Erick un antiguo detective retirado es una persona obsecionada con un caso de desapricion del pasado resibe una misteriosa llamada anonima que lo llevara a volver al caso, el inicio que comenzo con esta llamada lo metera a los planes de una organizacion que nos dice que el secuestro de laura no es tan simple como parece
La historia está hecha para que te preguntes si hubieras seguido las decisiones que Erick toma a lo largo de la historia
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Tu Ex-Esposa
Conocedor del código Morse desde tus días en la academia policial, comienzas a descifrar la secuencia de puntos y rayas grabados en el medallón. Con la ayuda de la lupa, te concentras en cada marca, distinguiendo cuidadosamente entre los puntos cortos y las rayas largas. La tensión se acumula en cada símbolo que descifras. Tras varios minutos de minucioso trabajo, la secuencia cobra forma: "... --- ...". Un momento de silencio te invade.
Reconoces la combinación. Es la señal de socorro en código Morse. La realización te golpea con toda su fuerza. Laura Miller no sólo desapareció; envió un mensaje de auxilio, un grito silencioso grabado en un medallón de oro, oculto a plena vista. La señal de socorro, sin embargo, es solo el comienzo. La pregunta crucial es: ¿quién recibió la señal?
¿Y por qué no se actuó? La sensación de urgencia se intensifica. El medallón, inicialmente una pieza de joyería, se transforma en un testimonio mudo de una desesperación extrema, un fragmento crucial de un rompecabezas mucho más siniestro de lo que imaginabas. La textura del oro, las líneas sinuosas que habías notado antes, parecen adquirir un nuevo significado a la luz de este descubrimiento. ¿Son una pista adicional? ¿Un segundo mensaje codificado?
El aroma a lavanda, persistente y familiar, regresa con más fuerza, recordándote la mujer muerta en la cámara subterránea. ¿Está conectada a la señal de socorro? ¿Hay una conexión entre la mujer, Laura, y la señal de socorro? Las piezas del rompecabezas se están uniendo, pero la imagen completa permanece envuelta en una profunda oscuridad.
El peso del medallón de oro en tu mano te ancla al presente, la fría realidad del descubrimiento aún vibrando en tus dedos. La señal de socorro, un grito silencioso desde el pasado, te impulsa. La lavanda, ese aroma que perdura en tu memoria como una marca indeleble de la mujer en la cámara subterránea, te guía hacia una nueva línea de investigación. Ignoras el cansancio, la opresión del silencio que te rodea, la tensión que se anida en tu pecho. Tienes que actuar.
Revisas el medallón una vez más. Las líneas sinuosas, antes un detalle insignificante, ahora parecen una constelación de símbolos esperando a ser descifrados. Con la ayuda de la lupa, trazas cada curva, cada línea, buscando un patrón, un significado oculto. No es código Morse. Es algo más… más intrincado. ¿Un mapa? ¿Un jeroglífico? La sensación es de una codificación compleja, quizás un cifrado antiguo.
Un débil susurro de viento se cuela por una grieta en la pared de la iglesia abandonada, llevando consigo el familiar aroma a almendras amargas, un recuerdo insistente de la escena del crimen. De repente, algo brilla en el polvo acumulado en el suelo, cerca del lugar donde encontraste el reloj. Es una pequeña placa metálica, casi imperceptible, con un dibujo grabado: una mariposa. Identical a la del collar encontrado en la caja metálica.
La placa metálica está fría al tacto, y al voltearla, descubres un pequeño orificio. Intuitivamente, insertas la aguja de la lupa en el orificio. La aguja encaja a la perfección, girando ligeramente. De repente, escuchas un suave clic. Del interior de la placa emerge una pequeña cinta de papel enrollada. Desenrollas el papel con sumo cuidado. Está escrito en una caligrafía elegante y desconocida para ti. ¿Un idioma antiguo? ¿Una clave adicional?
El aroma a vainilla, asociado con el pergamino encontrado en el componente metálico, regresa con intensidad, mezclándose con el penetrante olor a almendras amargas. La sensación de estar rodeado por un enigma cada vez más complejo te invade.
La decisión está tomada. Necesitas ayuda. La complejidad del enigma, la sofisticación de los códigos y la creciente sensación de peligro te hacen comprender que ya no puedes confiar solo en tu instinto. La soledad, tu aliada durante tanto tiempo, ahora se siente como una carga. El silencio de la iglesia abandonada se vuelve sofocante, contrastando con el torbellino de ideas que se agitan en tu mente. Sabes que la red de secretos es más grande, más profunda de lo que imaginabas.
Sales de la iglesia, el frío aire nocturno te golpea en la cara. El aroma a almendras amargas, persistente como un espectro, te acompaña. El medallón, la placa metálica con la mariposa y el pergamino con la escritura desconocida pesan en tus bolsillos, un recordatorio constante de la enormidad de la tarea que te espera.
¿A quién recurres? Tus antiguos contactos en la policía están contaminados, sospechan de ti. La confianza, otrora moneda corriente, ahora se ha convertido en un bien escaso, un lujo que no puedes permitirte. La ciudad se extiende ante ti, un laberinto de luces y sombras, de calles silenciosas y callejones oscuros. Cada edificio, cada persona, podría ser una pista… o una trampa.
La búsqueda de un experto se inicia. Pero, ¿a quién confiarle tus descubrimientos, tu obsesión? La amenaza latente, palpable en el aire, te hace sentir la presión del tiempo. Cada segundo que pasa es una oportunidad perdida. El pasado te llama insistentemente, y el futuro permanece envuelto en una densa niebla.
Vuelves a tu viejo apartamento y con un gran impulso te das un baño profundo para eliminar todos los olores que conseguiste en la noche.
El agua caliente te envuelve, un manto protector contra el frío que se ha instalado en tus huesos, tanto física como metafóricamente. El aroma a lavanda, almendras amargas y vainilla, una mezcla macabra que se ha impregnado en tu ropa, en tu piel, comienza a disiparse bajo la fuerza del agua. Con cada gota que resbala por tu cuerpo, intentas lavar también la pesadilla que te persigue, el peso de la culpa y la presión de la investigación. La ducha, un ritual obsesivo de limpieza, se transforma en un intento de purgarte de los horrores descubiertos en la iglesia abandonada. Cuando sales del baño, envuelto en una toalla, la sensación de limpieza es parcial. La tensión permanece, una sombra persistente que te recuerda la complejidad del caso y el peligro que se cierne sobre ti.
Tomas el teléfono, la fría superficie del plástico contrastando con el calor de tu piel. El número de María se despliega en la pantalla; un número que representa un pasado compartido, un vínculo roto por el peso de tus obsesiones. El timbre suena, corto y seco, una pausa tensa antes de que la voz de María, familiar pero distante, responda. En el silencio de tu apartamento, solo la respiración entrecortada y los latidos de tu corazón rompen la quietud. El diálogo comienza, delicado y cargado de una tensión sorda. La conversación con tu ex-esposa, una figura clave en tu vida pasada y posiblemente en el presente, fluye entre la incertidumbre y la cautela. La información que compartes es fragmentaria, filtrada a través de tus propios miedos y sospechas.