Alena Prameswari creía que el amor podía cambiarlo todo.
Pero tras tres años de matrimonio con Arga Mahendra, comprendió que la lealtad no significa nada cuando solo una parte es la que lucha.
Cuando la traición sale a la luz, Alena decide marcharse. Acepta un proyecto de diseño en Dubái… un nuevo lugar, un nuevo comienzo.
Sin esperarlo, un encuentro profesional con un joven príncipe, Fadil Al-Rashid, abre una página de su vida que jamás imaginó.
Fadil no es solo un hombre multimillonario que la colma de lujos,
sino alguien que valora las pequeñas heridas que antes fueron ignoradas.
Pero un nuevo amor no siempre es sencillo.
Existen distancias culturales, orgullo y un pasado que aún no ha terminado de cerrarse. Esta vez, sin embargo, Alena no huye. Se mantiene firme por sí misma… y por un amor más sano.
¿Logrará Alena encontrar finalmente la felicidad?
Esta historia es un viaje para las mujeres que han sido heridas…
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Capítulo 3
Aquel día el sol se coló suavemente entre las cortinas, marcando una mañana que parecía ordinaria.
Pero para Alena, ninguna mañana volvía a ser realmente ordinaria desde que su casa se llenó de un silencio cada vez más denso.
Preparó el desayuno como de costumbre, tostadas, huevos pasados por agua y el café negro sin azúcar favorito de Arga.
Pero no era el sabor salado o dulce lo que le llenaba la boca, sino una amargura intangible.
"Mas... no te olvidas de la reunión de las diez, ¿verdad?"
Alena intentó hablar mientras servía el café.
Arga, que estaba escribiendo algo en su teléfono móvil, sólo murmuró: "Sí. Tranquila, lo sé".
Alena asintió, pero sus ojos se fijaron en el teléfono de su marido. La luz de la pantalla mostraba un nombre que hizo que su corazón temblara levemente.
Nadine HR – Proyecto Ares.
Nunca había oído ese nombre antes, pero por alguna razón cada vez que el teléfono de Arga vibraba, ese nombre siempre aparecía.
Y cada vez Arga se apresuraba a bajar la cabeza, escribiendo una breve respuesta con una leve sonrisa... una sonrisa que hacía mucho que había desaparecido para Alena.
"¿Una amiga del trabajo?", preguntó Alena suavemente, tratando de mantener su tono de voz neutro.
Arga la miró brevemente, como preguntándose por qué Alena preguntaba.
"Sí, una nueva subordinada. Aún se está adaptando, pregunta mucho".
"Oh."
Eso fue todo lo que salió de los labios de Alena.
Quería creerlo, pero había algo en la forma en que Arga respondió. Demasiado rápido, demasiado preparado.
Y las mujeres, sin que se les diga, saben cuándo están jugando con sus corazones.
Por la tarde, Alena intentó distraerse trabajando. Sin embargo, sus pensamientos vagaron en una dirección que no deseaba.
"¿Por qué me he vuelto así?", murmuró mientras miraba la pantalla, que ya estaba borrosa por las lágrimas que no llegaron a caer.
Enderezó el cuerpo, respiró hondo y trató de concentrarse de nuevo.
Pero incluso entre el trabajo, la sombra de Nadine seguía bailando en su mente. Una mujer que no sabía cómo era, pero que se sentía tan real entre la distancia entre ella y Arga.
Esa tarde, abrió las redes sociales de la empresa donde trabajaba Arga.
Y efectivamente... entre las fotos de las actividades del equipo, había una mujer con el pelo negro largo, vestida con un blazer gris y sonriendo profesionalmente.
Nadine.
No sólo era guapa, sino que también tenía una mirada aguda y segura de sí misma. El tipo de mujer que podía hacer que una habitación dejara de respirar con sólo su presencia.
Alena miró la pantalla durante un rato, antes de cerrar el portátil lentamente.
