Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
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Amnesia.
Una maldita punzada de dolor recorrió mi cabeza. Joder, qué noche. No recordaba haber dormido tan profundamente en años, pero algo no cuadraba. Me sentía… raro. Algo caliente y blando estaba debajo de mí, y no era mi almohada. Lentamente, abrí los ojos y bajé la vista.
Ahí estaba Bárbara.
Debajo de mi enorme y musculoso cuerpo. Su cabello desordenado se extendía sobre la almohada, y su rostro, con esa expresión tranquila al dormir, me desconcertó por completo. Mi cerebro intentó conectar los puntos. ¿Qué demonios había pasado?
Retrocedí un poco tratando de no despertarla, yo estaba sin nada cubriendo mi parte superior, y entonces lo noté.
Su vestido. Corto. Muy corto. Y con un escote que parecía diseñado para burlarse de mi autocontrol. Mi mirada, maldita sea, tuvo vida propia, y mis ojos descendieron hacia donde la tela apenas lograba contener lo que, sin duda, eran unos dotes considerables. Me maldije internamente por mirar. Pero, en mi defensa, no era como si pudiera ignorarlo. ¡Era como un maldito imán, hacia aquellas dos montañas enormes y apetecibles!
Me quedé ahí, paralizado, mientras las piezas seguían sin encajar en mi cabeza. ¿Qué rayos había hecho? ¿Por qué estaba ella aquí? ¿Por qué parecía que había pasado la noche abrazándola como si fuera una especie de almohada humana?
—¿Dominic? —murmuró una voz somnolienta.
Oh, no, estoy jodido, tal vez si no me muevo piense que morí y simplemente se vaya. Estaba despertando.
—¿Dominic? —repitió, esta vez con más claridad, mientras sus ojos parpadeaban y se abrían lentamente. Cuando me vio haciéndome el dormido y roncando falsamente, su expresión cambió de confusión a… ¿diversión? Oh, esto no iba a ser bueno.
De repente, soltó una carcajada. No una risita tímida, no. Una risa completa, una maldita carcajada tan escandalosa, que hizo que me tensara aún más y al mismo tiempo sentía como mis tímpanos casi los perdía en el proceso.
—¿De qué te ríes? Detende, me duele la cabeza ¿Que es tan gracioso?—pregunté, tratando de sonar serio, aunque sentía que mi cara estaba más roja que un tomate.
Ella se incorporó, todavía riéndose, y me dio un empujón juguetón en el pecho.
—¡De ti, claro! ¡Eres un idiota! —dijo entre risas, mientras se llevaba una mano al abdomen, como si no pudiera contenerse—. ¡Te lo dejé en bandeja de plata y tú… tú te dormiste!
—¿Qué? —la miré, totalmente perdido—. ¿De qué estás hablando?
—No recuerdas nada, ¿verdad? —dijo, con una sonrisa traviesa en los labios. Se inclinó un poco hacia mí, y su escote, por el amor de Dios, se hizo aún más evidente, le pude ver casi todo y la presión en mis pantalones no se hizo esperar. Aparté la mirada rápidamente, pero no antes de que ella lo notara. Su sonrisa se amplió aún más.
—¡Oh, esto es genial! —exclamó, palmeando la cama como si acabara de escuchar el mejor chiste de su vida—. Anoche estabas tan necesitado, Dominic. Tan… intenso. Y luego, ¡pum! Te quedaste dormido encima de mí. Literalmente. Como una roca.
—¡Espera un momento! —interrumpí, levantando una mano como si pudiera detener la avalancha de burlas que se avecinaba—. ¿Qué se supone que hice exactamente?¿Tu y yo no...?
Ella puso una expresión exageradamente pensativa, como si estuviera tratando de recordar los detalles más jugosos.
—Bueno, para empezar, me arrastraste a tu cama en brazos, me abrazaste como si fuera tu osito de peluche, metiste tus manos donde no debías...justo aquí (señaló sus pechos), y luego te dormiste. —Su risa volvió a estallar, y yo deseé que la cama me tragara entero.
—Eso no puede ser cierto. —Intenté sonar convincente, pero la verdad era que no recordaba nada después de que me trajo la comida. Nada. Cero. Absolutamente ni mierda.
—Créeme, es cierto. —Me guiñó un ojo y añadió con dramatismo—. Dominic, anoche tuviste la oportunidad de redimirte como hombre, y fallaste miserablemente.
