sus músculos tan tensos y suaves, haciendo cosquillas a mis dedos por los vellos, al igual que su bigote. Aunque los de su pecho eran más suaves en comparación.

No se sentía desagradable.

Bajé hasta su abdomen, pero no pude seguir haciéndolo.

Onduló sus caderas, frotando su erección y gemí, queriendo más.

Dió una mordida suave a mi cuello.

— Déjeme darle un poco de placer, no se preocupe, respetaré si no quiere continuar, deje el miedo.

— Es que... — Gemí cuando se estrujó con más fuerza, arqueando mis cejas y cerrando los ojos, la sensación no era suficiente, necesitaba más, me torturaba, quería llenar el vacío con su masculinidad.

Me mordí los labios, me apoyó de la cómoda y desvió su mano, apartándose.

Me quedé, enterrando las manos en sus brazos.

— Tranquila, lo haré, le quitaré el dolor.

Metió su mano dentro de las enaguas.

Grité cuando volví a sentir su caricia.

Me observó, fascinado mientras bajaba sus dedos.

Introdujo uno y me tensé, ahogando otro gemido cuando se encaminó profundo.

Abrí la boca, jadeando, dominada por las sensaciones que eso desató.

Acarició mi interior.

— ¿Le gusta? — Dió toques en mis labios.

Me mordí los labios — Sí...

— Está tan apretada — Gruñó, fascinado — Mojada, ansiosa. Es un manjar.

— Oh, sí... Me gusta... — Gemí, moviendo mi cadera para incitar.

Si seguía así iba a prenderme en llamas.

Alguien entró en la habitación y Edward me soltó, tuve que sostenerme de la madera para no caer al suelo.

— ¡Señor Edward! — Gruñó la ama de llaves, abochornada por la escena que logró ver.

— ¿Qué rayos está haciendo usted aquí? — Gruñó él, enojado — ¿Cómo se atreve a entrar acá sin tocar la puerta? ¿Qué se cree? — Se abotonó la camisa con brusquedad, ya no había ningún bulto en sus pantalones — ¡Maldita sea, debió tocar, ésta es mi habitación!

— ¡Lo siento, no sabía que estaba ocupado! — Dijo, observando hacia mí.

Me acomodé la falda rápidamente, el calor me tenía roja como un tomate y ni hablar de la sensación de las caricias de mi esposo.

— ¿Qué rayos quiere? — Demandó mi esposo.

— Llegó una carta.

Fruncí el ceño.

— ¿Por eso me molesta? — Edward estaba irritado por nuestro momento interrumpido y yo también, pero eso me devolvía la sensatez, debía conquistarme y de ese aperitivo no íbamos a pasar.

— Es importante y la dejé en su estudio.

— ¿De dónde vino?

— Estaba a nombre Conde Lean, por cierto, no me mencionó que estaba frecuentando con hombres importantes...

Era demasiado descarada y entrometida.

— No necesito mencionarle nada, váyase — Demandó, señalando la salida — Y no vuelva a interrumpir o voy a echarla.

Se marchó sin refutar.

Edward puso los ojos en blanco, luego resopló.

— Es vergonzoso — Susurré.

— Descuide, no es la primera vez que me hayan... — Se calló con la mirada que le dí — Lo siento, no se sienta apenada, fue error de Lidia.

— El Conde Lean Roster le ha escrito, de seguro mi amiga ya se enteró que estamos casados.

— Seguramente son felicitaciones — Se aproximó, pero coloqué mi mano en su pecho, deteniendo su avance — Oiga, debemos continuar.

— No, está bien así.

— Es usted muy conformista.

— Recuerde, debe ganarse mi confianza.

Suspiró de forma frustrada, pero asintió con la cabeza.

— De acuerdo, ya casi es la hora de cenar y debemos asearnos.

— Nos vemos en la cena — Aproveché para escabullirme a la puerta de mi habitación.

— Nos vemos, querida esposa.

1
Mariela De Los Angeles Serrano
Es estresante cuando se hacen las dignas. El orgullo muchas veces no es bueno, porque al final terminas tragándose las palabras y mordiendo tu lengua
Eleonor Baker
Ella está bien, ella salvo a Lean y a su esposo...¿🤔Porqué no aceptar tantito que ella tiene razón?
Ness_Newt
Gracias por otra de tus historias. Recomendable toda la saga
Eleonor Baker
Que hermoso diálogo
Eleonor Baker
¡Esoooo carajo bien ahí! mínimo ya están parejos
Eleonor Baker
Uhhhh... Yo ahí, aviento la espada al suelo y le grito:Yo sola me desarmo ahí está, perdí porque quise y le quitas 1° El que el sea el que mande y establezca condiciones 2° Que no aceptas que no aclare y ojo eso aplica para todo
Eleonor Baker
¡Esoooo bien ahí! El ser rudo no quita que reconozca, esos son hombres
Eleonor Baker
Y la blusa que color era?
Gloria San Martin
pero si es la mamá de Edward y el viejo Delacroix la amaba,por qué al hijo lo odiaba? seguramente la esposa lo descubrió y tuvo que echarla y culpó al bebé.Cosas que a uno se le ocurren!!!
Gloria San Martin
que metáfora más linda !
laura valentina segura rueda
Excelente historia autora gracias
sandra martin
Autora no te olvides de la historia de los hijos por favor /Pray//Pray//Pray//Pray//Pray//Pray/
Dyjhons
jajajjajajajajajjajajaja muero
Stella Santabaya
Me encantó, me encantó,me encantó 😊💕🇦🇷
Noemi Alvarez
realmente la felicito autora, cada historia de la saga estuvieron maravillosas
Marleny Rodriguez
Normal
Marleny Rodriguez
Malo
SARITA carrasco ramos
tus cuatros historias lo máximo me mantuvo prendida /Kiss/
Blue 👻
Sinceramente ame todos los libros de esta saga, felicidades por tus historias✨❤️...sería genial ver una historia de los hijos de ellos djdjjdjd😂❤️✨
Blue 👻
buuu pensé que buscaba prometida para sus bebés sujddnjdd
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