Emily es la hija del Alfa de la manada Luna gris, del reino Silver Moon, uno de los cinco reinos que rigen en el mundo. Su vida ha sido la de una esclava. Cuando nació, su madre murió, y su padre, el Alfa Mauro, la culpó por ello y jamás la aceptó como su hija.
Durante la cumbre del Reino Silver Moon, es atrapada por el enemigo y llevada a un lugar desconocido. Allí, conoce a un hombre con una presión autoritaria que la hace temblar, sin imaginarse que él se convertirá en su pareja destinada.
Draven es el Rey Alfa del reino Shadow Moon, un reino enemigo de Silver Moon. Es un rey audaz que gobierna con rigidez, y nadie se atreve a traicionarlo, ya que quienes lo hacen sufren la peor de las muertes.
Ahora que la ha encontrado, no dejará que se la arrebaten. Emily es suya, la única con la que será un dócil y obediente cachorro. Quienes se atrevan a querer quitársela sufrirán su ira.
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Mírame Emily
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—¡Todo es tu culpa, Emily! —gritó Alfa Mauro.
Emily estaba en el suelo en posición fetal mientras su padre la castigaba a latigazos por haberse defendido de los malos tratos de Gina. Pensó que estaba bien defenderse, pero se dio cuenta de su error. Un azote tras otro le hacía comprender que su padre jamás la había amado. Ya había perdido la cuenta de cuántos latigazos le había dado, y ni siquiera tenía fuerzas para gritar. Su piel ardía y su corazón dolía tanto. Nunca en su vida había tenido a alguien que la amara o la protegiera.
—Con esto, espero que aprendas la lección. La próxima seré más severo contigo —dijo Alfa Mauro una vez que terminó de azotarla. Miró su mano, con la que sostenía el látigo, y vio que de tanta fuerza que usó, él mismo se había desangrado. —Te quedarás dos semanas aquí, sin derecho a comida ni agua —agregó con su voz autoritaria.
Emily solo escuchó cómo se cerraba la celda. ¿Dos semanas sin comida ni agua? Parecía que Alfa Mauro quería que muriera. Si ese era su plan, debió haber acabado con su vida a latigazos.
Se giró para quedar boca arriba. Fue un movimiento tan doloroso. Sus viejas ropas quedaron destruidas con cada latigazo. Su mirada se fijó en una pequeña abertura por donde la luz de la luna iluminaba ese horrible lugar. Finalmente, las lágrimas de Emily brotaron, pero no por el dolor físico, que ya no le importaba. Lloraba por tener un padre que no la amaba, que desde que tenía memoria la había culpado por la muerte de su madre.
—Por favor, sálvame... Alguien, que me salve —susurró mientras sus lágrimas recorrían su maltratado rostro.
Una vida tan horrible, ¿Por qué nació? Si esa sería su vida, su madre no debió morir, sino ella, para tener una vida tan miserable, sin amor, lo mejor era no vivir, el dolor en su corazón era insoportable, su padre, el Alfa de la manada Luna Gris jamás la amaría, siempre la odiaría por haberle arrebatado a su amada pareja, ella era un error para él.
Si tan solo, la Diosa Luna se apiadara de ella, y le diera una pareja que la amara, que la protegiera, tan solo eso es lo que quería, ser feliz al lado de su pareja destinada, ser amada, y amar, conocer lo que es el amor verdadero, era lo único que deseaba, su único error fue nacer y arrebatarle la vida a su madre, no quiso hacerlo, porque sabía que si su madre viviera, su vida sería diferente.
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Emily despertó bruscamente. Su cuerpo temblaba después de aquella horrible pesadilla. No, no era una simple pesadilla, realmente había sucedido. Fue la primera vez que Alfa Mauro la golpeó, y todo por ir en contra de Gina. Ambas eran sus hijas, pero era claro que, para Alfa Mauro, Gina era la única, y más ahora que se había convertido en una Reina, la pareja destinada del Rey licántropo de Silver Moon.
Comenzó a recorrer con la mirada la habitación donde estaba. Era muy espaciosa, con tonos grises, pero acogedora. La cama era amplia, con un suave colchón y sábanas finas, nada que ver con los harapos viejos que ella usaba para cubrirse del frío durante las noches en la mansión Alfa de la manada.
—¿Dónde estoy? —se preguntó después de haber recorrido todo el lugar.
Miró las ropas que vestía: un fino camisón de tirantes negro con detalles de encaje en el escote y el dobladillo. Se levantó de la cama. El dolor de sus costillas era mínimo. Tomó la bata del mismo color y se la colocó. Caminó lentamente hacia la puerta, esperando que estuviera cerrada con llave, pero no fue así. La abrió con lentitud y se asomó. El enorme pasillo estaba vacío. Titubeó un poco, pero finalmente salió.
Emily empezó a caminar por el largo pasillo, observando los lujos de la decoración. Las paredes estaban pintadas de colores claros, a diferencia de la habitación donde despertó. Había algunos cuadros de pinturas que solo había visto en internet.