—¡Eso no es justo! —protesté, llevándome una mano a la frente. Estaba seguro de que la fiebre tenía algo que ver con todo esto—¡Las pastillas, eso es, tenían que tener algo que ver! ¡Maldita sea, debieron de ser esas malditas pastillas!— dije tratando de buscar la cajita para leer bien la receta.
Ella se puso de pie, todavía riéndose mientras alisaba su vestido.
—No te preocupes, doctor tendrás tiempo de más para arreglar mi corazón dolido y desesperanzado. No voy a contárselo a nadie. Pero, sinceramente, esto es lo más divertido que me ha pasado en mucho tiempo.
La miré fijamente, tratando de mantener algo de dignidad. Pero cuando volvió a sonreírme de esa manera burlona y malditamente encantadora, supe que no iba a superar esto fácilmente.
Bárbara salió de la habitación de Dominic, todavía con la sonrisa en los labios. Sin embargo, mientras calentaba la comida, el mensaje que sonó en la contestadora del teléfono fijo del salón capturó su atención. La voz femenina, cálida y cercana, la hizo detenerse en seco.
—Hola, hijo. Soy mamá —dijo la voz con familiaridad—. Quería recordarte que Salma llega mañana al país. Ella mencionó que estaría en la ciudad por unas semanas, y pensé que sería bueno que se pusieran al día.
El nombre "Salma" resonó en la mente de Bárbara como una alarma. La madre de Dominic continuó:
—Sabes cuánto te aprecia. Siempre han sido tan cercanos desde pequeños. Me parece que ambos lo necesitan. Por favor, llámala cuando puedas. Cuídate, cariño.
El mensaje terminó con un clic, y Bárbara quedó estática frente al microondas. ¿Salma? ¿La amiga de la infancia? ¿Esa que "lo aprecia tanto"? Intentó restarle importancia, pero una punzada incómoda se instaló en su pecho.
Trató de enfocarse en la comida, sirviendo el plato con cuidado, pero la curiosidad y una sensación extraña no dejaban de rondar su mente. ¿Por qué la madre de Dominic insistía tanto? ¿Era solo una amiga o había algo más que ella no sabía?
Dominic salió de la habitación unos minutos después, con el cabello despeinado y su sonrisa relajada.
—Huele bien —dijo, tomando asiento en el sofá.
—Todavía estaba en buen estado —respondió Bárbara, dejándole el plato sobre la mesa.
Sin embargo, su tono delató una leve tensión, algo que Dominic notó de inmediato.
—¿Estás bien? —preguntó, arqueando una ceja.
—Sí, claro —mintió, esforzándose por sonar despreocupada mientras se sentaba frente a él.
Dominic se encogió de hombros y comenzó a comer, pero Bárbara sabía que no podía quedarse con la duda. Se armó de valor y, con el corazón latiendo con fuerza, lanzó la pregunta:
—Escuché la contestadora. Tu mamá mencionó a una tal Salma... ¿Quién es ella?
Dominic levantó la vista, sorprendido, pero pronto dejó el tenedor sobre el plato y se inclinó hacia atrás en el sofá, soltando un suspiro.
—Ah, Salma... Es una vieja amiga de la infancia. Nada del otro mundo —respondió con un tono despreocupado.
Bárbara intentó no reaccionar, pero él notó la manera en que evitaba su mirada.
—¿Por qué lo preguntas? —inquirió con curiosidad.
—No sé, me llamó la atención el tono de tu mamá. Como si fuera muy especial o algo así... —comentó, fingiendo indiferencia mientras jugaba con el borde de su camisa.
Dominic soltó una risa baja y negó con la cabeza.
—Mi mamá siempre exagera. Salma y yo éramos inseparables de niños, pero nada más. Perdimos contacto cuando ella se fue a estudiar al extranjero hace años.
Bárbara asintió lentamente, pero no estaba convencida. Algo en su instinto le decía que la llegada de Salma no sería tan simple como él lo hacía parecer.
—¿Estás segura de que todo está bien? —preguntó Dominic, inclinándose hacia ella con una sonrisa ladeada.
—Sí, claro. Solo me parece curioso que alguien de tu pasado regrese así, de repente...
Dominic frunció el ceño, como si tratara de entender el tono en sus palabras, pero optó por no indagar más.
Sin embargo, cuando Bárbara regresó a la cocina para lavar los utensilios, no pudo evitar mirar de reojo hacia la contestadora. ¿Qué clase de conexión tenían realmente Dominic y Salma? Y, lo más importante, ¿por qué no podía dejar de pensar en ello?
/Shy/