Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta. Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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Noche de estrés
Esa misma noche, Alejandro no llegó a su casa. En lugar de eso, decidió detenerse en uno de sus bares favoritos, un antro llamado "El Refugio". Era un lugar discreto, lejos del bullicio de la ciudad, donde solía ir cuando necesitaba despejar su mente y olvidarse de las presiones del trabajo.
El lugar estaba a media luz, con una atmósfera densa y música suave de fondo. La clientela era variada, desde ejecutivos que buscaban relajarse hasta artistas y músicos que disfrutaban de un ambiente más bohemio. Alejandro se acomodó en una esquina del bar, lejos de las miradas curiosas.
-Buenas noches, Alejandro. ¿Lo de siempre?- preguntó Julia, una de las camareras, que lo conocía desde hacia tiempo.
-Sí, Julia. Un whisky doble, por favor- respondió él, masajeándose las sienes.
Julia asintió y se alejó para preparar su bebida. Alejandro se recostó en el sillón, cerrando los ojos por un momento, tratando de dejar su mente en blanco. Pero, inevitablemente, la imagen de Isabella invadió sus pensamientos: su vestido ajustado, su sonrisa, la forma en que se movía con gracia por todos lados.
-Maldita sea- murmuró, abriendo los ojos de golpe.
La camarera regresó con su whisky y se lo colocó en la mesa.
- Pareces preocupado- comentó, notando su tensión.
-Solo un día largo, Julia. Necesito despejarme- respondió Alejandro, tomando un trago.
La muchacha le dio una palmada en el hombro antes de retirarse, dejando a Alejandro con sus pensamientos. A medida que el alcohol se deslizaba por su garganta, la intensidad de su día comenzó a disiparse, pero los recuerdos de Isabella permanecieron.
-¿Por qué diablos mi padre tuvo que contratarla?- se preguntó en voz alta, sin esperar una respuesta.
En ese momento, un hombre de aspecto robusto y con una sonrisa amistosa se acercó a su mesa. Era Sergio un viejo amigo de la universidad.
-Alejandro, ¿qué haces aquí tan solo?- preguntó Carlos, tomando asiento sin ser invitado.
-Sergio qué sorpresa. Solo intento despejarme. Ha sido un día de mierda- respondió Alejandro, forzando una sonrisa.
-Cuéntame, ¿qué te tiene tan estresado?- insistió él hombre señalando a Julia para que le trajera una cerveza.
Alejandro suspiró, sabiendo que el sujeto no se iría hasta que le contara.
-Es una mezcla de cosas. Pero principalmente... hay una nueva empleada en la oficina. Mi padre la contrató y no entiendo por qué. Ella es... diferente- dijo Alejandro, buscando las palabras adecuadas.
Sergio levantó una ceja, interesado.
-¿Diferente? ¿En qué sentido?- preguntó, tomando un sorbo de su cerveza.
-Es difícil de explicar. Es competente, pero... demasiado llamativa. No se comporta como debería hacerlo una asistente- respondió Alejandro, frustrado.
-¿Llamativa, eh?- Carlos sonrió de lado- Tal vez deberías relajarte y darle una oportunidad. ¿Quién sabe? Podría sorprenderte.
Alejandro bufó, negando con la cabeza.
-No es tan simple. En mi empresa, la imagen es importante. No puedo permitir que alguien así sea la cara visible de la empresa- replicó Alejandro, aunque una parte de él se preguntaba si estaba siendo demasiado duro.
-Bueno, solo tú puedes decidir eso. Pero recuerda, a veces las primeras impresiones no son las más acertadas- aconsejó Sergio levantando su vaso para brindar.
Alejandro levantó su vaso y brindaron, pero sus pensamientos seguían atormentándolo. Pasaron las horas y Alejandro se perdió en conversaciones triviales con Sergio, intentando desviar su mente de Isabella. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, su rostro volvía a aparecer, y la incomodidad en su pecho se intensificaba.
Finalmente, Alejandro decidió que era suficiente por esa noche.
-Gracias por la charla y la compañia. Necesito irme a casa. Mañana será otro día largo- dijo, levantándose de la mesa.
-Claro, amigo. Cuídate. Y piensa en lo que te dije- lo despidió Sergio, dándole una palmada en la espalda.