Continuó su camino hasta llegar a las escaleras. Dudó unos segundos, pero decidió bajar para encontrarse con aún más lujos: pinturas, jarrones, muebles... de todo. Sin darse cuenta, perdió el rumbo hasta llegar a unas puertas de color blanco con detalles dorados. Colocó su mano sobre una de las perillas, soltó un largo suspiro y abrió la puerta lo suficiente para asomar la cabeza. Al ver que no había nadie, terminó entrando.
—Es maravilloso —dijo una vez que cerró la puerta.
El lugar era una sala del trono, con enormes columnas blancas y detalles dorados. Las paredes también eran blancas, y había un candelabro central. El techo era de cristal, y había lámparas en las paredes a lo largo del camino. Al final, un pedestal con unos escalones conducía al trono del Rey, detrás del cual había una enorme ventana cubierta con gruesas cortinas.
Emily estaba tan maravillada con el lugar que no se percató de la presencia de aquel hombre que había conocido la noche anterior. Él la observaba de pies a cabeza con sus oscuros ojos.
El hombre carraspeó para que ella se diera cuenta de su presencia. Emily se tensó ante el sonido y se giró para encontrarse con esos ojos oscuros que la miraban con tanta intensidad. Soltó un suspiro; su cuerpo comenzó a temblar. La presión autoritaria de ese hombre era impresionante y no se comparaba en absoluto con la de Alfa Mauro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con su imponente y gruesa voz.
Emily abrió la boca, pero no pudo decir nada. El miedo se apoderó de ella, pues creía que sería castigada por haberse escapado y por estar allí sin permiso.
El hombre se acercó a ella con paso firme y la sujetó del brazo. Sus ojos oscuros continuaban mirándola con autoridad.
—¿Alguien te vio vestida así? —preguntó al percatarse de lo que vestía. —¡Contesta! —gritó, forzando el agarre del delicado brazo de Emily.
—Yo… —fue lo único que pudo decir. Su cuerpo comenzó a temblar, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Ese hombre la estaba lastimando, no solo con su agarre, sino también con su presión autoritaria. —Lo siento… —logró decir. Siempre que se disculpaba, los castigos eran menos dolorosos. Esperaba que esta vez no fuera la excepción.
—¿Qué? —dijo el hombre, tratando de controlar su ira. —¿Por qué estás temblando? ¿Por qué te disculpas? —volvió a preguntar con su imponente voz.
Emily mantuvo la mirada baja, sin saber cómo responder. Tenía un nudo en la garganta, pero si no decía algo, sería severamente castigada.
—Duele… —dijo en un bajo susurro, dirigiendo su mirada hacia el agarre de su brazo.
El hombre apenas logró escucharla. Aflojó su agarre y notó que el brazo de la chica ya estaba rojo.
—No medí mi fuerza —habló. Su voz aún era autoritaria, pero había un rasgo de suavidad. —¿Cómo te llamas? —volvió a preguntar.
—Emily… —respondió, manteniendo la mirada baja.
El hombre le levantó la barbilla con suavidad para ver su rostro de nuevo. Aquellos ojos avellana mostraban tanto miedo, llenos de lágrimas que amenazaban con salir. Sus mejillas y nariz estaban rojas. Sus labios carnosos y rosas estaban entreabiertos y temblorosos, como todo su cuerpo.
—Pareja —dijo Emily sin pensarlo. Esa palabra salió por sí sola, una palabra que significaba tanto. Escuchaba a Noah ronronear en su interior.
—Finalmente te encontré —dijo el hombre, esbozando una sonrisa y provocando un suspiro en Emily.
Emily bajó de nuevo su mirada. Era posible. ¿Realmente era la pareja de aquel hombre? Se veía tan imponente y poseía una presión autoritaria tan poderosa. Sin embargo, su loba, Noah, saltaba y aullaba de emoción, repitiendo una y otra vez la palabra “Pareja”.
—Emily —la llamó. Solo con escuchar su nombre en la voz de aquel hombre, su cuerpo reaccionó de una manera nueva para ella.
—Usted, ¿es mi nuevo rey? —preguntó con la mirada baja.
—Lo soy —respondió él con orgullo.
—¿Qué debo hacer, majestad? —volvió a preguntar, pues sabía que no era bueno ir en contra de lo que un rey ordenara si quería seguir con vida.
—Mírame a los ojos cuando hables —ordenó.
Emily levantó su mirada atemorizada. Tenía que obedecer a su nuevo rey, pero también su nuevo rey era su pareja destinada. ¿La rechazaría? Aquel hombre era muy apuesto. Tenía un rostro anguloso y definido, con una mandíbula marcada, una nariz recta y labios carnosos. Su piel era clara y tersa, sus cejas oscuras y definidas, y sus ojos, oscuros como la noche, tenían una mirada intensa y penetrante. Vestía ropas negras, camisa, saco, pantalones, zapatos, que definían perfectamente sus músculos.
El hombre pasó su mano derecha a la pequeña cintura de Emily y la atrajo hacia él. Ella contuvo la respiración. Sentir la calidez de aquel hombre la hacía temblar, pero esta vez no de miedo. Mantuvo sus manos sobre el perfecto torso cubierto por la camisa negra.
—Mírame, Emily —dijo con su gruesa y autoritaria voz.