Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 23 : Confesiones Bajo la Luna
La noche había caído como un manto pesado sobre la casa. El aire parecía cargado de electricidad, como si el universo supiera que algo estaba a punto de cambiar. Ariadna estaba en el balcón, mirando la luna llena que iluminaba tenuemente el jardín. Estaba inquieta, como si una parte de ella sintiera que alguien más compartía su misma agitación.
Dentro de la casa, Eryx caminaba de un lado a otro en su habitación. Su mente era un torbellino de pensamientos, cada uno más confuso que el anterior. Durante semanas había intentado ignorar lo que sentía, enterrándolo bajo excusas y justificaciones. Pero cada vez que la veía, su corazón lo traicionaba, latiendo con fuerza descontrolada.
—Esto no puede estar pasando —murmuró para sí mismo, deteniéndose frente al espejo.
Ariadna era todo lo que él no debería querer: joven, hermana menor de Nikos y Theo, la chica que él debía proteger, no desear. Pero también era todo lo que no podía evitar desear: su risa lo desarmaba, su mirada lo desnudaba, y su simple presencia le daba una paz que no encontraba en ningún otro lugar.
Resignado, Eryx salió de su habitación, guiado por un impulso que no podía ignorar. Caminó por el pasillo en silencio, siguiendo la luz que se filtraba por la puerta del balcón. Allí estaba ella, de espaldas, con la brisa jugando con su cabello. La visión lo dejó sin aliento.
—¿No puedes dormir? —preguntó, intentando que su voz sonara casual.
Ariadna se giró, sorprendida por su presencia.
—No —respondió con una sonrisa tenue—. ¿Y tú?
Eryx negó con la cabeza, acercándose lentamente.
—Tampoco.
Se quedaron en silencio por un momento, mirándose sin decir nada. Ariadna sintió que su corazón empezaba a latir más rápido. Había algo en la forma en que Eryx la miraba esta noche, algo que no podía descifrar pero que la hacía sentirse vulnerable y, al mismo tiempo, especial.
—¿Qué haces aquí afuera? —preguntó Eryx finalmente, apoyándose en la barandilla junto a ella.
—Pensaba en todo lo que ha pasado últimamente —admitió Ariadna, mirando hacia el jardín—. A veces siento que todo está fuera de control.
Eryx la observó, notando el leve temblor en su voz.
—Yo también lo siento así —confesó, su mirada fija en ella.
Ariadna levantó la vista, sorprendida por su tono.
—¿En serio?
—Sí. Pero no es solo por lo que pasa afuera... es algo más.
Ariadna lo miró, buscando en sus ojos una respuesta a lo que sus palabras no decían.
—¿A qué te refieres?
Eryx dudó. Había pasado tanto tiempo luchando contra sus sentimientos que ahora, enfrentado a la posibilidad de ser honesto, no sabía por dónde empezar.
—A ti —dijo finalmente, en un susurro.
El tiempo pareció detenerse. Ariadna lo miró con los ojos muy abiertos, su mente tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿A mí? —repitió, como si necesitara confirmarlo.
Eryx asintió, alejando la mirada.
—He intentado no sentir esto, Ariadna. He luchado contra ello porque sé que no está bien. Pero... cada vez que estás cerca, siento que el mundo deja de ser tan oscuro.
Ariadna sintió cómo el calor subía a sus mejillas, su corazón latiendo desbocado.
—Eryx...
Él levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de ella.
—No puedo seguir mintiéndome a mí mismo —continuó, dando un paso hacia ella—. Estoy enamorado de ti, Ariadna.
La confesión llenó el aire, dejando a ambos en un silencio cargado de emociones. Ariadna lo miró, su mente y corazón en un torbellino. Había soñado con este momento, pero nunca imaginó que se sentiría tan abrumador.
—Yo... yo no sé qué decir —admitió, su voz temblando ligeramente.
Eryx sonrió con tristeza, asintiendo.
—No tienes que decir nada. Solo quería que lo supieras.
Pero Ariadna no podía quedarse callada. Se armó de valor, dando un paso hacia él.
—Yo también siento algo por ti —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
Eryx la miró, incrédulo.
—¿De verdad?
Ariadna asintió, sus ojos llenos de emoción.
—Sí. Pero tenía miedo de admitirlo, porque... porque no sé qué significa esto para nosotros.
Eryx levantó una mano, acariciando suavemente su mejilla.
—Significa que, pase lo que pase, encontraremos la manera de estar juntos.
Ariadna cerró los ojos ante el contacto, permitiendo que sus emociones tomaran el control. Cuando los abrió, vio que Eryx la estaba mirando con una intensidad que la dejó sin aliento.
—¿Puedo besarte? —preguntó él, su voz baja pero cargada de emoción.
Ariadna asintió, incapaz de encontrar palabras.
Eryx se inclinó lentamente, cerrando la distancia entre ellos. Cuando sus labios finalmente se encontraron, fue como si el mundo desapareciera. El beso fue suave al principio, lleno de ternura y miedo a romper el momento. Pero pronto se volvió más profundo, más apasionado, como si ambos quisieran compensar todo el tiempo que habían perdido.
Cuando se separaron, Eryx apoyó su frente contra la de ella, sus respiraciones entrelazadas.
—Nunca quise esto, Ariadna —murmuró—. Pero ahora que lo tengo, no pienso dejarlo ir.
Ariadna sonrió, sintiendo que su corazón se llenaba de una calidez que nunca antes había conocido.
—Yo tampoco.
En ese momento, bajo la luz de la luna, ambos supieron que su relación nunca volvería a ser la misma. Habían cruzado una línea, pero en lugar de sentir miedo, se sintieron liberados.
Sin importar lo que el futuro les deparara, estaban dispuestos a enfrentarlo juntos.