Alejandro pagó su cuenta y salió del bar, sintiendo el aire fresco de la noche en su rostro. Caminó hacia su coche, tratando de despejar su mente una vez más.
Mientras conducía de vuelta a su casa, reflexionó sobre lo que Carlos había dicho. Quizás, solo quizás, estaba siendo demasiado duro con Isabella. Quizás debía darle una oportunidad de demostrar que era más que una apariencia. Pero esa sería una decisión para otro día. Por ahora, solo quería llegar a casa y descansar.
Al llegar, se dejó caer en su cama, cerrando los ojos y permitiéndose unos momentos de paz antes de que la tormenta de pensamientos lo alcanzara de nuevo. Sabía que el camino no sería fácil, pero estaba decidido a enfrentarlo, un día a la vez.
Esa noche, Alejandro cayó en un sueño inquieto. El whisky y la charla con Sergio habían hecho su efecto, pero no lograron disipar completamente sus preocupaciones. En su sueño, se encontraba de nuevo en su oficina, pero esta vez había algo diferente en el aire. La atmósfera estaba cargada, como si una tormenta eléctrica estuviera a punto de desatarse.
Isabella entró en la oficina con un vestido elegante, que acentuaba sus curvas de manera sofisticada. Su cabello caía en ondas suaves alrededor de su rostro y sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y suavidad.
-Señor Martínez, aquí están los documentos que solicitó- dijo ella, su voz sonaba suave pero firme.
Alejandro la miró, y por un momento, se perdió en su belleza. Había algo magnético en ella que no podía ignorar. Se levantó de su silla y caminó hacia ella, sintiendo una atracción inexplicable que lo impulsaba a acercarse más.
-Gracias, Isabella- respondió, notando lo cerca que estaba de ella. Podía sentir el calor de su cuerpo y el suave aroma de su perfume.
Isabella lo miró a los ojos, y por un momento, el mundo exterior desapareció. Alejandro levantó una mano y, sin pensarlo, acarició suavemente su mejilla. Ella no se apartó, sino que cerró los ojos, disfrutando del contacto.
-Alejandro...- susurró, con su voz llena de una emoción que él no podía definir.
La distancia entre ellos se redujo aún más, y él sintió que estaba a punto de cruzar una línea de la que no habría retorno. Justo cuando sus labios estaban a punto de encontrarse, un pensamiento frío y racional atravesó su mente.
-No puedo hacer esto- dijo, retrocediendo de golpe. Su corazón latía con fuerza y su mente estaba en un torbellino de emociones.
-¿Qué pasa?- preguntó ella, con una mezcla de confusión y dolor en sus ojos.
-Esto no está bien- dijo Alejandro, tratando de controlar su respiración y calmar sus pensamientos.
Isabella lo miró.
-Lo entiendo. Pero... ¿y si lo que sientes es real?- preguntó, su voz apenas un susurro.
Alejandro despertó de golpe, su corazón latía desbocado. Se incorporó en la cama, el sudor frío empapaba su frente. Respiró hondo, intentando calmarse y procesar el sueño.
-Esto no puede estar pasando- murmuró para sí mismo, pasándose una mano por el cabello.
Se levantó y caminó hacia la ventana, mirando la ciudad iluminada. El sueño había sido tan vívido, tan real. Y lo peor de todo es que había sentido una atracción genuina hacia Isabella, una atracción que no podía permitirse.
-Tengo que mantenerme alejado de ella- se dijo en voz alta, como si al pronunciarlo, pudiera convertirlo en realidad.
Decidido, Alejandro regresó a la cama, intentando convencerse de que podía manejar la situación. Sabía que el día siguiente sería un desafío, pero estaba decidido a mantener la profesionalidad y no dejar que sus emociones interfirieran en su trabajo.
La mañana siguiente, Alejandro se despertó temprano, sintiéndose un poco más centrado pero aún con el recuerdo del sueño en su mente. Se vistió con cuidado, eligiendo un traje que le daba una sensación de control y autoridad.
Al llegar a la oficina, tomó un respiro profundo antes de entrar, decidido a mantener la distancia con Isabella y centrarse en su trabajo. Ignorando que su batalla apenas comenzaba.