EL chico problema se declara a la chica más popular frente a toda la escuela, pero ella no es lo que aparenta.
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VOL1-CAPITULO 3: A media noche
A MEDIA NOCHE
—Fue lo más alucinante que he visto hacer a una persona que conozco —dijo el chico que hablaba, que tenía lentes cuadrados de montura gruesa color verde y cuyo pelo negro, brillante de grasa, le daba un aspecto inquietante.
—Pues no sirvió de mucho —respondió el aludido, Devan Tudor, con la barbilla recostada en el brazo apoyado en el pupitre escolar—. Ha pasado una semana y Calíope no me ha llamado. Ni siquiera ha querido hablar conmigo.
—¡Eso qué más da! —dijo el chico que había hablado primero, un tal Eduard VI, que hasta ese momento no había cruzado con Devan más de dos palabras—. Todos te admiran por tu valentía. Es por eso que quiero que nos des una entrevista para el periódico escolar. No tenemos mejor tema este mes.
La popularidad de Devan había aumentado drásticamente después del suceso que tuvo lugar en el festival. Los chicos querían ser sus amigos y las chicas se mostraban más interesadas en él. No obstante, nada de eso importaba porque Calíope, su persona de interés, no había dado señales de vida. No había recibido un solo mensaje o llamada de ella.
—No, gracias —le respondió Devan a Eduard VI.
Estaban en el salón de clases esperando al profesor de álgebra, que tardaba en llegar. Eduard VI se inclinó al pupitre donde Devan descansaba y, con una sonrisa, le planteó una interesante propuesta.
—Si aceptas darme la entrevista, te contaré todo lo que he averiguado acerca de Calíope.
Devan lo miró un tanto irritado, deseando que aquel nerd desapareciera y lo dejara tranquilo, pero esas palabras tenían algo de interesante.
—¿Averiguado? ¿Te gusta Calíope o algo?
—Por supuesto, ¿a quién no? —eso era cierto, debió admitir Devan molesto—. Pero no lo hice por eso —continuó Eduard—, sino porque es la chica más popular de la escuela y hace ya mucho que se ganó un artículo en el periódico.
—¿Qué has averiguado? —preguntó Devan.
—¿Vas a permitir que te entreviste?
Devan aceptó a regañadientes, puesto que su curiosidad podía más.
—Primero dame la información de Calíope.
Eduard VI suspiró e inclinándose más, en un acto de total secretismo, empezó a hablar entre susurros.
—Es un misterio. No he encontrado nada de su vida de antes de que llegara a esta ciudad. Es sumamente extraño teniendo en cuenta que vivimos en la era de la comunicación. Ahora mismo sé que vive con Hermelinda en un apartamento alquilado y que ambas suelen ir los fines de semana a partidos de hockey. Su comida favorita es la carne en todas sus presentaciones. Lo demás ya lo sabes, es muy buena en gimnasia y nos supera en las evaluaciones. Sin embargo, debo agregar algo más, es bastante torpe con la tecnología.
—¿Eso es todo? —a Devan no le había hecho gracia el hecho de que le contara cosas que a él no le servirían de mucho, excepto tal vez que le gustaba la carne y los juegos de hockey.
—Una cosa más —dijo Eduard VI seriamente—, como un consejo te diría que te alejes de ella. No me da buena espina. Tiene algo extraño, mi instinto periodístico me lo advierte.
Devan se incorporó y golpeó el pupitre con fuerza. Varios compañeros de clase se giraron a verlo. Él acercó su cara a la de Eduard VI hasta que pudo ver perfectamente sus ojos tras los lentes de montura gruesa.
—Ya veo, tu intención es que desista con ella, ¿no es así? Pues no lo lograrás —le dijo.
Eduard VI sonreía como un tonto, mientras una gota de sudor corría por su frente. Devan suspiró, tomó su mochila y se marchó.
—¡Eh, la entrevista! —gritó Eduard VI y lo siguió.
El resto de esos días, Devan los pasó de mal humor. Hasta que llegó esa noche.
La habitación de Devan era pequeña y no le pertenecía solo a él. Dos de sus hermanos dormían en la cama mientras él debía hacerlo en el suelo sobre un delgado colchón de espuma. Había sido así toda su vida.
La ventana estaba abierta y el aire de la noche era lo suficientemente frío para hacer que se cobijara con una suave manta con el rostro de un personaje de anime estampado.
Después de dos semanas del festival, no tenía noticias de Calíope, lo cual significaba que ella no pretendía contactarlo porque él no era de su agrado. Desquitaba su frustración jugando en su móvil un juego de disparos que eran sus preferidos. Su madre lo había llamado hacía cinco minutos, pero él prefería ignorarla. Cuando era algo importante (como regañarlo), ella lo buscaba personalmente.