No estaba celosa, no tenía miedo. Sino más bien una sensación de conciencia, de que ahora había perdido en un lugar que otros no podían ver... la atención de su marido.
Llegó la noche.
Arga llegó a casa a paso ligero, su chaqueta olía a un perfume desconocido. No era el aroma que solía usar.
Alena lo sabía, porque durante tres años ella siempre había elegido el perfume para su marido. Un aroma cítrico suave y sencillo, no el olor a flores blancas que ahora olía.
"¿Has estado trabajando hasta tarde?", preguntó Alena, tratando de sonar normal.
"Hmm, sí. Hay muchos informes que revisar".
Arga dejó su bolso en el sofá, se quitó la corbata y tomó un vaso de agua.
"¿Con quién has estado trabajando hasta tarde?"
La pregunta salió sin más, sin siquiera ser filtrada.
Arga se detuvo un momento, mirándola. "Pues con el equipo, ¿por qué?"
"No, sólo preguntaba."
Alena sonrió levemente, tratando de cerrar la brecha entre la incomodidad y la sospecha.
Pero cuando Arga se dio la vuelta para ir a la habitación, notó algo en la chaqueta de su marido. Había un mechón de pelo largo, negro azabache, curvado elegantemente en el hombro de la tela.
Y Alena no tenía el pelo tan largo.
Se quedó callada durante bastante tiempo, antes de respirar hondo.
Cogió la chaqueta lentamente, la colgó en el perchero y la miró fijamente.
"Incluso un mechón de pelo puede ser una pequeña prueba de una gran honestidad", murmuró suavemente.
Pasaron algunos días, y la sospecha que antes era vaga se convirtió ahora en una sombra que siempre la acompañaba.
Cada vez que el teléfono de Arga vibraba, cada vez que sonreía levemente sin razón, Alena sabía que había alguien detrás de la pantalla que estaba haciendo cambiar a su marido.
Pero no quería acusar.
Todavía quería creer que tal vez todo era un malentendido.
Hasta que una tarde, cuando iba a lavar la ropa de trabajo de Arga, encontró algo en el bolsillo de la chaqueta. Una nota de un restaurante de un hotel de cinco estrellas, a nombre de "Nadine HR – Reserva para dos personas".
Alena se quedó callada durante mucho tiempo al borde de la cama, sus manos temblaban mientras sostenía el pequeño papel.
La fecha indicada era exactamente dos noches atrás, la noche en que Arga dijo que tenía una reunión hasta tarde con el equipo.
Su corazón gritaba, pero su rostro permaneció inexpresivo.
No quería llorar, ya había estado en silencio demasiadas veces.
Ahora... su silencio no era por falta de valor, sino porque estaba aprendiendo a aceptar la amarga realidad sin tener que gritar.
Esa noche, mientras Arga dormía, Alena miró el rostro de su marido.
Había líneas de cansancio, pero también una falsa tranquilidad allí.
Y entre la respiración regular del hombre, Alena se prometió a sí misma.
'Mas, si tu amor ya ha cambiado de dirección... no me obligaré a ser un hogar para un corazón que quiere irse.'
Al día siguiente, Alena se paró frente al espejo, mirando su reflejo.
La mujer parecía tranquila, pero sus ojos contaban muchas cosas.
No preguntaría más, no exigiría, no lloraría delante de nadie.
Sólo quería reencontrarse a sí misma. Aquella que una vez fue valiente, que antes estaba llena de sueños antes de que este matrimonio matara su alma lentamente.
"Si el amor es una lucha, ¿por qué tengo que luchar sola?", se dijo a su reflejo en el espejo.
Y en ese momento, por primera vez en mucho tiempo, Alena decidió empezar a guardar sus heridas en un lugar que nadie pudiera alcanzar.
Seguiría sonriendo, seguiría siendo amable... pero ya no estaría ciega.
Porque a veces, el amor más fuerte no es el que obliga a permanecer juntos, sino el que se atreve a irse antes de perderse por completo.