Julieta, una diseñadora gráfica que vive al ritmo del caos y la creatividad, jamás imaginó que una noche de tequila en Malasaña terminaría con un anillo en su dedo y un marido en su cama. Mucho menos que ese marido sería Marco, un prestigioso abogado cuya vida está regida por el orden, las agendas y el minimalismo extremo.
La solución más sensata sería anular el matrimonio y fingir que nunca sucedió. Pero cuando las circunstancias los obligan a mantener las apariencias, Julieta se muda al inmaculado apartamento de Marco en el elegante barrio de Salamanca. Lo que comienza como una farsa temporal se convierte en un experimento de convivencia donde el orden y el caos luchan por la supremacía.
Como si vivir juntos no fuera suficiente desafío, deberán esquivar a Cristina, la ex perfecta de Marco que se niega a aceptar su pérdida; a Raúl, el ex de Julieta que reaparece con aires de reconquista; y a Marta, la vecina entrometida que parece tener un doctorado en chismología.
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Revelaciones y más Problemas
El sol de la tarde madrileña se colaba por los ventanales del lujoso apartamento en la calle Serrano, iluminando el desorden que Julieta había logrado crear en tan solo una semana de convivencia. Sus intentos por mantener el orden —al estilo Marco— duraban aproximadamente lo mismo que sus propósitos de año nuevo: exactamente tres días y medio.
—¡Por el amor de Dios! —masculló Julieta, mientras intentaba doblar una sábana king size ella sola, pareciendo más bien una batalla contra un pulpo invisible—. ¿Quién inventó estas sábanas gigantes?
El recuerdo de su madre doblando la ropa con una precisión militar la hizo sonreír. "Las tareas domésticas son un arte, Juli", solía decir, aunque para Julieta eran más bien una forma sofisticada de tortura. Especialmente ahora que vivía en el templo del orden y la pulcritud que Marco llamaba hogar.
El timbre del portero automático interrumpió su lucha contra la ropa de cama.
—¿Sí? —respondió Julieta, soplando un mechón rebelde que le caía sobre la cara.
—Señorita... o señora, supongo —la voz de Marta, la vecina del 3ºB, destilaba curiosidad—. Tiene una visita. Una señorita muy elegante que dice conocer al señor Marco.
Julieta sintió un escalofrío recorrer su espalda. Antes de poder responder, el sonido de tacones resonó por el pasillo. Cristina, la ex de Marco, apareció en el umbral como si fuera la protagonista de una película de suspenso.
—Vaya, vaya —sonrió Cristina con una dulzura que no llegaba a sus ojos—. Así que los rumores son ciertos.
Julieta observó a la recién llegada, tan perfecta como una portada de revista: blazer impecable, tacones de aguja y un corte de pelo que probablemente costaba más que toda su colección de cómics.
—¡Cristina! Qué... inesperada sorpresa —Julieta intentó disimular su nerviosismo, consciente de que llevaba unos leggings viejos y una camiseta XXL con un panda comiendo ramen.
—Me imagino que sí —Cristina entró sin esperar invitación, examinando el apartamento con ojo crítico—. ¿Sabes? Es curioso. Hace apenas un mes, Marco y yo discutíamos sobre vivir juntos, y ahora... —su mirada se detuvo en un peluche gigante de Totoro que decoraba el sofá de diseño— esto.
El timbre volvió a sonar, y esta vez fue Marta quien entró primero, seguida por... ¿Raúl? Julieta sintió que el universo definitivamente tenía un retorcido sentido del humor.
—¡Julio! —exclamó Raúl, usando el apodo que ella tanto detestaba—. Carlos me dijo que te habías casado, ¡pero debe ser una broma! Tú odias el matrimonio tanto como yo odio los lunes.
—Es Julieta —corrigió ella automáticamente, mientras un recuerdo invadía su mente: aquella noche en el Café La Palma, cuando Raúl le propuso "ser novios oficiales" y ella respondió ahogándose con su mojito de la risa. No era su momento más elegante.
Marta, desde su posición estratégica junto a la puerta, observaba la escena como quien mira un partido de tenis particularmente interesante.
—¡Esto es mejor que mis telenovelas! —susurró, sin ningún intento de disimulo.
El sonido de llaves en la puerta principal hizo que todos se giraran. Marco apareció, con su traje perfectamente planchado y una expresión que pasó de la sorpresa al pánico en microsegundos.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, aunque por su cara era evidente que ya lo sabía.