Estaba por ganar sus perseguidos mil puntos cuando un mensaje de texto hizo que se pausara el juego. Devan maldijo por haber perdido su concentración, pero al bajar la barra de notificaciones vio que el remitente era de un número desconocido.
Desde que se declaró a Calíope, estuvo en todo momento pendiente de su móvil con la esperanza de recibir una llamada de ella. Durante días vivió la ansiedad de escuchar por fin su voz a través del aparato, pero dado que eso no pasaba, decidió que, al fin de cuentas, debía buscar otra estrategia con ella.
El mensaje de texto resultó ser lo que estaba esperando, mas no de la manera que lo esperaba.
Cuando al fin comprendió lo que significaba el mensaje, se incorporó inmediatamente y, ante el asombro de sus dos hermanos, se colocó su mejor suéter, algo de colonia y arregló su cabello despeinado lo mejor que pudo rápidamente antes de salir de la habitación. Calíope había ido a verlo a su casa esa noche.
—Mira, allí está mi querido hijo. ¿No te llamé hace más de cinco minutos? —su madre parecía complacida de alguna forma.
—Debiste ir a buscarme —respondió Devan, mirando cómo Calíope permanecía de pie en la entrada. Llevaba puesto el uniforme de la secundaria Boilet, lo que era extraño, ya que eran un poco más de las diez de la noche y las clases hacía horas que habían terminado.
—¿Acaso crees que soy tu criada? —le dijo su madre, llamando su atención—. Además, no es hora para tener visitas…
Antes de que su madre empezara a sermonearlo, corrió hacia Calíope e impulsivamente la tomó de la mano y se la llevó con él fuera de casa.
—¡Regresaré luego!
Su madre le gritó algo que no escuchó. Después de correr varias calles, se detuvieron. Calíope de un tirón apartó su mano de la de él.
—Al parecer, siempre haces cosas impulsivas, ¿no?
Devan volteó a verla, sonriendo. Ahora que lo pensaba bien, hacer eso fue una locura. Nada había pasado como esperaba.
—Como sea, ven conmigo —le dijo Calíope y empezó a andar.
—¿Dónde vamos? ¿Por qué no me avisaste que irías a verme?
Ella caminaba rápido, apenas dándole la oportunidad de seguirle el paso.
—No me gusta mucho usar ese condenado aparato. Y un hombre debe estar preparado para cualquier eventualidad, no siempre en la vida ocurren las cosas como deberían.
De nuevo esa seriedad. Era una extraña cualidad en una chica de secundaria, pero Devan amaba esa parte de Calíope; de hecho, amaba todas sus partes.
—Entiendo, creo. Pero, ¿dónde vamos?
—Hacia allá —dijo Calíope señalando el cerro apenas iluminado por la luna llena a las afueras de la ciudad—. En ese lugar tendrás que demostrar lo que dijiste en el festival.
Devan quiso hacerle más preguntas, como por qué no lo hacían durante el día cuando era más seguro o si mejor no salían a comer algo, pero sabía que Calíope no le daría explicaciones. En todo caso, si ella quería un hombre que se adaptase a cosas inesperadas, él lo haría con gusto.
—Se encuentra lejos, ¿y si mejor tomamos un taxi?
—Sería lo mejor, ¿sabes cómo usarlos?
La pregunta era extraña. Pero él hizo caso omiso y la guio hacia una calle más transitada. Allí detuvo un taxi y le abrió la puerta para que entrara. Por suerte, tenía dinero para pagarlo.
Mientras viajaba con Calíope en el vehículo, por momentos tropezando sus piernas, la miraba de vez en cuando de soslayo, admirando su belleza. Asustado y temiendo que el silencio la aburriera, decidió hablar.
—¿Por qué usas a esta hora el uniforme escolar?
Ella lo miró como por primera vez. Se encontraba absorta en sus pensamientos cuando él habló.
—La verdad es que me gusta, me sienta bien —fue su respuesta cortante.
Por supuesto que le favorecía; cualquier ropa que ella usara le quedaría bien en un cuerpo tan voluptuoso. Pero el uniforme escolar, compuesto por una blusa blanca de manga larga y una falda bastante corta, le daba un cierto aire pícaro.
No hablaron más el resto del viaje. El solo hecho de estar allí con ella era como un sueño para él. No se creía en ningún momento que por fin tuviese suerte en algo. Tenía el corazón latiéndole acelerado como cualquier joven de su edad frente a su primer amor. Devan Tudor podía ser un dolor de cabeza para su madre y otro más para sus profesores, pero con Calíope cuidaba comportarse bien, o mejor dicho, no tenía que comportarse igual.
—Ya llegamos —dijo el conductor, un hombre regordete de ojos caídos. Detuvo el vehículo y esperó a que se bajaran—. Pórtense bien —dijo, guiñándoles un ojo.
El aire frío los recibió al salir. Había unas cuantas edificaciones circundando la carretera. Bajo la luz de una farola, Calíope parecía más irreal de lo que siempre era a sus ojos. Nunca antes la había visto en la noche. El color de su pelo era más oscuro y su piel luminosa destacaba aún más sus ojos negros. Sin decir palabra, empezó a caminar yendo hacia el cerro. Devan la siguió; desde luego, esa noche la seguiría incluso al infierno.
Calíope guiaba la marcha con total confianza. Cada vez más se alejaban de las luces de la carretera y se acercaban a un mundo agreste de luz de luna.
El camino se hacía empinado al pie del cerro. A esa altura, Devan seguía sin entender qué le esperaba esa noche. Con increíble habilidad física, Calíope subió por el cerro y llegó rápidamente a la cima. A Devan le costó un poco más; él no era lo que se dijera muy atlético, intentaba no resbalarse y caerse como una pelota frente a ella. Al mirar hacia arriba, vio dos figuras erguidas observándole. Sintió que manos heladas le acariciaban la espalda. La figura que no era Calíope llevaba puesta una sudadera con la capucha sobre la cabeza.
Nadie le ayudó a ponerse de pie cuando estuvo en terreno firme.
—Pareces al borde de un paro cardíaco, Devan. Es solo una pequeña escalada.
Se trataba de Hermelinda. Ella sonreía como no lo había visto antes; era una sonrisa dura y cruel.
—No perdamos el tiempo. Empecemos —dijo Calíope sin mucho interés.
—¿Qué...? ¿Qué hacemos aquí? —preguntó al fin Devan.
Fue Hermelinda quien contestó, pero ya no sonreía.
—Pues justo ahora vas a entregar tu vida a Calíope. Dijiste que la amabas, ¿no? Esta noche, a la luz de la luna llena, le entregarás tu vida para siempre.
El viento que golpeaba el montículo aumentó su ímpetu.
—No pongas esa cara —Hermelinda habló esta vez con desprecio—. Es un honor, es un simple ritual de unión. Veremos si de verdad eres un hombre y tienes bolas.
—Es que sigo sin entender de qué se trata todo esto. Calíope, ¿qué hace ella aquí?
—Presenciará el ritual —dijo Calíope, mirando a Devan con el mismo desinterés de siempre—. No tienes que entender nada; si me amas realmente, haremos el ritual. Si no me amas como dijiste, entonces lárgate.
Devan miró hacia abajo. La carretera se veía lejana y silenciosa. Más allá, la luz artificial de la ciudad iluminaba las nubes de contaminación. Del otro lado, el mundo era azul bajo la luz de la luna llena, un reino desconocido, así le pareció a Devan. No sabía qué hacer.
—Se largará, es un cobarde como los otros, Calíope —dijo Hermelinda con aburrimiento.
Devan olvidó su precaución al escuchar que lo llamasen cobarde.
—Cállate, no soy ningún cobarde. Hagamos el maldito ritual o lo que sea.
Su determinación flaqueó un poco cuando vio el puñal. Calíope había tomado un puñal que le pasó Hermelinda.
—Arrodíllate. Te atravesaré el corazón y con tu sangre honraremos a los dioses y, por tu sacrificio, una puerta se abrirá.
La risa de Hermelinda se escuchó en la noche. Sin embargo, Devan apretó los puños y pensó que aquellas dos no podían estar tan locas y que si habían preparado todo eso era para probar si él en verdad salía huyendo y de esa forma deshacerse de sus pretensiones con Calíope. Devan se arrodilló sin vacilación. Les iba a seguir el juego y no sería por nada del mundo derrotado.
—¡He dicho que mi vida es tuya, ¿no?! ¡Tómala!
Se alegró al oír que la risa de Hermelinda se callaba y su rostro lo miraba desconcertada.
Calíope se arrodilló frente a él. Ella sonreía; era una sonrisa de total placer, un éxtasis impuro. Acercó sus labios a su cara y él pudo oler el perfume de ella desde su fuente original, su cabello. El corazón de Devan quería estallar. En ese momento, pensó que no le molestaba en lo absoluto morir por ella de verdad. Luego sintió el golpe en el pecho y, al mirar hacia abajo, vio cómo la empuñadura sobresalía. Calíope le había clavado el filo hasta el fondo.