—¡Marco! —Cristina se adelantó—. Justamente estábamos hablando de tu... matrimonio sorpresa.
—¿Matrimonio? —Raúl soltó una carcajada—. Venga ya, ¿Julio? ¿Casada? Si una vez me dijo que prefería criar gatos que comprometerse.
—Es cierto —intervino Julieta, sorprendiendo a todos—. Pero también dije que prefería comer brócoli que salir contigo, y mira cómo acabó eso.
Marco reprimió una sonrisa, mientras Marta soltaba un "¡Ay, por Dios!" que resonó en todo el apartamento.
—Esto es ridículo —Cristina cruzó los brazos—. Marco, ¿realmente esperas que creamos que te casaste impulsivamente con... —miró a Julieta de arriba abajo— alguien que usa calcetines de diferentes colores?
—Son calcetines lucky —defendió Julieta—. Y para tu información, nos casamos porque...
—Porque la amo —interrumpió Marco, dejando a todos en silencio.
El tiempo pareció detenerse. Julieta sintió que su corazón daba un vuelco. ¿Marco acababa de decir que la amaba? ¿El mismo Marco que hacía listas de pros y contras antes de comprar un nuevo cepillo de dientes?
—¿La amas? —Cristina palideció—. Hace un mes me dijiste que necesitabas tiempo para pensar en nuestro futuro.
—Y lo pensé —respondió Marco, acercándose a Julieta—. Solo que la respuesta llegó de una forma... poco convencional.
—¡Como todo lo que hace Julio! —exclamó Raúl, ganándose una mirada asesina de Julieta.
—Es Julieta —corrigieron todos al unísono.
—Bueno —Marta dio un paso adelante—, creo que esto merece un brindis. ¿Alguien quiere café? Tengo galletas recién horneadas en mi casa.
—Yo me voy —anunció Cristina, recogiendo su bolso—. Pero esto no quedará así, Marco.
—Te acompaño —se ofreció Raúl—. Necesito un trago después de esto.
—¡Y yo necesito contárselo a todo el edificio! —Marta los siguió, prácticamente saltando de emoción.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, el silencio invadió el apartamento. Julieta miró a Marco, quien seguía de pie junto a ella.
—Así que... ¿me amas? —preguntó, intentando sonar casual y fallando miserablemente.
Marco se aflojó la corbata, un gesto que Julieta había aprendido a reconocer como señal de nerviosismo.
—Bueno, para ser justos, tú fuiste la que propuso matrimonio aquella noche.
—¡Eso no es cierto! —Julieta se enderezó indignada—. Tú fuiste el que dijo "deberíamos casarnos" después del quinto tequila.
—Sexto —corrigió Marco, sonriendo—. Y técnicamente, tú respondiste "¡Venga, va!" y empezaste a buscar una capilla en Google Maps.
Julieta no pudo evitar reír. Se dejó caer en el sofá, junto a Totoro, y Marco la siguió, sentándose a su lado.
—Somos un desastre, ¿verdad? —suspiró ella.
—El desastre más organizado que conozco —respondió él, tomando su mano.
El sol se había puesto, bañando el apartamento en tonos dorados. La sábana king size seguía sin doblar, Totoro ocupaba más espacio del necesario en el sofá, y probablemente mañana todo el edificio estaría hablando de ellos. Pero por alguna razón, a Julieta ya no le importaba.
—¿Sabes qué? —dijo, recostándose en el hombro de Marco—. Creo que me estoy enamorando de ti también.
—¿Crees?
—Bueno, estoy un 60% segura. 70% después de cómo manejaste todo esto.
Marco rió, un sonido que cada vez se volvía más frecuente en aquel apartamento.
—Supongo que tendré que trabajar en ese otro 30%.
—Oh, definitivamente —Julieta sonrió con picardía—. Y podrías empezar ayudándome a doblar esa maldita sábana.
El apartamento, testigo silencioso de aquella tarde caótica, pareció suspirar aliviado. Las paredes que antes solo conocían el orden y la monotonía, ahora guardaban risas, discusiones absurdas y, quizás, el inicio de algo extraordinariamente imperfecto.
Y mientras la noche caía sobre Madrid, en algún lugar del edificio, Marta ya estaba actualizando el grupo de WhatsApp de la comunidad con todos los detalles jugosos de aquella tarde.